El primer colaborador eficaz en temas de pandillas que tuvimos fue un miembro de Barrio 18. Eran finales del 2009 o principios del 2010, aproximadamente, cuando nos contactaron del Sistema Penitenciario para informarnos que una persona había salido del sector 11 del Preventivo (sector de pandilleros 18) y quería declarar en contra de sus compañeros, pues le acababan de matar al papá y al hermano por deserción y obviamente estaba enojado con ellos. Llegamos entonces a platicar con él. Y fue como abrir la caja de Pandora. Era un mando medio que tenía muchísima información de cómo funcionaba la pandilla y que conocía los puntos de operaciones, los nombres de todas las clicas y de sus líderes, etc.
Su información era comprobable, y todo lo que decía nos llevaba a entender más y más cómo operaban. Rápido efectuamos allanamientos, incautamos armas, realizamos capturas, tradujimos todas las escuchas que antes eran difíciles de entender y prevenimos muertes y otros actos criminales. Era la definición de un verdadero colaborador eficaz que uno lee en los libros. Rápidamente fueron aumentando las charlas y cada vez fue avanzando más el proceso de recepción de información, análisis y comprobación de esta.
[frasepzp1]
El pandillero nos habló de decenas de muertes que él mismo ordenó o realizó, y fue en una de esas conversaciones, en las que relataba crímenes horribles con frialdad y cierta jocosidad, cuando llegó ese momento que me definió para toda la vida. Él comenzó a describir cómo descuartizó a una joven mujer, de la cual no recordaba ni el nombre, y a indicar cómo le introdujo un pañuelo en la boca para que no gritara, e inmediatamente le pregunté: «¿Estaba viva mientras la descuartizabas?». Él respondió con una sonrisa y de forma enfática: «¡Por supuesto! Si no, no tiene gracia». En ese momento me recorrió un escalofrío por la sangre. Pensé que se debía restituir la pena de muerte, entre otras cosas, pero debí mantener la compostura. No podía detener su testimonio o dejaría de contarme otros horrendos crímenes que debían ser resueltos. Sin embargo, el recuerdo de su cara y la forma como me lo dijo me han perseguido siempre. Hasta tuve un par de pesadillas con ese episodio.
Gracias al testimonio de esta persona aprehendimos a decenas de pandilleros. Y no exagero cuando digo que resolvimos cientos de muertes que estaban impunes, además de que evitamos otros cientos de asesinatos, ya que usamos sus testimonios para entrenar policías, fiscales, investigadores y analistas sobre cómo funcionaban las pandillas, quiénes eran los líderes y sus formas de operar. Además, se aisló a los verdaderos responsables de dar órdenes desde la cárcel y se consiguieron sentencias ejemplares contra estos asesinos. Este pandillero prestó declaración y al poco tiempo salió libre (en realidad, la ley no permite otra salida en esa etapa procesal: libre o nada). Creo sin duda alguna que es justo que haya cumplido varios años en la cárcel, pero, al ver fríamente todo lo que aportó, también creo que en ese momento en que nos sentamos a negociar con él hicimos un buen trato procesal en beneficio de la justicia y de la sociedad (aunque por dentro me siguen carcomiendo sus palabras).
En conclusión, sí me tocó negociar con este delincuente sin escrúpulos y hasta tuve que cuidar que no le quitaran la vida para que pudiera declarar. E hicimos todo eso en aras de un bien mayor y para evitar muchas otras muertes. No veo, pues, una razón por la cual uno se tenga que resistir a platicar con el Cacif para encontrar consensos mínimos en temas primordiales. Siempre que sea por el bien del país, claro está.
Más de este autor