La noche avanzada; el amanecer todavía lejano; aire fresco, respirable. La carretera negra aparenta la soledad típica de las cuatro de la mañana. Es una noche como todas, excepto porque miles de personas caminan como fantasmas en la carretera.
El cuadro es engañoso.
Los faros de un carro solitario recién salido del municipio de Arriaga en dirección de San Pedro Tapanatepec, rompen el manto de invisibilidad, y en el horizonte dibujan las siluetas de una familia en c...
La noche avanzada; el amanecer todavía lejano; aire fresco, respirable. La carretera negra aparenta la soledad típica de las cuatro de la mañana. Es una noche como todas, excepto porque miles de personas caminan como fantasmas en la carretera.
El cuadro es engañoso.
Los faros de un carro solitario recién salido del municipio de Arriaga en dirección de San Pedro Tapanatepec, rompen el manto de invisibilidad, y en el horizonte dibujan las siluetas de una familia en camino.
Son migrantes, son miles de migrantes que avanzan a paso lento sobre la carretera; parecen un infinito ejército de hormigas. Los murmullos rompen el estruendoso silencio de la madruga mientras avanzan con paso firme. Es mejor caminar de noche, dicen; así burlan el inclemente sol chiapaneco. Así lo hacen desde hace una semana, cuando cruzaron la frontera guatemalteca de Tecún Umán y empezaron a adentrarse por tierras mexicanas. De momento, lo único que estos miles de centroamericanos tienen claro es el objeto común que ha traído por estos caminos: huir de la pobreza y la violencia que amenaza sus vidas en sus países y buscar mejor suerte en Estados Unidos. El país de las oportunidades, creen.
Los policías federales cumplen ahora su papel formal de bloquear el paso entre Chiapas y Oaxaca. Detienen la caravana durante una hora; luego la dejan desvanecer como por inercia. Son los mismos agentes que más adelante, armados de antorchas, harán que los vehículos reduzcan la velocidad para prevenir accidentes. Son los mismos que después llevaran en la palangana de sus picops a los niños y mujeres necesitados de un lugar para descansar pero avanzar a la vez
Alumbrados por la ácida luz de los faros de un camión o por los rayos azul y rojos de la sirena de una patrulla policial, el silencioso ejército de los migrantes se come las millas, aquejado por la bulimia de quien no conoce tregua, animado por el ansia de descubrir si el sueño deseado se realizará de verdad. Bebés, niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos se mueven con la disciplina férrea de la necesidad. Nadie chilla o se queja. El camino es largo, tortuoso, plagado de obstáculos. La obligación es conseguir el jalón de un medio de transporte lo antes posible, para ahorrar energías, sobre todo de los más chiquitos. Mientras tanto, la caravana sigue a pie, en su largo peregrinaje de fantasmas desapercibidos, sombras en la sombra.