«La industrialización y el capitalismo son procesos difíciles de datar, pero ambos no van más allá de los tres siglos. En la perspectiva de la historia de la especie humana, que es de unos 200 000 años, la época moderna representa entonces casi un suspiro, un instantáneo abrir y cerrar de ojos. La crispación que hoy se vive se debe, fundamentalmente, a lo ocurrido en los últimos 100 años, un lapso que equivale solamente al 0.05% de la historia de la especie humana».
«El siglo XX ha sido la época de la consolidación del mundo moderno, industrial, capitalista, racional, tecnocrático, basado en el uso del petróleo y de otros recursos minerales como el carbón, el gas y el uranio, y en su expansión por todo el planeta».
«Hoy, tres o cuatro siglos después, la idea de la modernidad como sinónimo de progreso, bienestar, seguridad y paz comienza a ser cuestionada, de la misma manera como se cuestionan los principales pilares del mundo moderno: la ciencia y la tecnología en su versión dominante, la vida profana y racional, la supuesta superioridad del individualismo y, por supuesto, los valores propagados por la civilización industrial, entre los que destaca una obsesión por dominar a la naturaleza y una manía, reproducida en todos los ámbitos y niveles, por el crecimiento económico, la acumulación de riqueza o poder y una fe ciega en el mercado y en la tecnología».
“El paraíso que ofrecía la civilización industrial es hoy una realidad reducida a un número limitado de seres humanos. Las tendencias del mundo globalizado han echado por tierra la promesa de un mundo mejor, con más progreso, justicia y seguridad para todos los miembros de la especie humana. La utopía industrial se encuentra hoy seriamente cuestionada, pues ni el mercado ni la tecnología, ni la ciencia en su versión dominante, han sido capaces de ofrecer a los seres humanos las condiciones de bienestar y calidad de vida previamente vislumbrados. Por el contrario, cada vez aparece más nítida la imagen de un mundo donde la injusticia, la desigualdad, la incertidumbre y el riesgo se han vuelto comunes».
«Vivimos entonces una crisis de la civilización industrial cuyo rasgo primordial es ser multidimensional, pues reúne en una sola trinidad la crisis ecológica, la crisis social y la crisis individual, y dentro de cada una de estas toda una gama de otras crisis. Esto obliga a orquestar diferentes conocimientos y criterios dentro de un solo análisis y a considerar sus ámbitos visibles e invisibles. Se equivocan quienes piensan que la crisis es solamente económica, tecnológica o ecológica. La crisis es múltiple y tiene como su expresión suprema el calentamiento global, el cambio climático, que amenaza con el colapso de todos los procesos del planeta Tierra».
«Esta amenaza, que pone en entredicho todo el andamiaje de la civilización industrial, requiere repensar los principales postulados y valores del mundo actual». Algunos de los mencionados son: i) saber coexistir con la naturaleza y con sus procesos en todas las escalas; ii) vivir sin petróleo y sin los otros combustibles fósiles (que son la causa principal del desbalance climático); y iii) construir el poder social como contrapeso al poder político y al poder económico (lo cual supone, entre otras cosas, decirles adiós a los partidos políticos, a los bancos y a las gigantescas corporaciones). ¿Se puede hacer esto en el marco del capitalismo? ¿Cómo? El doctor Toledo piensa que no.
«... la única corriente que logra realizar una crítica completa de la civilización moderna es aquella que, sin proponérselo, se finca en lo que podemos denominar una ecología política. Esta parte de un principio formulado en la década de los setentas…». «… las transformaciones sociales ya no pueden explicarse a partir de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, sino entre esas y las fuerzas de la naturaleza…».
Sin ser un campo de conocimiento consolidado, sino más bien una nueva área en construcción, la ecología política intenta analizar los conflictos desde una perspectiva que articula las relaciones entre la naturaleza y los seres humanos con las relaciones sociales mismas.
No voy a salirme por la tangente, pero debo revalorizar este planteamiento en una de sus facetas y a la luz de lo que sucede en muchos lugares del territorio nacional, pero bajo una permanente y aplastante amenaza por parte del esquema dominante de relación con la naturaleza, es decir, un esquema cuyo más probable fin es el agotamiento de esta y la profundización de la exclusión social. Se trata de aquellas prácticas que, según el doctor Toledo, privilegian la diversidad, la solidaridad, la reciprocidad, el bien colectivo, la pequeña escala, el impulso a lo local, el diálogo intercultural, lo tradicional, la ética ambiental, la autogestión y la democracia participativa. Allí están los casos de la gestión de bienes naturales en varias comunidades del altiplano. Por ejemplo, el proceso de manejo forestal bajo el mecanismo de concesión comunitaria en la Reserva de la Biósfera Maya, en Petén. Esas buenas prácticas, entonces, son acciones que pueden garantizar funcionalidad en lo natural y provisión en lo social. Estos esquemas tienen rasgos que permitirían delinear un nuevo esquema civilizatorio. ¿Qué nuevos impulsos necesitan para tomar el lugar que les corresponde en la búsqueda de una oxigenación al contaminado y dominante esquema de relación socio-natural?
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