Cada año, el Desfile de la Diversidad Sexual e Identidad de Género de Guatemala llena las calles con miles de personas LGBTI y durante unas horas convierte la ciudad en un Mardi Gras chapín repleto de colores vivos y de alegría. Lástima que esta expresión de dignidad y respeto sea tan vibrante como fugaz. Los otros 355 días del año, pese a que en 1871 se legalizó la homosexualidad en Guatemala, las comunidades de la diversidad sexual y de género (también llamadas personas LGBTI) sufren una exclusión social enorme.
En un conversatorio del 14 de abril organizado por la Comisión Internacional de Juristas (CIJ), el Centro Cultural de España (CCE), la Organización de Apoyo a una Sexualidad Integral frente al Sida (Oasis) y el Observatorio de Derechos Humanos se discutió la importancia de proteger a la familia en Guatemala. En este conversatorio participaron como panelistas representantes de diversas ideologías: algunos a favor y otros en contra de las denominadas familias diversas, es decir, familias no configuradas de la forma tradicional (o sea, heterosexuales). Tras caminar de puntillas alrededor del tema durante buena parte de la discusión para evitar reacciones adversas, en la última parte de la actividad se tocó el tema medular: ¿qué es una familia?
El artículo 1 de la Constitución de la República de Guatemala dispone que «el Estado de Guatemala se organiza para proteger a la persona y a la familia», pero en ningún momento arroja una luz sobre lo que se considera una familia ni cómo tiene que estar compuesto un hogar para ser calificado como una familia. Mucho menos se especifica de qué género u orientación sexual tienen que ser los integrantes de una familia. Según el Diccionario de la Lengua Española, una familia es un «grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas». Incluso hay definiciones que eliminan la procreación y la crianza de niños. Es importante resaltar que refinar y ampliar el concepto de familia no es una acción meramente semántica: tiene como finalidad la aceptabilidad de un hogar dentro de la comunidad política, lo cual conduce a una mayor garantía de derechos humanos.
Los participantes en el conversatorio de la diversidad sexual y de género estaban de acuerdo con la definición más abierta de familia. Sin embargo, como era de esperar, el ministro religioso y la representante de una asociación —irónicamente— llamada La Familia Importa veían de otra forma la composición de una familia. Insistían en que una «familia natural» consistía en una unión heterosexual, muy semejante a la que propugna el sacramento religioso del matrimonio, con la finalidad de procrear. Según argumentó la representante de La Familia Importa, se necesita un equilibrio entre el rol de una mujer «materna» y «femenina» y un hombre «masculino», y solo esto podría asegurar una educación integral para los hijos y las hijas. Esto excluye no solamente a familias formadas por parejas del mismo sexo, sino también a madres y padres solteros y las demás formas de familia posibles. Tampoco refleja la realidad social del país: solo en la ciudad de Guatemala, en el año 2012 se registraron 2 152 divorcios. ¿Todas estas personas dejaron de ser familias?
La insistencia en que una familia necesita de la fuerte influencia de un hombre macho y de una contraparte femenina en el hogar para asegurar un ambiente equilibrado es una falacia. Me sorprende que personas que se identifican como profesionales y con una supuesta capacidad de pensamiento abierto y crítico no hayan desarrollado un análisis mas allá de su suscripción a los típicos roles de género impuestos por una sociedad heteropatriarcal, que se aprende de una generación a otra gracias al marketing, a las escuelas, a las religiones, a los medios tradicionales, etc. Si no rompemos con los constructos sobre los roles de género con los cuales hemos crecido, jamás vamos a poder tener una discusión seria sobre derechos de personas LGBTI, pues siempre partiremos de una base que incorpora inextricablemente la desigualdad y la discriminación.
Para cerrar, les comparto una anécdota personal. Cuando tenía nueve años, en la escuela pusieron mi clase de violín a la misma hora que la de educación física. Como no me daba tiempo de llegar al campo de rugbi para entrenar con los chicos, decidí llevar educación física con las niñas de mi clase. Sufrí una campaña sostenida de bullying por parte de los alfas de mi clase: me llamaron «gay», «marica», «princesa», y me marginaron. Esa experiencia me hizo reflexionar mucho acerca de los roles de género y las ideas sobre la masculinidad. Para aquellos que no tuvieron la fortuna de pasar buena parte de su despertar sexual jugando deporte con las chicas de la escuela, el proceso de deconstrucción de pensamiento sobre roles de género puede ser un camino más largo. Pero es un camino que tenemos que caminar todos y todas, al igual que todas y todos los que caen en esa categorización binaria.
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