Sin embargo, hoy en día, el fenómeno de la migración se ha vuelto tan complejo que no es posible hablar solamente de la dimensión económica y de superación de condiciones de pobreza. Hoy también es necesario que nos centremos en los contextos sociales, económicos y políticos en los países del Sur, que se relacionan de maneras muy profundas con las dinámicas macroeconómicas y geoestratégicas que vienen del Norte y empujan el fenómeno hasta situarlo como uno de los procesos sociales más complejos de los que vive la humanidad en la actualidad.
Si bien es cierto que se ha acrecentado en los últimos años la movilidad humana por razones laborales en condiciones que varían mucho dependiendo de las condiciones en las que se migra, existen nuevos escenarios que impulsan el proceso, que hasta el momento han sido catalogados como poco importantes y que han sido estudiados con poco interés, pero que tienen repercusiones muy serias en cuanto a lo que significa hoy migrar.
Entre ellos, la violencia aparece como uno de los factores de empuje emergentes en el proceso y que cobra mayor importancia cada día, a la vez que los países centroamericanos experimentan el flagelo de la delincuencia, la violencia exacerbada, extorsiones y otros. Basta con leer las noticias sobre la situación en El Salvador y Honduras sobre el tema para darse cuenta de la dimensión del fenómeno.
De igual manera, en los albergues para migrantes en México es común encontrar hermanos centroamericanos (hondureños y salvadoreños generalmente) que, cuando se les pregunta sobre sus razones para emprender el viaje, manifiestan que van huyendo de la violencia infligida por las maras en sus países y que esta les trunca toda posibilidad de desarrollo humano dentro de sus territorios nacionales.
En este punto cabe reflexionar también sobre la capacidad de decisión del migrante de tomar su vida en sus manos y buscar otro tipo de vida. Muchos de ellos ni siquiera tienen clara la idea de llegar a Estados Unidos. Lo que quieren es encontrar un lugar donde vivir en mejores condiciones, donde poder luchar por salir adelante por sus propios medios sin tener que temer por sus vidas y permanecer huyendo o escondiéndose.
Es así como México se ha convertido en un lugar de segundo destino. Cada día se ven más casos de centroamericanos que, siguiendo la ruta hacia Estados Unidos, se han encontrado con un lugar que perciben como similar en el contexto del idioma y la cultura, pero que tiene otra infraestructura y otras condiciones de vida mejores para sus habitantes. Hoy, por ejemplo, existen pupuserías en Tapachula, que permiten visualizar esta incorporación de México al ideario de la migración no solo como país de tránsito, sino como segundo destino.
En síntesis, en la actualidad no puede pensarse en la migración como una relación unidireccional entre migrar y mejorar el nivel económico. Hoy en día, migrar también significa plantearse la posibilidad de una vida lejos de la violencia, de una vida en la cual la persona pueda autodeterminarse y desarrollar un poco de agencia hacia su desarrollo. Los migrantes de hoy nos enseñan cómo un ser humano sin poder puede convertirse en agente de su propio destino, en un sujeto político con capacidad de reflexionar sobre sí mismo, su vida y sus expectativas. Y sigue siendo tarea de todos nosotros desarrollar una cultura de solidaridad y hospitalidad hacia los migrantes.
Los reportes de hermanos centroamericanos despojados de sus pertenencias a manos de agentes de la Policía Nacional Civil (PNC) en su paso por Guatemala siguen haciéndose presentes en sus relatos y me hacen pensar en la necesidad de establecer, con organizaciones relacionadas con el tema, un observatorio sobre derechos humanos de los migrantes en tránsito por Guatemala. No existen actualmente canales para que estas personas puedan visibilizar los delitos de los que han sido víctimas, y esto nos sitúa como país en una posición en la que no podemos exigir ninguna hospitalidad en México ni en Estados Unidos cuando es el propio Estado, a través de sus agentes (en este caso los mismos policías), el que victimiza a los centroamericanos en tránsito por el país y contraviene el Convenio Centroamericano de Libre Movilidad (CA4), firmado en junio de 2006 por los Estados de Guatemala, el Salvador, Honduras y Nicaragua, que establece la libre movilidad de los ciudadanos entre los países firmantes sin más requerimiento que sus documentos de identidad nacional, salvo en el caso de los menores de edad, a quienes se les exige su pasaporte para evitar el tráfico de niños y niñas.
Dejo, pues, la inquietud del observatorio, que puede ser un primer paso para lograr incidencia en el tema y tomar acciones concretas en favor de nuestros hermanos migrantes.
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