Y es que la degradación ambiental en el país es solo una más de las grandes manifestaciones del fracaso institucional. Y cuando se une a las manifestaciones vergonzosas de orden social y económico, pues uno se percata de que este fracaso no tiene solución por la vía que llevamos ni siquiera en 200 años. Más bien las crisis se multiplican y se vuelven más complejas.
Así que, ¿con quién se dialoga respecto a una idea o cuestión de orden ambiental —u otra—? ¿Para qué exprimirse los sesos en sendas propuestas si aquí ni siquiera se entiende e implementa lo básico, lo elemental? Aquellos que formalmente tendrían que hacerlo y que nosotros hemos elegido para gestionar este país, vía las políticas públicas, son, como mínimo, unos grandes ignorantes y pícaros cuyo interés primordial es aprovechar su momento para llevarse lo más que puedan y pasar a mejor vida. Son las máximas autoridades de turno de este país, su séquito de inútiles jugando a altos funcionarios, todos los legisladores, sobre todo aquellos que llevan allí unos 10, 15 o 20 años, y otros encargados de esos remedos institucionales los íconos del fracaso nacional. Pero no se quedan atrás aquellos que, viendo el río revuelto, aprovechan felizmente la ocasión para hacer los más grandes negocios en nombre de la competitividad. Resulta chistoso cuando se los ve con ganas de rasgarse las vestiduras y afirmar que se perdieron millones en negocios a causa de las manifestaciones de aquellos bochincheros que simplemente están procurando sobrevivir y tienen, sobre todo, el valor de hacer lo que otros más acomodados deberíamos hacer: paralizar este país y exigir su refundación.
Pero lo más ridículo, dramático y rayano en la idiotez es pensar que, con esta muestra, que sin duda saldría perfecta frente a cualquier prueba estadística, vamos a obtener algo bueno yendo a emitir un voto en unas elecciones desde ya fracasadas, a juzgar por la oferta que se asoma. Las actuaciones futuras más probables son las actuaciones pasadas, decía el caballero de la triste figura. Allí están los pobres funcionarios del Tribunal Supremo Electoral jugando al gato y al ratón para someter al orden a los más grandes estafadores que podríamos enfrentar. Todos, por supuesto y sin excepción, con un currículo manchado una y otra vez.
La gente de este país ya no debería permitirse una estafa más. Acudir a un sistema de elecciones fallido es validar a nuevos rufianes y aventureros para un nuevo período en el cual, seguramente, el país terminará mas sumido en la miseria y en la vergüenza. Si no existe el valor de frenar desde ya esta farsa nacional en todas las dimensiones, al menos hay que dar una demostración de dignidad rechazando las siguientes elecciones. Por algún lado hay que empezar.
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