Al mismo tiempo, en una radio se escuchaba una hermosa lectura enviada por un escritor llamado Miguel Angel:
«Chupadas y dobladas estaban las esquinas de las páginas de las versiones anuales del ‘Libro almanaque escuela para todos’, que nunca paré de leer, dado que tenía chistes, poemas, instrucciones para hacer un juguete y cosas que satisfacían la curiosidad de mi incauta pero vivaz infancia.
Tal vez para la mayoría de las personas las letras, las palabras, las frases y los párrafos son cosas como ‘normales’ ¿No?: las vemos a diario, las interpretamos casi naturalmente. Vivimos el mundo no solo desde nuestras propias vivencias, sino desde la lectura. Es como tener un sexto sentido, uno que nos permite descubrir un mundo que no podríamos conocer de otro modo; desde algo que podría salvarnos la vida, hasta algo que sólo estará siempre en la imaginación de otros
Julieta nació en mundo rural. Distante, pero envuelto en las maravillas de la naturaleza y la rutina del sol y la cosecha. La escuela no era algo así como normal y menos para las niñas. Los años se hicieron rutina y se acomodaron en una edad adulta. La rutina cotidiana le daba algo de seguridad: ganarse la vida, pues no se trataba de interpretar el mundo… ¡Simplemente, no hacia falta! Con sobrevivir en su burbuja de realidad, era, según ella, suficiente.
Pero no siempre era así. Cuando iba al mercado del pueblo, lo que veía y no podía comprender le refrescaba esa rabia interior y sobretodo frustración, que se exacerbaban en esos momentos. Nunca pudo confesar que sentía una absoluta soledad, a pesar de crecer en sociedad. Estaba cansada de aparentar que comprendía el mundo: fingía todo el tiempo de que entendía lo que entendía y prácticamente asentaba la cabeza y decía si a todo lo que le planteaban.
La vergüenza de no comprender la letras era casi insoportable. Por esta razón casi no salía de su lejana aldea, sólo por necesidad lo hacía. Pero la realidad era que siempre, siempre, una silenciosa depresión la agobiada.
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Podría ver las flores, podía escuchar los trinos de las aves, podía escuchar canciones de la radio, Podía, incluso, hasta imaginar una vida mejor en otros escenarios de posibilidades, pero la fotografía del mundo que conocía, ese que ella podía apreciar, estaba Injustamente incompleta. Su autoestima y valoración personal estaban minadas. El colmo es que para la cultura y la política de su pueblo, era preferible que no comprendiera, que no pudiera votar y que no pudiera leer. Y es que, claro, su ignorancia la conservaría convenientemente sumisa y relegada. No podía ser autónoma. Siempre dependía de alguien para interpretar una receta, una noticia, una señal de tránsito, el número o ruta de un bus, el precio de algo o hasta la lectura de un triste epitafio. Lo que para la mayoría es a algo normal, algo natural, para ella, no lo era.
A los 60 años de edad, a través de un programa de alfabetización pudo ver y ordenar las letras que muchas veces había visto. Las que sólo por asociación lógica alguna vez pensó que había comprendido. Su capacidad de asombro salió desde las cenizas, sus ojos se abrieron como nunca antes lo habían hecho…
Julieta pudo leer la fecha del día que le cambió la vida para siempre; pudo calcular su edad no por como se sentía. Por fin logró sumar las escasas monedas de su vieja alcancía. Prácticamente volvió a nacer. ¡Sí, a los 60 años! Luego de que casi se la lleva para la vida. Después de que la vida misma la atropelló con la ‘naturalidad’ de la cotidianidad, el aislamiento y la permanente vergüenza, la recalcitrante depresión y prácticamente la ceguera social.
Al aprender a leer, Julieta por primera vez en su vida pudo verse a sí misma, pudo darse cuenta de que existía, pudo percibir que el mundo siempre fue mucho más grande y lejos de lo que ella alguna vez había comprendido.
Julieta por primera vez fue libre. ¡Por primera vez pudo escribir su propio nombre!»
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