Dentro de esta lógica, al insertar una variable ajena (Cicig) a la estructura corrupta se provoca un incendio. Porque el resto de los componentes, si no estaban ya podridos en su mayoría, se habían acoplado a una pasividad semejante a una complicidad. Caímos en el cinismo como chaleco salvavidas para aliviar la sangrienta realidad.
El componente externo, como una medicina, empieza a aniquilar ciertas partes que están gangrenadas. Claro que para hacer un verdadero cambio habría que irse a verbos como refundar, o sea, volver a sembrar el árbol, pues vemos, no es difícil saberlo, que es ya prácticamente una planta seca, marchita, un chirivisco.
Pero este es un problema porque no hay una organización establecida que pueda tomar el control del aparato estatal, sino que la siembra está empezando a regarse. Recién comienzan a articularse movimientos en ciertas áreas urbanas que tienen el reto de ponerse de acuerdo con las entidades campesinas, las estudiantiles y los empresarios decentes para conformar esta mayoría alternativa.
Lo que permite la Cicig es acelerar este proceso porque, al golpear la estructura, esta se descompone. Y sucede que la gente quiere huir, otros buscan ser colaboradores eficaces y los demás se van a esconder a donde puedan. Pero queda un espacio abierto que debe ser ocupado por la sociedad. Ahí está la opción para ir depurando las instituciones y modificarles el objetivo por el cual actúan.
El ejemplo es la SAT. Se sacó a una mafia organizada desde hace mucho, que tenía ya una red con empresas desfalcadoras, y ahora ingresó un técnico que conoce cómo operan estos grupos criminales no solo para terminar de debilitarlos, sino para refundar (de nuevo el verbo) uno de los organismos públicos más relevantes, ya que es de donde se nutre el Estado para funcionar.
La idea es que la sociedad civil se fortalezca apoyando las investigaciones y los cambios legislativos para que cada vez se vayan ocupando más puestos que tradicionalmente han sido controlados por las mafias, que tienen muchas caras, pero que han estado utilizando el aparato público para favorecer a unas minorías.
Pero esto no es nada fácil porque los grupos que se sienten amenazados rápidamente brincan y salen por otro lado con una cabeza distinta. No se van a dejar vencer fácilmente. Ahora vemos cómo se han empeñado ciertos sectores en atacar a la comunidad internacional con el objetivo de debilitar los procesos que han afectado a intereses fuertes (derechos humanos, Aceros de Guatemala), bajo un escudo nebuloso que llama a reivindicar nuestras raíces guatemaltecas.
El discurso de la soberanía sale en momentos críticos. Se recuerda el tema de Belice cuando hay una crisis: ¡recuperemos Belice! Y el orgullo se inflama. Un amigo periodista argentino me contó su historia de cuando fue soldado en las Malvinas y de cómo al regresar escribió su relato en primera persona, que le dio la vuelta al día en ochenta mundos, como diría nuestro querido autor, y a partir de allí abrazó el periodismo como primer y único amor. El éxito de su crónica, además de la seductora prosa, fue que expuso que la guerra de las islas Malvinas, una batalla perdida contra Inglaterra antes de haberse empezado, era una cortina de humo colocada por la dictadura argentina para beneficiarse de un severo conflicto económico que se vislumbraba. De ese modo, sabían —lo saben muy bien— que apelar al nacionalismo es la mejor opción para ganarse a las eufóricas masas huérfanas de todo cuando la cosa se les pone peluda.
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