Útiles, sin embargo, para demostrar que la política pública como ruta para el bienestar colectivo es una farsa. Aquí, los Gobiernos de turno no son más que rémoras oportunistas dirigidas por tiburones empresariales que, mientras continúan agotando, deteriorando y contaminado nuestro patrimonio natural no han resuelto ninguno de los problemas sociales que mantienen sumidos en la miseria a la mayoría de la población guatemalteca.
La degradación ambiental de Guatemala se acentúa cotidianamente y ahora es peor que en las épocas de Cerezo, Serrano, De León Carpio, Arzú, Portillo, Berger y Colom. Este Gobierno ha llevado los asuntos ambientales de la nación al fondo. Ha desvirtuado absolutamente el ejercicio público ambiental dejándolo, consistentemente, en manos de la incapacidad y la corrupción. Y aunque la corrupción aquí parece insignificante frente al volumen de los negocios en otras carteras, entraña un enorme y profundo impacto ambiental. Mientras eso sucede, nos convocan a presenciar espectáculos públicos nacionales cargados de cinismo. Y por si esto fuera poco, hacen gala de ineptitud en conclaves internacionales con lo cual contribuyen a decorar nuestro reputado subdesarrollo integral.
No vale la pena entonces hacer el intento de establecer el más mínimo diálogo constructivo con semejantes contrapartes a menos que sea para nuevas formas de negociar la naturaleza nacional. Y efectivamente, así se consolida ese esquema de producción degradante y contaminante instalado en el territorio. Esquema arrasador y acaparador que hace gala de su eficiencia –por ejemplo los azucareros– mientras condenan el desempeño de pequeños productores agropecuarios, verdaderos sobrevivientes, arrinconados en tierras marginales que se degradan en paralelo a la degradación de su dignidad.
Fracaso. Eso es la vía institucional para la gestión ambiental, mientras este perverso esquema de producción se mantenga como tal y la burocracia gubernamental se regodee en la corrupción e ineptitud, hoy resplandecientes en todos lados.
Así, a merced del libre mercado internacional y amparados por la realidad del cambio y la variabilidad del clima, se ha instalado una enorme algarabía alrededor de nuevos negocios globales “verdes” que prometen movilizar grandes cantidades de recursos financieros para países como el nuestro, encantados con las limosnas y útiles para satisfacer la necesidad que tiene el sistema económico global de seguir agotando, degradando y contaminando los recursos y la condiciones ambientales del mundo.
No hay salida para la crisis ambiental de Guatemala –y todas las otras– sin una transformación de la economía, de las relaciones de poder y de la calidad del Gobierno. Y eso sólo será producto de un movimiento social transformador que, entre otros impactos, considere en su justa dimensión, el impacto ambiental.
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