Uno que recuerdo muy bien fue cuando un conductor de un automóvil atropelló a un señor que vendía helados. Iba el heladero empujando con esfuerzo su carrito lleno de sandwichitos, Morenas y Cornettos en el famoso Tobogán. A lo lejos se escuchaba el tilín tilín de la campanita de su carrito anunciando una dulce promesa para niños y adultos. El tilín fue cortado inesperadamente por un chillar de llantas y un quejido. Un auto se salió de su carril y embistió con furia al heladero.
En mi mente puedo imaginar al heladero volando por los aires con su carrito y sus paletas de colores como si fuera un Guernica contemporáneo, con trozos de dolor esparcidos por todos lados. El heladero murió. El que lo mató se dio a la fuga. Nadie reclamó la vida perdida. Quizá solo los niños de la zona extrañaron su ausencia.
Accidentes como este inspiraron a las autoridades a tomar cartas en el asunto. En un momento de inspiración y empatía colocaron aquel cartel, que solo sirvió para que algunos se lo pasaran por el arco del triunfo.
Un día venía en el carro con mi hija, que en ese entonces tendría unos cinco años, y leímos el rótulo en voz alta: «No corra. No mate». Para sorpresa nuestra, la chiquilla agregó: «Y si mata, corra». Nos quedamos mudos, boquiabiertos, sin saber qué decirle. Era cierto. Esa era la cruda realidad.
Ahora ya no está el cartelito, pero se sigue aplicando la misma lógica. Mate y corra. Eso hizo el joven Meda hace unos días. Con apenas 25 años, él sabía que tenía que huir. Eso fue lo que le indicó su instinto.
Esa misma semana, otro conductor atropelló al pastor de cabras de zona 1. El cuerpo inerte del señor quedó en el pavimento. Sus cabras escoltaron sus restos. El conductor que lo atropelló se dio a la fuga.
No pretendo hacer teoría sociológica para explicar por qué es una práctica en este país que la gente que comete un delito se dé a la fuga. Hasta la frase misma de darse a la fuga me suena extraña e incomprensible. ¿Qué clase de ser humano causa un daño a otro ser humano y huye después? ¿Tan poco valor les damos a nuestros semejantes? ¿O quizá creen que son seres humanos de distinta categoría?
Me parece que en el hecho de huir hay una certeza de impunidad.
Cuando éramos pequeños y hacíamos alguna travesura, mi mamá nos nalgueaba. Sus manos eran grandes y pesadas, acostumbradas al ordeño diario, a moler maíz y a picar leña. Una nalgada de mi mamá era peor que un cinchazo. El relieve rojo de sus dedos quedaba marcado en la piel como un sello ardiente, como un hierro hecho a mano. El miedo a la paliza nos detenía en nuestras diabluras.
Así como la Cicig y el MP han hecho creíble que quien delinque será capturado y llevado a juicio, así mismo darse a la fuga debe dejar de ser una opción. La certeza de que el que huye será castigado tiene que ser real. Matar y correr no debe ser una opción.
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