La trilogía ha sido tan exitosa que en estos días se está estrenando la primera de las películas que se basarán en las novelas. “Los juegos del hambre” es un fenómeno literario y comercial al igual que lo ha sido la saga de Harry Potter de J.K. Rowling y la de “Crepúsculo” de Stephenie Meyer. Confieso que no me ha llamado la atención leer estas novelas que mis hijos leen con fruición hasta que me di cuenta que tenía que hacerlo para poder agregar puentes con ellos y estimularlos en la lectura.
Así, tomé el primer volumen de “Los juegos del hambre” y quedé verdaderamente sorprendido. La trilogía versa sobre un mundo futuro que ha sufrido un apocalipsis ambiental, económico y político. Las aguas de los océanos han devorado buena parte del territorio de los Estados Unidos de América y uno puede suponer que el calentamiento global ha sido la causa. Lo que fuera el país más poderoso del mundo esta reducido a doce distritos que por la escasez viven en medio de grandes privaciones, hambre, con ancianos desprotegidos enfermedades, medicinas inalcanzables y sometidos a un trabajo semi esclavo en beneficio de una clase dominante asentada en un lugar llamado Capitolio. Anualmente los doce distritos proporcionan a un muchacho y muchacha (niños o adolescentes) para que se maten entre sí en “los juegos del hambre”. Habrá un vencedor y el premio será que su distrito tendrá comida asegurada por un año.
Es esta una visión terrible del futuro que se une en la literatura a “Un mundo feliz” de Aldous Huxley o “1984” de George Orwell y en el cine a “Blade Runner” de Riddley Scott (1982). Al leer la novela de Suzanne Collins me sucedió lo mismo que a mis hijos. Terminé devorándola. Probablemente mis motivos fueron otros. No pude sino leer la novela como sociólogo y concluir con angustia renovada que se han empezado a sentar las premisas de ese mundo. El sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein desde hace años nos está diciendo que a mediados del siglo XX el capitalismo tal como lo conocemos ahora entrará en una crisis terminal. Pero esto no necesariamente implicará un mundo poscapitalista más humano y justo. Puede ser sustituido por otro sistema aun peor. Exactamente el que nos retrata “Los juegos del hambre”.
Vivimos a partir de 2008 no solamente la crisis económica más severa desde 1929 sino también una crisis alimentaria. En marzo de 2011, el Parlamento Europeo nos informaba que entre 2010 y 2011 las cifras de los precios alimenticios habían batido récord de alzas siete veces y que eran factores causales de las revueltas en Argelia, Túnez y Egipto. En febrero de 2011, la cifra de gente que se moría de hambre ascendía a mil millones de los 7 mil que constituyen a la humanidad. En 2010 el desempleo ya alcanzaba un récord histórico de 211 millones de personas mientras se estima que en los diez años siguientes se tendrían que crear 470 millones de nuevos empleos lo cual es difícil dada la crisis mundial. Europa mediterránea se acerca cada vez más al tercer mundo. Las cifras de desempleo en países como Portugal, Grecia, Italia, y España oscilan entre un 11 y un 23%. Y es sabido que las mismas son maquilladas pues se excluye de esta situación a la economía informal y a los que ya no están buscando empleo. Debido a que los países más ricos del mundo producen el 80% de la contaminación por dióxido de carbono (Estados Unidos produce el 20%) y no parecen muy interesados en disminuir tales cifras, a fines del siglo XXI la temperatura del planeta ascenderá a 6º. Cada año la contaminación por gases invernaderos sube un 3% y la voracidad de ganancias propia del capitalismo hace difícil pensar en una reversión.
Si usted lee la novela o mira la película “Los juegos del hambre” haría bien en pensar que lo que allí se retrata podría no ser producto de la imaginación de una novelista pesimista. Cada día los grandes poderes mundiales labran un futuro parecido al que allí se retrata. Y todos los que felizmente creen que la globalización neoliberal está produciendo el mejor de los mundos, están contribuyendo consciente o inconscientemente al que un día nuestros tataranietos estén jugando los juegos del hambre.
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