Reconfiguración de valores

Y lo ilustraba notablemente un amigo el otro día cuando me decía que, después del 25 de abril de 2015 (tras la primera protesta), la gente pasó de aprobar el enriquecimiento ilícito, incluso rindiéndole pleitesía, a rechazarlo abruptamente.

Este cambio se dio sin planearse, quizá por cansancio. Habíamos perdido tantas veces. Nos engañaron tanto que nos volvimos inmunes a las mentiras. Decía el famoso cartel que se repetía en la plaza: «Nos robaron tanto que nos robaron el miedo».

Tras terminar una guerra seguimos dentro de ella matándonos, lacerándonos, viviendo miserablemente, explotando a otros, en una batalla interminable. Con un miedo a los otros, a los extraños, porque si nos descuidábamos nos iban a robar, a invadir, a hacer sangrar.

Con los casos que se han venido destapando, poco a poco se dieron las muestras del reconocimiento de la verdad —uno de los fines del derecho penal— que develaron finalmente el fracaso de la organización estatal. Una corrupción normalizada con la anuencia tácita de la sociedad.

Esto hizo que saliera la gente a las calles porque se abrió un portal de veracidad al conocer exactamente cómo se robaban el dinero. Algo especulado por todos, pero sin contar con las pruebas necesarias hasta entonces. Esa noción de certeza, ese desengaño profundo, cortocircuitó —de algún modo— la conciencia del país.

Porque, como dije al principio, ahora se defenestra en gran medida a quien esté acusado de corrupción venga de donde venga. La sociedad —por lo menos en discurso— ya no acepta eso. No más hijos de diputados felicitados por ser pilas al lograr un puesto con un gran sueldo sin trabajar. Ya no es cool el empresario que evade olímpicamente los impuestos.

Este desengaño tras saborear la realidad que se negaba condujo al coraje y a la valentía que se requerían para exigir que renunciaran los funcionarios. Pero luego, después del terremoto que se llevó a gran parte de los grupos de poder, hay que empezar a construir sobre otra configuración axiológica (verdad, tolerancia, desengaño, coraje, empatía), que se contrapone a los antiguos valores (miedo, desconfianza, sumisión, engaño, aislamiento).

Estos nuevos principios fueron activados en las manifestaciones donde tantos nos conocimos, donde experimentamos esa fuerza colectiva, esa unión momentánea pero real, que logró hacerles un rasguño perdurable a las añejas conciencias que se oponen a los cambios.

Poco se podrá hacer si no se trastocan las raíces culturales de la sociedad. Hemos sido educados desde hace mucho para actuar indiferentemente, a votar así, a aferrarnos a un barco que no avanza por temor a que otro barco pueda hundirse en el camino.

Rescatar la valentía que rompió con la modorra nos permitirá respirar un aire más fresco que aún no conocemos. Pero hay que arar la tierra, chapear la maleza y empezar a regar las siembras.