Hace unas semanas leí la noticia del fallecimiento repentino de la hermana de una querida amiga. Mariíta ha sido una ser humana maravillosa conmigo: me da ánimos cuando más los necesito, me apoya en cada necesidad del proyecto. Tenemos mucha afinidad de pensamiento y filosofía de vida. De inmediato le escribí para mostrarle mis condolencias por su pérdida. Me contó que su hermana, la doctora Rebeca, radicaba en Boston desde que viajó a sacar su especialidad. Antes de morir estaba próxima a venir de visita de fin de año a Guatemala y que tenían planificado visitar el proyecto en Purulhá, porque siempre habían querido hacerlo. A pesar de que no gusto de ir a velatorios, sentía la necesidad de acompañarla pero el funeral sería fuera del país.
Mariíta, quien me contó que junto a su familia, las hijas y expareja de Rebeca, habían tomado la decisión de solicitar a sus familiares y amigos que en lugar de enviarles flores, realizaran un aporte para las niñas y niños de Purulhá. Estaban seguros de que esto honraría mejor memoria de la Rebeca. Unos días después de nuestra charla, a la cuenta del proyecto entraron algunas donaciones monetarias desde el extranjero, todas decían In loving memory, para Rebeca Alvarez Altalef.
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Una semana después leí en redes que en la ciudad habría una reunión para recordar la vida Rebeca junto a familiares y amigos. Con un poco de pena por poder estar abusando de la confianza, pero con mucho afecto, le pregunté a mi amiga si podía acompañarles, a lo cual accedió conmovida.
Llegué puntual al restaurante, ya habían algunas personas amigos y familiares. Tuve la oportunidad de abrazar sentidamente a mi amiga. Unos minutos después, su padre dio la señal de iniciar a lo que Mariíta de inmediato acedió; comenzó dando la bienvenida y leyendo una emotiva carta que escribió para su hermana. Acto seguido mientras al fondo desfilaban las fotografías de su vida en un proyector, su padre, sus tías, sus primos, amigos y compañeros de estudios, uno a uno narraraban deliciosas anécdotas sobre las perspicaces aventuras de quien fue una niña inquieta pero decidida, segura de sí misma y dispuesta a conseguir sus loables propósitos.
La reunión fue un hermoso reconocimiento a la feliz vida de una médico pediatra sancarlista, que se graduó en Harvard como neuróloga pediatra, una mujer altruista, sensible, generosa, comprometida con su familia y su profesión, cuidadosa de sus seres amados, talentosa y divertida. Yo era la única asistente en esta reunión que no la conoció, pero el homenaje de que acababa de ser parte fue suficiente para reconocer al hermoso ser humano que estaban recordando. Comprendí por qué en su nombre habían solicitado apoyo a los niños de comunidades rurales, en lugar de flores.
Conversando con Maríita me comentaba que ellos crecieron en el centro de dos culturas y dos religiones: católica por el lado de la familia paterna y judía por parte de la familia materna. Uno de los rituales tradicionales dentro del duelo en el judaísmo es el llamado Seudat havra´ah, que es la primera comida que comen los dolientes cuando regresan a casa del funeral y representa una comida de recuperación o condolencia.
«Es una comida privada para familiares inmediatos y no es un evento público de condolencias.
En esta comida, a los dolientes no se les permite comer de su propia comida; en cambio, la comida la proporcionan familiares y amigos, o la comunidad. Esta costumbre permite a la comunidad mostrar preocupación por el bienestar de los dolientes y extender una mano consoladora en el momento de mayor necesidad.»
La reunión a la que asistí, se realizó dentro de esta tradición, pero adaptada a la cultura y momento en Guatemala.
Descanse en paz la doctora Rebeca Alvarez Altalef. Nuestras condolencias a su familia y nuestra gratitud por el apoyo recibido para los programas de educación en la Biblioteca.
Abrazamos sus corazones.
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