En el proyecto en que trabajo y con la autorización legal de los padres, ofrecemos una residencia, donde de lunes a viernes se ofrece una vivienda segura para que niñas estudiantes tengan la oportunidad de continuar sus estudios sin caminar solas grandes distancias o cargar con responsabilidades de mujer adulta, como culturalmente sucede. Las niñas beneficiadas reciben alimentación saludable, formación integral, tutoría escolar, acompañamiento psicológico, atención médica y dental.
Cuando las niñas vienen de aldeas lejanas, muchas veces con un deficiente nivel académico y un escaso español, se convierten en presas de burla para compañeros y algunas veces hasta docentes. Para evitar este acoso, contamos con la colaboración de un colegio particular que ofrece acompañamiento especial para ellas. Obviamente, también socializan con niños y niñas de diferente nivel socioeconómico, lo que trae cambios en su percepción del mundo.
Aura era una niñita de una de esas comunidades olvidadas. Fue inscrita por primera vez a la escuela cuando parecía tener nueve años (en realidad tenía más). Una vez volvió del colegio con un sobre que contenía una invitación a una celebración de cumpleaños. Se la veía confundida. Mientras extendió la mano para entregarme la misiva, me explicó:
-Dice la Marta que me invita a su “cumpliaño”, pero yo no sé qué es eso. ¿Decime tú?
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Como me pasa con regularidad, mi burbuja de privilegios explotó una vez más. No soy tan narcisista para llamar privilegio al hecho de tener una cultura diferente, pero lo que si definitivamente es un privilegio es tener acceso a celebrar tu vida junto a familiares y amigos; poder ofrecerles un delicioso refrigerio, recibir presentes y compartir con esas personas que celebran tu existencia, es un lujo. Hablamos al respecto: le conté sobre esta costumbre ladina. Me preguntó su edad y buscamos en el certificado de nacimiento: ¡Ella estaba por cumplir doce!
Fue por esta piñata que la pequeña Aurita me enseñó que muchas de las situaciones cotidianas que algunos de nosotros damos por sentadas, no suceden para los niños y niñas de comunidades rurales.
Unos meses más tarde, noté movimientos sospechosamente inusuales en el grupo de niñas que duermen en la residencia estudiantil y el pequeño Nehemías, hermanito de Aura. Entraban y salían de su habitación, eufóricos, llevando y trayendo en las manos diversidad de materiales para manualidades, diciéndome que «preparaban una sorpresa».
Justamente, dos días después, una comisión llegó a casa y con toda la solemnidad me hicieron entrega de un sobre con una invitación manuscrita para celebrar el “cumpliaño” de Aurita. Muy emocionados me contaron que habían fabricado con sus propias manos una piñata. Que habían reutilizado materiales en complicidad con Seño Sandra, la casi sacrosanta directora de la biblioteca. Nehemías me contó que su anciano padre le había dado cinco quetzales hacía unos días y que con ello, habían planificado en un inicio, comprar dulces para la piñata, pero tuvieron que comprar pegamento para terminar de trabajar. Esa fue una buena oportunidad para que yo pudiera colaborar con la causa.
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Dentro de las donaciones que nos envían, recibimos ropa para niños y niñas que es distribuida dentro de nuestros estudiantes. El resto se coloca como bazar, por un aporte simbólico, para dar oportunidad a otros niños. Fue en el bazar donde Aura encontró un hermoso vestido, digno de la celebración, que su hermanito le compró por cincuenta centavos.
La fiesta fue increíble, aunque aún no estoy segura si creamos una necesidad inútil . Lo que sí sé es que para Aura y sus amigos, celebrar su vida es una meta. Ahora lo hacemos a través de los almuerzos del programa de nutrición. El cumpleañero pide su comida favorita y ese día compartimos todos. Algunas veces los gustos son algo exquisitos, como Nehemías, que pidió mojarras fritas y el resto de la semana nos tocó almorzar hierbas. Hoy comeremos pizza. Lo importante acá es que la convivencia y el intercambio cultural nos enriquece cada día.
Después de conocer estas realidades, nunca más se vuelve a ser el mismo.
Somos afortunados de tenernos unos a otros.
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