Día tras día le contestaban: «Ahora no, nene. Mañana te lo damos». Y con esa promesa, y confiando en sus padres, él se quedaba tranquilo hasta el día siguiente, cuando le volvían a decir lo mismo. No hay duda de que Giovanni era un niño bueno.
Guatemala es la capital internacional del inmovilismo. No se toman decisiones. El político y el burócrata llegan a su puesto apostando a que a ellos no les tocará tomar decisiones importantes. El famoso costo político en el cumplimiento de sus obligaciones lleva al funcionario a evitar enfrentarse con las élites, con las bases sociales, con los sindicatos.
Estoy convencido de que gran parte de los problemas sociales, económicos, sindicales, laborales, agrícolas y políticos tienen su origen en una débil estructura de servicio civil, en la cual el burócrata llega al puesto la mayoría de las veces con un contrato de servicios profesionales, en una precariedad laboral evidente y como premio por haber estado próximo a un invitado de honor del candidato-caudillo ganador.
Naturalmente, este funcionario eventual del ministerio o este amigo del candidato que llega de casualidad como ministro, secretario, comisionado o director no quiere tener problemas con nadie. No se va a pelear con nadie y va a buscar que sus decisiones no le provoquen enemigos innecesarios. Este burócrata accidental nunca estará dispuesto a pelearse con las élites, los empresarios, los sindicatos o los sectores populares. A todos les dirá que sí y no tomará decisiones para evitarse problemas. No reglamentará el uso del agua. No reglamentará las consultas comunitarias. No transparentará el uso de las frecuencias radioeléctricas. No sancionará trasgresiones a los procedimientos. No velará por que se cumpla con las leyes y los reglamentos para el acceso a la educación sexual ni promoverá el conocimiento de los derechos sexuales y reproductivos de los jóvenes. Firmará cualquier pacto colectivo con los sindicatos.
No conviene pelearse con nadie, piensa el señor director. Que vea qué hace el que venga después. Yo calladito me miro más bonito. No me muevo porque me decapitan.
Con una burocracia fuerte y de carrera, con unos procesos definidos, con una mística en el servicio público y sabiendo que el cumplimiento eficiente de las atribuciones del puesto conlleva un crecimiento dentro del organigrama administrativo, el funcionario puede tomar sus decisiones sin que le importe el costo político.
Por otra parte, con una buena Ley Electoral y de Partidos Políticos, los cargos de elección y su cuerpo ejecutivo principal (ministros, viceministros, secretarios, directores, presidentes de entidades autónomas y otros) llegarían con un programa electoral claro, sistemáticamente elaborado, y con un mandato claro para cumplirlo. Además, el partido político en el poder tendría una base de filosofía política ampliamente conocida y discutida por sus militantes, por su cuerpo de dirección y por los electores que los votaron. Si bien el cumplimiento del programa podría provocar reacción en la oposición, esta sería contrarrestada con un apoyo legislativo y popular con base en su ideario básico.
En Guatemala carecemos de ello. Por eso cuesta que se tomen y realicen todas las decisiones administrativas, hasta las más sencillas. No vaya a ser que algo se le haya pasado por alto al más bajo de los funcionarios del escalafón. El funcionario debe asegurarse de que la resolución que redactará no molestará a nadie, ni a su jefe directo ni al jefe del departamento ni a la persona que lo puso allí ni al director ni al amigo del director ni a la novia del alcalde ni al asesor del viceministro ni al mismísimo señor presidente constitucional de la república de Guatemala. Y eso sí es un problema. Por eso, mientras averigua, le dice a la señora que llega a ver su trámite: «Mire, pues, señito. Ahorita no. Pase mañana».
Y mañana nunca llega.
Más de este autor