En este flujo, la migración de mujeres guatemaltecas ha ido aumentando a lo largo de las décadas, como puede observarse en la gráfica a continuación. Sin embargo, la perspectiva de género en los estudios de migración es relativamente reciente. Es en la década de 1980 cuando empieza a incluirse a las mujeres como sujetos a pesar de su creciente participación a nivel mundial [1].
Monzón [2] indica que la migración tiene impactos diferenciados en hombres y mujeres. El proceso de migrar plantea diferentes experiencias, sentimientos, retos, oportunidades y riesgos según se es hombre o mujer. No obstante, esto no sucede en el vacío, y por ello Kearney [3] propone la «teoría de la articulación», que hace énfasis en la relación que existe entre el ámbito doméstico y el capitalismo. En esta perspectiva, la unidad doméstica es el espacio donde a la vez suceden actividades de producción (que perciben ingresos) y de reproducción (nacimientos y cuidado de los miembros y del hogar, no remuneradas). Ambas esferas se traducen en una producción capitalista y en una producción doméstica, que también se expresan en las migraciones, pues el desplazamiento es una estrategia de los hogares para percibir ingresos.
Dicha estrategia se ve diferenciada según la clase o el estatus socioeconómico. Así, para las clases desfavorecidas, la migración es una estrategia de supervivencia, en tanto que para las acomodadas es una estrategia de maximización de ingresos. En ambos grupos, de acuerdo con Gregorio Gil (1998), las mujeres tienen el doble papel de productoras (esfera capitalista) y de reproductoras (esfera doméstica).
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Es en la unidad doméstica donde se construyen las desigualdades de género a partir de las asignaciones de roles diferenciados para los miembros según son hombres o mujeres, donde estas mantienen una doble carga. Asimismo, se organiza el trabajo productor y reproductor de las mujeres, se determina su capacidad de acceso a recursos (económicos, educativos, etcétera) y se definen las relaciones de género en términos económicos, simbólicos e ideológicos. Por tanto, la perpetuación de creencias, conductas, actitudes, etcétera, sobre hombres y mujeres ocurre en la unidad doméstica según la estructura de parentesco, la edad y el sexo de sus integrantes y las relaciones de poder que se generan internamente.
¿Cómo se expresa todo lo anterior en las vidas de hombres y mujeres migrantes? A continuación muestro algunas narrativas derivadas de entrevistas realizadas sobre historias de vida en diferentes contextos guatemaltecos según la etapa del proceso migratorio. Dichas historias han sido publicadas en el libro Yo migrante en 2016 [4].
Como se puede observar en estas narrativas, las mujeres se ven más afectadas por las relaciones de género desiguales. Sus roles como mujeres están vinculados a actividades de cuidado y a obligaciones de pareja y familia. Si bien adquieren autonomía económica en el proceso migratorio, su retorno a sus lugares de origen y su posterior reinserción representan mayores desventajas, pues regresan a un entorno sin posibilidades, donde deben retomar las obligaciones asignadas a su sexo y, además, ser dependientes nuevamente de los ingresos de su pareja. En este sentido, las políticas públicas deben considerar la perspectiva de género para una mayor pertinencia y adecuación a las diferentes experiencias y desigualdades entre hombres y mujeres.
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[1] Gregorio Gil, Carmen (1998). Migración femenina: su impacto en las relaciones de género. Madrid: Narcea Ediciones.
[2] Monzón, Ana Silvia (2006). Las viajeras invisibles: mujeres migrantes en la región centroamericana y sur de México. Guatemala: Project Counselling Service.
[3] Kearney, Michael (1986). «From the Invisible Hand to Visible Feet: Anthropological Studies of Migration and Development». Annual Review of Anthropology (15). Páginas 331-361.
[4] Martínez Rodas, Aracely (2016). Yo migrante. Guatemala: DBuk Editors.
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