Al margen de su vistosidad y relevancia públicas, siendo este un extremo que ha podido actuar como impulsor y boomerang contra su carrera, un número importante de sus acciones como magistrado constituyen casos que, una vez resueltos, marcan para bien el devenir de la historia de España en los últimos 20 años.
Aunque, en paralelo, dado que la justicia se mueve siempre por terrenos resbaladizos, no siempre impolutos y nada ajenos a los intereses ni a la subjetividad de jurados y tribunales, el célebre juez se ha granjeado no solo la fama a nivel internacional, sino un grupo nada desdeñable ni en tamaño ni en importancia, de enemigos o personas a las que sus modos y su trabajo les incomodan o directamente les resultan amenazantes.
Porque Baltasar Garzón ha dirigido importantísimas operaciones contra el narcotráfico; ha sentado en el banquillo y ha encarcelado a algunos de los responsables políticos de la denominada "guerra sucia contra el terrorismo de ETA"; ha sido uno de los mayores responsables de la desarticulación policial de la propia banda criminal y su entorno; es uno de los pocos jueces que ha logrado confrontar al dictador fascista chileno Augusto Pinochet y a opresores de las dictaduras argentinas con la justicia; y ha tratado de arrojar luz sobre los infames crímenes cometidos durante la guerra civil y el franquismo que dan como resultado que 70 años después siga habiendo miles de víctimas enterradas en las cunetas de las carreteras, en fosas comunes y sin identificar.
El último caso en el que Garzón ha trabajado es el "caso Gurtel", una sencilla y evidente trama de corruptelas de poca monta ante la que el expresidente de la comunidad autónoma de Valencia, Francisco Camps, en torno a quien giraba todo el juicio, ha sido declarado inocente. Y poco más habría por comentar sobre Gurtel, si no fuese porque el juez cometió el error de grabar una conversación entre abogado y acusado. Precisamente este hecho delictivo, catalogado como anticonstitucional, ha sido el que ha desencadenado todo este ruido y esta furia.
Es evidente que ni el más mediático de los jueces es intocable ni debe serlo. Por más que sus logros sean muchos y de un gran calibre. Pero el ataque en sede judicial al denominado "súper juez" hace tiempo que se veía venir, aunque no con toda la crudeza con la que finalmente se está produciendo.
La durísima y unánime sentencia, que para muchos alcanza la desmesura y hasta la vendeta, tiene como resultado la inhabilitación del juez durante la friolera de 11 años. Por tanto, y aunque quepa la posibilidad de elevar recurso al tribunal europeo de los derechos humanos, deja seriamente dañada su imagen y prácticamente como inviable la posibilidad de que vuelva a ejercer su profesión en tribunal alguno. Eso sin tener en cuenta las otras causas pendientes que podrían sumar aún mayores sanciones para Garzón.
Nadie niega que la sentencia se ajuste a derecho. Aunque hasta el momento, en este país, en innumerables casos similares de grabación de conversaciones, la cuestión se haya resuelto con la invalidación de tales grabaciones y no con una descomunal inhabilitación.
Nadie dice, aunque desde ciertos sectores de la derecha se deslice interesadamente que está vigente esa idea en la izquierda, que Garzón sea un santo de intachable conducta. Porque ni lo es ni tiene importancia que no lo sea. Pero sobre todo, este hecho no le resta a lo ocurrido un ápice de gravedad ni lo justifica.
En cualquier caso, como bien dijo el exministro socialista de justicia Francisco Caamaño, haciendo honor al viejo enfrentamiento entre el derecho y la justicia, va a ser muy difícil explicarles a los ciudadanos esta decisión del Tribunal Supremo y que estos lo entiendan y les parezca razonable y justa.
En suma, se diría que el caso que ha servido para dejar fuera de juego a Baltasar Garzón es una excusa perfecta más que un motivo de peso. Tampoco parecen buenas señales las celebraciones que en sectores no menores de la sociedad española se produjeron al conocer la sentencia, que contrastan con la absoluta estupefacción y decepción que fuera de nuestras fronteras ha causado la noticia de la inhabilitación.
La marca "España", tan vigente últimamente en las bocas de nuestros recién nombrados gobernantes por causas totalmente distintas a la que nos ocupa, sigue siendo torpedeada desde dentro una y otra vez, a golpes de patriótica necedad.
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