Además de los pormenores de la crisis de mayo 2009, que llevó el gobierno de Colom al lado del abismo, y de los vaivenes de la investigación de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), retrata cómo la cultura política guatemalteca se ha construido sobre el recurso a la violencia, o, mejor dicho, al recurso del encubrimiento de la violencia.
A pesar de las manipulaciones que poblaron cada rincón del caso Rosenberg —cuyo último escollo, el caso Musa, recienteme...
Además de los pormenores de la crisis de mayo 2009, que llevó el gobierno de Colom al lado del abismo, y de los vaivenes de la investigación de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), retrata cómo la cultura política guatemalteca se ha construido sobre el recurso a la violencia, o, mejor dicho, al recurso del encubrimiento de la violencia.
A pesar de las manipulaciones que poblaron cada rincón del caso Rosenberg —cuyo último escollo, el caso Musa, recientemente fue enviado a juici— hoy en día supuestamente existe un dique de contención en contra de las mentiras oficiales o propagadas por intereses. Es notable que todo el andamiaje de represión cultivada a lo largo de décadas por Mubarak en Egipto o Ben Ali en Túnez, fracasó en parte por la extraordinaria capacidad de los sublevados de coordinar movimientos, corregir propaganda oficial y mantener su propio flujo de información e imágenes.
Cuando el régimen Egipto intentó apagar la Internet y ahogar los móviles, tenía el resultado exactamente opuesto al deseado: los padres y familiares, desesperados por saber la suerte de sus seres queridos, también salieron a la calle. Masa se convirtió en masivo.
Después de escuchar en la semana pasada una explicación de la boca de una activista de las nuevas tecnologías, no tengo ninguna duda acerca de la increíble potencia de esta vanguardia digital. Todo el mundo se ha enterado de Wikileaks, y la cultura de transparencia radical que significa y conlleva para instituciones públicas y privadas. Pero es el llamado crowd-sourcing (la traducción que he encontrado es “tercerización masiva”) que podría revolucionar la distribución de poder entre líderes, élites y ciudadanos en tiempos de conflicto o represión.
Actualmente, permite que individuos equipados con portátiles o móviles conectados al sistema de posicionamiento satelital puedan saber inmediatamente la posición de otros miembros de su “grupo”, la ubicación de otras situaciones de conflicto o cualquier información relevante a sus necesidades. Mapea todo en tiempo real; democratiza el radar y los sistemas de comunicaciones reservadas.
Pero volvemos al caso Rosenberg. En este caso, según relata Grann, la tecnología desempeñó un papel perfectamente a la medida de las tradiciones políticas guatemaltecas. En lugar de liberar la ciudadanía por medio de información precisa y actualizada sobre el caso, convocó manifestaciones contra el Gobierno, apeló a la insolvencia de Banrural por Twitter, y diseminó por todo el mundo y en docenas de lenguas el video póstumo de denuncias del abogado fallecido.
Las herramientas digitales multiplicaron la seriedad y extensión del escándalo. También, por supuesto, fueron esenciales en al análisis de miles de llamadas telefónicas. Sin embargo, un dato clave y revelador se encuentra en la versión de Grann. Según Carlos Castresana, exjefe de la Cicig, si no fuera por el hecho de que el chofer de Rosenberg se había equivocado al firmar el recibo por los dos móviles utilizados en la coordinación del asesinato —un gesto positivamente jurásico en el mercado de consumo moderno— el caso probablemente no se habría resuelto.
Autores como Evgeny Morozov y Jaron Lanier están tratando de descifrar las posibles deformaciones de sistemas políticos e identidades individuales que pueden ejercer las nuevas tecnologías. Sobre todo, destacan la ambigüedad de tecnologías que son a la vez liberadoras y encubridoras, igualitarias y jerarquizadas. Parece que mucho depende del caso. Dos suicidios, del verdulero en Túnez y del abogado en Guatemala, dieron lugar por medio del mundo digital a dos universos paralelos.
Más de este autor