Según autoridades guatemaltecas, a lo largo de la frontera existen aproximadamente 118 pasos ciegos en los que hay un flujo constante de migrantes y mercaderías que se entrecruza con la presencia y la acción de redes de tráfico de personas, drogas y otros. La frontera es, sin duda, un espacio territorial poroso y complejo.
Por otra parte, existe un importante flujo de trabajadores temporales hacia México, especialmente hacia Chiapas (60% del total, según datos de la EMIF Sur publicada en 2012)[1], que se retroalimenta con los lazos históricos que han caracterizado a este territorio a lo largo del tiempo y que puede clasificarse de dos formas: los trabajadores de cruce diario y los temporales.
Dentro de los primeros se sitúan los comerciantes que van a Tapachula y otros puntos fronterizos a comprar productos para vender en Guatemala, además de empleadas domésticas, vendedores ambulantes, trabajadores informales y otros que cruzan por la mañana y regresan por la noche al territorio nacional. Muchos de ellos no están sujetos a controles fronterizos por parte de las autoridades en ambos países.
Mientras tanto, los trabajadores temporales o estacionales se dedican a la agricultura en fincas a lo largo de la frontera mexicana, a la construcción, a labores domésticas y a otras actividades. Sus movilidades transfronterizas ocurren en diferentes épocas del año: algunos cruzan cada semana, mientras que otros lo hacen cada quince días o regresan a sus casas para festividades anuales como Navidad, Semana Santa, festejos familiares, fiestas patronales, etc. Existe también un grupo sustancial, de trabajadores agrícolas en su mayoría, que trabaja únicamente en una época del año, generalmente entre noviembre y febrero. Los trabajadores y las trabajadoras agrícolas migrantes se caracterizan por pertenecer a la clase social más pobre, que a la vez experimenta las mayores dificultades para acceder a una mejor calidad de vida.
En el caso de las empleadas domésticas, en su mayoría pertenecen a las zonas rurales de San Marcos y Huehuetenango y se desempeñan en México en las labores del hogar, que incluyen cuidado de niños, limpieza y cocina, entre otras. Actualmente existe una dinámica intensa de mujeres migrantes en el territorio de Ixcán, en Quiché. Ellas siguen la ruta migratoria hacia Cancún para insertarse en el sector del turismo como meseras, cocineras y también empleadas domésticas. En la actualidad se han recabado nuevos datos que sugieren que su condición de irregularidad es un factor determinante para las situaciones de violencia que pueden vivir, pues las pone en una condición de mayor vulnerabilidad ante las redes de trata con fines de explotación sexual, entre otros[2].
Este sector está integrado de manera general por mujeres indígenas de entre 13 y 30 años de edad, quienes, dado el contexto familiar y privado en el que se insertan, tienen dificultades para acceder a condiciones laborales adecuadas. La mayoría de ellas trabajan largas jornadas y tienen un acceso limitado a salud, educación y esparcimiento personal, entre otros. Sin embargo, muchas de ellas afirman que la oportunidad de trabajar en México cambia sus vidas, pues les permite enviar remesas —aunque muy pequeñas— a sus hogares y empoderarse como personas.
La migración laboral transfronteriza ha sido un proceso permanente a través del tiempo. Los trabajadores transfronterizos de la zona de Huehuetenango y San Marcos viven bajo lógicas distintas a las que las fronteras imponen. Sus cosmovisiones sobre la vida y el espacio integran toda una tradición de movilidad en esa zona que los hace ir y venir constantemente. La mayoría de las personas que pertenecen a estos grupos no tienen acceso a educación formal, ya que las instituciones educativas en ambos lados de la frontera tienen dificultades para atenderlos debido a su naturaleza itinerante, que les impide culminar los ciclos lectivos oficiales. Además, experimentan una alta vulnerabilidad para acceder a servicios de salud. Aun para aquellos que cuentan con un estatus regular gracias a los permisos de trabajo para migrantes transfronterizos, el acceso a estos servicios les es muy difícil por los costos que implica movilizarse desde fincas lejanas, con el consiguiente descuento por ausencia y otros problemas.
Aun con todas estas dificultades resulta interesante que estas familias, a lo largo de los años, hayan enraizado sus orígenes transnacionales al contar con miembros guatemaltecos y mexicanos, dependiendo del lado de la frontera en el que los hijos hayan nacido. Así, la dualidad y las lógicas extraterritoriales los acompañan a lo largo del tiempo, de manera que el ciclo se renueva con cada generación.
Sin duda, la migración laboral transfronteriza es un tema de mucha vigencia y de mucho interés para la sociedad guatemalteca. Y hacen falta mayores estudios para ampliar el conocimiento de sus características, dimensiones, riesgos y vulnerabilidades.
[1] La misma encuesta indica que en promedio se dan alrededor de 300 000 cruces fronterizos de guatemaltecos a México cada año.
[2] Instituto de Investigaciones Turísticas (2014). Mujeres migrantes en Quintana Roo. Perfil y condiciones de estadía. Cancún, México: Universidad La Salle.
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