Decía Albita en su declaración, tenía catorce años y, hasta ese día, muchos sueños para su futuro que también le fueron arrebatados. Su violador, un tipejo desagradable y sucio a sus veintiocho sobrevive manejando un mototaxi que ni siquiera es de su propiedad.
«Unos diez minutos después me solté como pude y me fui a mi casa. Cuando llegué me vi mi ropa y estaba sangrando. Me metí a bañar. Estaba temblando, tenía miedo», continuó.
Albita, es buena estudiante. Sus padres la cuidan todo lo que pueden. Hasta hicieron el esfuerzo de pagar una institución privada para que accediera a mejor educación. Su familia es muy unida. Padre, madre, tíos, tías, primos y abuela la acompañaron a poner la denuncia, a hacer el examen forense, al centro de salud para que le hicieran por segunda vez, la prueba de embarazo. Tiene seis semanas, lo supieron hace dos días cuando la niña se enfermó de «gastritis» y la llevaron a un sanatorio privado.
«No, no es mi novio. No, yo no le hablaba. No, no éramos amigos. No, no me gustaba. No, no tuve relaciones sexuales antes de ese día...», continuaba respondiendo a las preguntas de su declaración. Cada pregunta, indiscutiblemente necesaria, golpeaba como puñalada mi pecho. Y eso que no era mi hija. Y eso, que no fue a mí.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —gritaba la madre, notablemente alterada de los nervios, mientras le daba una cachetada.
—¡No es mi culpa, mamita! –susurraba en tono de suplica. Y es que ni ella misma lo sabía.
—Seño, ¿qué podemos hacer ahora? –preguntaba don Ezequiel, el padre, dolorido, confundido…
Don Ezequiel, un caballero, temía que su poca escolaridad no le permitiera actuar correctamente. Dudaba de esa conciencia y don de gente que como él, muy pocos tienen.
Lo único que quería era garantizar que el sujeto no se acercara nunca más a su pequeña. «Nosotros la vamos a apoyar, vamos a cuidarla y a ayudar a la nena», era su única demanda.
El violador los estaba buscando, para «arreglar las cosas». Ellos estaban pensando en llegar a un acuerdo en que el sujeto firmara que no iba a molestarla más o pedir una restricción perimetral para proteger a Alba. El tipo quería dar dinero y casarse. Pero don Ezequiel y doña Berta sabían que el daño no tenía precio. Consideraron el arreglo, únicamente porque don Ezequiel pidió dos días de permiso en su trabajo en la ciudad, para acompañar a su familia.
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Sabíamos que una denuncia es un proceso largo, muy lento, costoso y desgastante, sobre todo para Albita. Por eso había una resistencia tácita a continuar por la vía judicial, aunque todos teníamos claro que es lo que corresponde. El fulano se fue a refugiar a las oficinas de un profesional de dudosa reputación. Los padres, por falta de conocimiento, cayeron en el juego. El notario de poca monta se dedicó a desacreditar a la niña, para que saliera airoso el violador. Pretendía amedrentar a Albita con un ofensivo interrogatorio, pero yo no lo permití. Ofrecía dar unos centavos cuando lo requirieran. Ni siquiera ofreció hacerse cargo de los gastos médicos y viaticos en los que ya se incurrió.
Fueron solamente esas, las barbaridades que decían (violador y abogado) sobre la chica, lo que los terminó de convencerles de la ineludible responsabilidad de denunciar. Tuvimos suerte de ser muy bien recibidos en el Ministerio Público. Falta todo lo demás.
Mientras tanto, la familia del abusador se dedica a divulgar falsedades de la joven. La sociedad provida, encantada despedaza el buen nombre de esa niña, exigiendo que se convierta en lo que no quiere ser.
Albita ya no tiene más ese brillo en sus ojos.
Albita ya no podrá ser veterinaria como soñaba
Albita ya no es niña.
Albita será madre.
Albita llora y yo también.
Albita tiene que parir al hijo de su violador.
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