Yolanda Aguilar Urizar tenía 15 años cuando fue detenida por la Policía Nacional en frente de la Torre de Tribunales. Ocurrió un día de 1979, mientras repartía volantes del movimiento popular, contrario al sistema dictatorial militar que imperaba en Guatemala.
El padre de Yolanda, muerto en 1975, había sido dirigente de la Democracia Cristiana Guatemalteca, y su mamá, América Urízar, trabajaba, en aquel entonces en la asesoría jurídica de la Central Nacional de Trabajadores (CNT); en 1983 fue desaparecida por el régimen.
Cuenta Yolanda que entendió la gravedad de la situación sólo cuando fue llevada en un carro de la Policía Judicial, amarrada de manos y pies, desnudada y golpeada duramente. El trágico relato de las violaciones y las torturas que destruyeron su frágil dignidad de adolescente en la sede de la temida Judicial, está contenido en el Informe del Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica: Guatemala Nunca Mas, entre los miles de testimonios de la política de represión social que los gobiernos de la época impulsaron para someter a los guatemaltecos que protestaban contra el sistema, callarlos y dominarlos, imponiendo el poder del miedo y de la impunidad.
Después de días interminables de calabozo, capucha de gamezán y todo tipo de abusos, Yolanda quedó embarazada y durante meses ciega. Antes de que la liberaran, Yolanda pasó dos semanas en un centro de menores, en donde la directora, de apellidos Porta España, permitía que se reprodujeran las mismas dinámicas de violencia y maltratos que imponía la Policía en las calles y en los centros de detención; favorecía la promiscuidad sexual entre niñas y adolescentes “utilizadas” por el personal adulto del centro. En ese lugar, Yolanda conoció a chicas drogadictas y alcohólicas que entraban y salían del establecimiento y que se habían vuelto colaboradoras de la directora, informantes de lo que sucedía afuera de la casa.
Ahora, más de 35 años después, y tras un largo y lento proceso de sanación gracias al que logró trascender su experiencia desde la mirada de víctima a la de sobreviviente, Yolanda recuerda que lo sucedido en el centro de menores, después de las torturas de la Judicial, fue un aviso para ella y para todas las detenidas: “Si salís de aquí, no vas a poder contar nada de lo que pasó”. Entendió que las condiciones sociales de ese entonces estaban preparando el terreno a la política de terror de Estado de los años ’80; que la represión policíaca se endurecía más, y que ninguna persona, aunque fuera una niña o una adolescente, hubiera podido considerarse a salvo de la violencia arrastrante de los gobiernos militares.
En la actualidad, el Archivo Histórico de la Policía Nacional conserva tres antiguas recopilaciones de fotos carné de mujeres detenidas desde los años 60, cuyo nombre, “Álbum fotográfico de delincuentes”, resume la campaña de represión indiscriminada que el Estado perpetuó en contra de la población para mantener el orden y la seguridad por las calles de Ciudad de Guatemala. Entre sus páginas desgastadas por el paso del tiempo, se descubre que muchas mujeres fueron detenidas, agredidas y abusadas, por todo tipo de motivos, no sólo políticos: desde los insultos al hurto, los malos tratos, la violación de correspondencia, el fraude al fisco, la indocumentación, la prostitución, y por medidas de seguridad, en el caso de militantes de sindicatos u organizaciones guerrilleras.
Después del relato de Yolanda, es fácil imaginar que no todas de estas acusaciones fueran fundamentadas y que, probablemente, la razón de la detención correspondía más a un deseo de venganza, humillación o abusos sexuales sobre mujeres que, en su mayoría, tenían orígenes humildes y, por eso, eran altamente vulnerables frente a la imposición de la fuerza promovida por el Estado y ejecutada por sus representantes.
En esta galería de rostros jóvenes, viejos, despeinados, arreglados o maquillados, destacan muchas, demasiadas, caras de niñas y adolescentes denunciadas por prostitución, consumo de drogas, hurto y por medidas de seguridad. Se sabe, en la mayoría de los casos, sus nombres y, muchas veces, la acusación que las llevó frente a un oficial, pero no se sabe nada de su liberación.
Tal vez, la campaña de seguridad del Estado se pueda justificar bajo explicaciones coyunturales, pero la detención e menores de edad tachadas de acusaciones tan graves evidencia la horrible falta de un Estado ciego frente a su pueblo, drogado por el afán de imponer el miedo como única forma de control social.
En ese 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, recordamos a estas niñas, adolescentes, mujeres inocentes que, esperamos, sobrevivieron a los abusos de sus vidas complicadas, a las detenciones y la violencia, esperando que cada una de ellas tuviera la suerte de ser liberada y la fuerza de Yolanda que, durante las torturas más indignantes que se abatieron sobre su cuerpo, nunca dejó de resistir gracias a una única convicción: “Pensé en mi mamá. Yo sabía que lo que yo había hecho lo hacía porque creía en eso, pero para mí el modelo ideal de ser humano era mi madre, era la mujer que me había enseñado por qué hacíamos todo eso, que me había enseñado a luchar por la vida y que me había enseñado que si uno se metía a estas cosas, tenía que ser valiente, pero valiente no en términos de que yo soy la heroína, sino en términos de que la vida valía la pena vivirla”.