Sin embargo creo, y lo digo sinceramente y sin retranca ni ironía, que Mariano Rajoy es una buena persona. Aunque también digo que solo faltaba que no lo fuese.
Quiero decir que tiene buenas intenciones, que es un buen demócrata, educado y conciliador, formado (aunque capaz de decir en un discurso Antonio Machao), con un buen grado de sentido común, que evita la confrontación gratuita y trata de vivir sosegado y sin problemas que lo aturdan, y que el resto lleve una vida similar.
Todas estas características sirven para ser, como mucho, o más bien al menos, un españolito, un ciudadano del montón, como puedo serlo yo, que no es algo para nada desdeñable. Pero, desde luego, no para ser presidente de un país tan particular como este.
Porque sus puntos fuertes como ciudadano del montón no son suficientes para liderar con solvencia a un país, y lo convierten en una persona absolutamente inapropiada para ejercer un cargo de tanta responsabilidad y sujeta a tanta tensión y tan grande carga de trabajo en entornos tan sumamente agresivos como los actuales.
Es decir, estamos ante un político supuestamente bienintencionado y mediocre, superado ampliamente por las furiosas circunstancias. Porque no es resolutivo. Y si lo es, de forma puntual, decide de forma errónea. Porque se arrodilla ante los poderosos y ningunea o maltrata a los ciudadanos. Porque ha mentido alevosamente sobre sus verdaderas intenciones antes de llegar al poder. Porque, a la luz de los acontecimientos, no ha sabido rodearse de las personas adecuadas para gestionar su mandato. Y porque ha dilapidado toda la credibilidad que en algún momento pudo tener entre la población, la unión Europea y los mercados con su errática forma de gobernar.
Quizá por todo eso, la primera rueda de prensa como jefe del gobierno español en solitario la dio este pasado lunes, cinco meses después de haber tomado posesión. Pero el encuentro con los periodistas no se produjo ni en sede parlamentaria ni en La Moncloa, la residencia oficial del presidente, sino en Génova, la sede en Madrid del Partido Popular.
Entre otras muchas cosas, no sabemos si fruto de una inmensa ignorancia o por una despreciable hipocresía, Rajoy afirmó con rotundidad ante los medios que el hecho de que la prima de riesgo española esté por encima de los quinientos puntos básicos desde hace casi una semana no tiene nada que ver con toda la incertidumbre que el desmoronamiento de Bankia ha acarreado tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Tampoco parece demasiado ejemplar ni coherente que al Presidente no le parezca relevante ni urgente montar una comisión parlamentaria de investigación para depurar las responsabilidades que de la quiebra del banco puedan extraerse. Sobre todo teniendo en cuenta las supuestas intenciones de propagar la transparencia en la política que su ejecutivo está llevando a cabo a través de una nueva legislación.
Y asusta que nuestro presidente insista tanto en que ni España como país ni su sistema financiero van a ser rescatados. Porque lo dice de tal forma, que sus palabras solo pueden ser creídas en la medida en que se creen las cosas que devienen de la fe, sin basarse en la experiencia demostrada.
Pero hay más… Por ejemplo, en la rueda de prensa posterior al consejo de ministros de hace dos viernes, la vicepresidenta aseguró que la inyección en Bankia se haría a través de préstamos que, según ella, serían devueltos al Estado sumados a los pertinentes intereses resultantes. Menos de 24 horas después, Ignacio Goirigolzarri, el sustituto de Rato en la cúpula de Bankia, corrigió a Sáenz de Santamaría y afirmó que la inyección se traduciría en capital en el accionariado del banco y que, por tanto, ese dinero no sería devuelto a las arcas públicas como ocurre en los préstamos.
El propio Mario Draghi, presidente del BCE, aseguró hace dos días en Bruselas que el caso Bankia era un buen ejemplo de cómo se puede llegar a subestimar el problema de la sostenibilidad del sistema financiero español, y cómo este hecho se puede volver como un peligroso boomerang contra un gobierno y todo un país.
En fin… De que Zapatero decepcionó al mundo y a sus votantes y enfadó a la masa social del Partido Popular no hay ninguna duda. Pero con Rajoy no ha pasado algo muy distinto y ha quedado patente que es más de lo mismo. El problema es que tan solo han transcurrido cinco meses de legislatura y aún restan más de tres años y medio de desconfianza, pasos en falso y asedio de los mercados.
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