Esta no es la primera ni la última ocasión en la que, en los últimos tiempos, los periodistas se desplazan a una rueda de prensa para asistir como convidados de piedra, sin posibilidad de formular pregunta alguna a quien ofrece sus declaraciones.
Si este modo de actuar que está tan fuera de lugar, que afortunadamente aún no se ha generalizado, se ciñese a la actualidad deportiva no tendría ninguna repercusión. El problema reside en que habitualmente este tipo de KAFKIANAS ruedas de prensa sin preguntas se dan en el ámbito político, y eso sií que es peligroso.
En esos casos, el representante de tal o cual partido, el ministro de turno o hasta el propio presidente se sienta ante los medios, lanza su perorata (que es inmediatamente enviada a los medios redactada y por email haciendo inútil la presencia de los informadores) y, ufano, se retira a sus aposentos.
Ahondando en por qué ha empezado a producirse este fenómeno, podemos concluir que, por un lado e increíblemente, parece que la clase política no considera básico, necesario, útil o al menos enriquecedor que los periodistas pregunten en nombre de la ciudadanía sobre sus decisiones y sus manifestaciones. Y algo peor, al parecer no le preocupa que esto se sepa.
Por otra parte, los periodistas podemos no haber sabido posicionarnos como contrapeso con autoridad en estos tiempos en los que el poder no deja de intoxicar, esquivar o amoldar la realidad y o prescindir de la opinión de sus ciudadanos mientras se nos cuelga la etiqueta de "consumidores" o “votantes” en lugar de la de "personas".
También puede ocurrir que todo sea fruto de una trágica combinación de ambos factores y de alguno más. En cualquier caso, al menos desde el ámbito de los medios de comunicación, ya se ha alumbrado una corriente de opinión y protesta que bajo el eslogan "Sin preguntas no hay cobertura", pretende que regresemos sin excepciones a las ruedas de prensa en su original y necesario formato de pregunta-respuesta.
Mientras tanto, políticos como Mariano Rajoy, uno de los que puso en boga esta ridícula forma de actuar, continúan considerando que es más importante lo que quiera decir que lo que les podamos preguntar. Aunque en ocasiones la cosa se agrava cuando, no es que no se permitan hacer preguntas, sino que se envía a un portavoz a la rueda de prensa en lugar de acudir en persona. O, incluso, en el peor de los casos, no se convoca tal encuentro con los medios aunque se produzcan situaciones límite en las que comunicar y dar la cara resulta fundamental.
Por ejemplo, el propio Rajoy permaneció sin salir a la palestra durante un buen número de días una vez obtenida la presidencia. En ese tiempo convulso se limitó a comunicarse con el mundo a través de su cuenta de twitter a pesar de que era patente la necesidad de hacerle saber a la ciudadanía los puntos fundamentales en los que trabajaba el gobierno entrante.
El periodismo declarativo puesto en circulación hace muchos años, sumado a la creciente tendencia al buenismo, la docilidad y la rebeldía de salón de los periodistas ya resulta suficientemente vulgar y dañina como para darle a nuestra maltrecha profesión esta vuelta de tuerca siguiéndoles el juego a los políticos, multiplicando sus cada vez más impostados, banales, simplistas, cínicos, demagógicos y tecnócratas discursos.
Que la clase política trate de restarle poder al periodismo para que no actúe como notario ante sus decisiones y no alimente la crítica es desolador, aunque comprensible. Pero que los medios de comunicación no hagan algo al respecto es intolerable. Solo en nuestras manos está no conceder ni un centímetro o claudicar, evitarlo o acelerar ese proceso.
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