Daniel Fernández respondió a mi último artículo. Es una lástima que haya sido una oportunidad perdida para enseñar con el ejemplo cómo mantener un debate académico de altura. ¡Qué diferencia con Ramón Parellada! Él dejó claro que su intención no era sumarse al insulto, que la discusión no representaba a la UFM y que su intención, a título personal, era sumarse a criticar mi análisis. ¿Qué respondo a sus críticas?
Desarrollo y exportaciones industriales
Algunos de los que se oponen a la devaluación suponen que no importa lo que ocurra con el tipo de cambio, pues igual empleo se generará ya sea con importadores o con exportadores. Esto es lo que James Buchanan llama el supuesto de igualdad, es decir, el hecho de que no hay diferencia importante entre distintas actividades económicas.
Sin embargo, en términos de desarrollo económico no es lo mismo tener 100 000 obreras industriales que tener 100 000 vendedoras de ropa. Las obreras están en un sector transable (puede exportarse) y sujeto a economías de escala (duplico la cantidad de trabajadoras y puedo incrementar mi producción más de dos veces, que mis costos promedio se reducen con más producción). Además, afronta competencia internacional y, por lo tanto, mayor presión por mejorar la capacidad técnica del trabajador. De hecho, dada la competencia internacional, hay evidencia de que la productividad en el sector industrial tiende a igualarse entre distintos países (es decir, promueve brincos de productividad para los países en desarrollo). Suponer convergencia incondicional, como la llaman los economistas, para todos los sectores económicos resulta un error. Esto no sucede con la venta de ropa o, en general, con el sector no transable. Por eso es difícil que el desarrollo se logre de la mano de dichos sectores.
Desarrollo y tipo de cambio de mercado
El tipo de cambio responde a la oferta y a la demanda de dólares de la estructura económica actual, no a la estructura económica que necesitamos para desarrollarnos. Responde a lo que ocurre hoy con los migrantes, el café y el azúcar, no a lo que necesitamos para incentivar una industria sofisticada de exportación. Este problema es equivalente a los que se dan cuando los precios no internalizan los costos de contaminación a terceros. Por eso puede resultar un error costoso que nos quedemos de brazos cruzados cuando en Guatemala sufrimos del mal holandés, nuestros competidores gozan de devaluaciones y el Banco de Guatemala está limitando su liquidez. Así pues, es necesario discutir cómo la política cambiaria puede reducir los problemas para un sector clave de la economía guatemalteca.
¿Es la devaluación suficiente?
Claro, el tipo de cambio no lo es todo. De hecho, el origen del debate es reconocer que una devaluación tiene que realizarse de cara a la de otros países y a los problemas del mal holandés vinculados con las remesas. En este contexto, al promover una devaluación, lo que se busca es proteger sectores económicos que pueden ayudar a Guatemala en su desarrollo económico. Pero está claro que no es suficiente para generar todo el desarrollo subsecuente.
Hay reformas que implican corregir políticas económicas, como lo he argumentado al defender la propuesta del salario mínimo diferenciado. Sin embargo, ni siquiera en eso puede haber acuerdo con Daniel Fernández y su grupo, como es evidente con la publicación de su colega Clynton López.
Pero yo voy más allá de pensar que el tema es un problema de corregir decisiones políticas. También es un problema de insuficientes buenas políticas. Temas como inversión pública en investigación y desarrollo, en infraestructura y en capacitación técnica deberían estar al frente en la agenda económica del país. Dudo que él, desde su postura no intervencionista, pueda estar de acuerdo con estas ideas.
¿Es la devaluación un monstruo empobrecedor?
Volvamos al punto que genera la principal controversia. Daniel Fernández dice que «devaluar solo genera pobreza e inflación». Sin embargo, la misma evidencia que él presenta no ayuda a su conclusión. Por ejemplo, entre 1952 y 1961, en Taiwán, la devaluación fue cercana al 300 %. Dado que lo que nos interesa es la devaluación real (ajustando por inflación), podemos ver (en su gráfica) cómo el efecto de dichas políticas dura hasta 1973, cuando la crisis petrolera termina afectando la inflación taiwanesa. Esto implica que Taiwán contó con 20 años para el crecimiento de su industria exportadora. ¿Qué ocurrió? Pues que durante dicho período las exportaciones taiwanesas lograron ascender a un 40 % del producto interno bruto (PIB). En dicho período, el ingreso por persona en Taiwán creció un 254 % (no se empobrecieron). Mientras tanto, en Guatemala, con un tipo de cambio fijo y una continua apreciación del tipo de cambio real (con inflaciones acumuladas mayores a la devaluación acumulada), solo se logró un crecimiento del 51 %. La experiencia coreana arroja la misma intuición (aunque allí es más complicado el análisis porque hay subsidios a industrias exportadoras y hubo mucha menor disciplina fiscal). En todo caso, dos países con claras políticas de tipo de cambio competitivo durante 20 años lograron ser más ricos, no más pobres.
Está el caso de América Latina. Sin embargo, en su segundo artículo, Daniel ya no lo menciona. Supongo que reconoció que las grandes devaluaciones no fueron nunca un objetivo, sino reajustes vinculados con las crisis impulsadas por déficit fiscales que a su vez impulsaban grandes inflaciones. Un tipo de cambio competitivo no estaba en las discusiones latinoamericanas.
El otro caso discutido es Alemania. Yo argumenté anteriormente que, a partir de la devaluación del 20 % respecto al dólar en 1949, Alemania logró incrementar sus exportaciones de 1948 a 1959. De hecho, en esos años las exportaciones alemanas a Estados Unidos se incrementaron de 32 a 913 millones de dólares estadounidenses.
Daniel hace bien en señalar que dicha devaluación no es toda la historia, pues el marco alemán se apreció respecto a la libra esterlina, ya que esta se devaluó respecto al dólar en un 30 %. Ahora bien, a pesar de esto, las exportaciones al Reino Unido se incrementaron en dicha década de 95 a 396 millones de dólares. ¿Cómo es posible? En parte, porque los déficits fiscales ingleses generaron una inflación anual mucho mayor: 4.0 % versus 1.9 % en Alemania (a ese ritmo, los alemanes recuperaron su tipo de cambio real competitivo en menos de cinco años). Una historia similar ocurrió en el resto de los países europeos. Aun cuando algunos adoptaron una mayor devaluación que Alemania, sus déficits fiscales los llevaron a tener inflaciones mayores a la alemana, lo cual les permitió contar con un tipo de cambio real mucho más competitivo en cuestión de uno o tres años. De ahí que sus exportaciones a Europa Occidental (excluyendo Inglaterra) hayan pasado de 533 a 5 193 millones de dólares. Pero ojo. Sin esa devaluación alemana, el tipo de cambio real alemán (incluyendo inflación) habría tardado más de una década en volverse competitivo y seguramente el crecimiento económico alemán habría sido mucho más lento. Ello habría hecho más difícil incrementar la productividad alemana porque habría sido poco rentable invertir en tecnología y capital.
Conclusión
El problema con las críticas es que inmediatamente equiparan devaluaciones con la monetización de déficits fiscales, que llevan a inflación y a los problemas latinoamericanos del pasado. Pero no es de eso de lo que estamos hablando. Ni Taiwán ni Corea se empobrecieron por mantener tipos de cambios competitivos. Al contrario, se volvieron mucho más ricos que Guatemala. Alemania, gracias a la devaluación y a buenas políticas fiscales, mantuvo un tipo de cambio competitivo respecto a sus vecinos, lo que le permitió que sus exportaciones crecieran durante 1950. ¿Por qué es posible todo esto? Porque no todas las actividades económicas generan las mismas posibilidades de desarrollo económico.
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