Ubico y las mujeres
Ubico y las mujeres
Cuando Jorge Ubico aún no era presidente, aunque sus ojos ya estuvieran puestos en la silla, los padres de mi abuela, es decir, mis bisabuelos, José Rivera y Rebeca Marcus, le pidieron al General (ciertos lazos de amistad los unían), que fuera padrino de su último hijo, Leonel. Ubico aceptó y fue un padrino generoso. Unos años después José Rivera murió, dejando a la viuda con cuatro hijos, todos menores de edad, y sin un centavo. A Rebeca se le ocurrió, ahora que el padrino de su hijo más pequeño era Presidente de la República, visitarlo para pedirle ayuda. Cometió el error de hacerse acompañar, sí, de Leonel, el ahijado del presidente, pero también de su hija mayor, Olga, mi abuela, que entonces tenía dieciséis años.
Durante toda la entrevista, Ubico no apartó los ojos de mi abuela. Rebeca salió del despacho con la promesa de una mensualidad. Días después recibió en su casa la visita de una mujer por todos conocida, una mujer que impresionaba por su estatura y su talla, calzada con botas militares y pistola al cinto. El Señor Presidente, General Jorge Ubico Castañeda, la había enviado para hacerle saber a Rebeca lo siguiente: a él le gustaba su hija Olguita y quería tener “tratos con ella”, a cambio se comprometía a resolverle la vida; sus dos hijos hombres, cuando llegara el momento, entrarían a la Escuela Politécnica y a ella no le faltaría nada. Rebeca pidió audiencia con Ubico y éste la recibió en su despacho. Rebeca nunca le contó a nadie lo que le dijo a Ubico, se llevó a la tumba el secreto de esa conversación. Lo cierto es que con sus palabras consiguió que Ubico retrocediera y aquella mujer inmensa, vestida, según quienes la recuerdan, como para salir de safari, no volvió a aparecerse por la casa.
Uno crece con ciertas historias que luego pasan a formar parte del anecdotario personal. Lo que no siempre se advierte es que, a veces, tales historias son también colectivas, que en otras casas, en otros mediodías dominicales, otras abuelas están contando historias similares a las nuestras. Por ejemplo ésta, la mía, contada por mi abuela materna precisamente así, en mitad de un almuerzo de domingo.
-Es que La Maciste era la que le conseguía mujeres a Ubico- decía mi otra abuela, la paterna, desde el extremo opuesto de la mesa, mientras dejaba caer una pizca de sal en su cerveza.
La conseguidora
Estas historias, aún como rumores o como anécdotas, nos explican lo que en verdad significa vivir bajo el poder de una tiranía, al tiempo que hacen la siguiente, necesaria distinción: una cosa es el terror que el tirano esparce contra sus opositores porque les teme, porque los cree capaces de arrebatarle el poder y otra, muy distinta, es aquel terror cuyo propósito es satisfacer los caprichos y deseos del tirano apenas van siendo concebidos.
Con excepción de El Dictador y yo, de Carlos Samayoa Chinchilla, en ninguno de los libros que quieren dar cuenta de los atropellos y abusos que prodigó a manos llenas el régimen Ubiquista (Ombres contra hombres, de Efraín de los Ríos; Leifugados, de Carlos Alberto Sandoval Vásquez; Ubico, de Rafael Arévalo Martínez; etcétera), hay siquiera una línea que ilustre la persecución de que fueron objeto, según historias como la de mi abuela, incontables mujeres que padecieron el terrible signo de gustarle al General. Sus páginas se centran exclusivamente en la persecución política.
Lo que hay al respecto son las voces de algunos guatemaltecos mayores de 70 años, opiniones cautelosas de historiadores y dos párrafos de El Dictador y yo, un testimonio de primera mano sobre la personalidad y las costumbres de Ubico (Samayoa Chinchilla pasó de redactar notas oficiales a convertirse en Secretario Privado de la Presidencia).
Éste es uno de ellos: “en una de las oficinas de gobierno trabajaba una señorita, llena de ese algo indefinible que hoy se llama glamour. El General Ubico la vio y quiso conquistarla para él. Como de costumbre por medio de un intermediario le manifestó sus deseos, y luego le hizo oferta de un automóvil último modelo; pero ella, no sin cierto temor, rechazó la proposición. El enamorado, con hábil finta, hizo como que abandonaba el juego; pero meses más tarde volvió a él. Era su táctica. Esta vez ofrecía una casa amueblada o una pequeña granja. La joven, creyendo que franqueza y rectitud la salvarían de mayores acechanzas, repitió su negativa, confesando que su corazón pertenecía a XX, alto empleado del gobierno. El General, en vez de respetar la valerosa actitud, ordenó que se destituyera inmediatamente al feliz enamorado, aunque éste era uno de sus más leales servidores, y alegó, para justificar tal extremo, que el destituido ‘no era liberal’”.
Tres elementos llaman la atención del relato anterior: el primero, la omisión de los nombres de sus protagonistas, el segundo, ese lenguaje que pareciera querer amortiguar lo terrible de la historia cuyo final, además, es francamente superficial (¿qué significó para el ‘feliz amante’ su destitución?, ¿fue un simple despido al final del cual consiguió otro trabajo y ya?, ¿se quedó satisfecho Ubico con ello, un hombre del que sabemos, y esto sí es un hecho, que mantenía la Penitenciaría Central rebalsando de opositores?, ¿qué ocurrió con la glamurosa señorita después de la destitución del dueño de su corazón?), finalmente, el tercer elemento es la siguiente frase: “Como de costumbre por medio de un intermediario le manifestó sus deseos”. Es decir, Ubico usaba “intermediarios”, era su costumbre, él solo no se atrevía a manifestar sus deseos directamente, lo cual coincide con quienes lo describen como un hombre tímido, aunque la palabra es insuficiente, quizá esquivo o taimado sean términos más precisos: a nadie veía a los ojos.
Mi abuela paterna dijo: “es que La Maciste era la que le conseguía mujeres a Ubico”. ¿Y quién era La Maciste? Sin duda uno de los personajes más extraños y fascinantes de la historia de Guatemala. Una mujer de quien se sabe muy poco, por lo que aventurar una biografía es una tarea difícil y, más difícil aún, es saber si la frase de mi abuela paterna es cierta. Quienes la recuerdan lo hacen sobre todo por su aspecto físico, por su estatura y tallas descomunales, por el hecho de que se vestía como hombre, porque tuvo un hijo (Boris Arévalo Quiñonez) pero mantenía amantes mujeres. “Lo que era en verdad impresionante era verla”, recuerda el historiador Jorge Luján Muñoz, autor, entre otras muchas obras, de la Breve Historia de Guatemala.
De los pocos textos que dan cuenta de la existencia de La Maciste, conviene rescatar tres: una brevísima ficha con erratas, perdida al interior del Diccionario Histórico Biográfico (dice, por ejemplo, que murió en 1962 y que fue ministro de Educación de 1958 a 1963); un reportaje titulado La Maciste, en la revista TIME del 5 de mayo de 1944; y otro reportaje, quizá el documento más completo, titulado La Máter Dolorosa/La Maciste en el país de las maravillas/Personajes chapines extraños, del periodista y escritor guatemalteco Juan Carlos Lemus, publicado en Revista D, del diario Prensa Libre. A partir de estos textos es posible esbozar un principio de biografía: María Julia Quiñonez Ydígoras nació en Retalhuleu en 1902. Conoció a Ubico cuando éste era Jefe Político (hoy sería Gobernador, pero con el poder que éstos no tienen) del departamento. Tuvo que enfrentarlo por una queja que presentó contra ella su abuelo, una diferencia que al parecer sólo el Jefe Político podía dirimir. La joven no se arredró, no se dejó intimidar, y esto le gustó a Ubico. A partir de entonces Julia Quiñonez, dicen los textos, se convirtió en ‘su incondicional’.
Fue una de las principales activistas de la primera campaña presidencial de Ubico y durante su gobierno fue Jefe de la Dirección de Compras y Suministros de todas las dependencias del Estado y Jefe de la Proveeduría Escolar. La apodaron Maciste por su tamaño (6 pies 7 pulgadas, casi dos metros, según el reportaje de la TIME). Maciste era un personaje del cine italiano de aventuras, una especie de luchador enorme de fuerza sobrehumana. Fue además la compositora de una de las principales marchas fúnebres del pentagrama cuaresmal guatemalteco, Mater Dolorosa. Al respecto, Juan Carlos Lemus opina que “se necesita dulzura y sustancia eterna para escribir la Máter Dolorosa”. Quizá. Pero tampoco hay que olvidar que Hitler era acuarelista y Stalin poeta.
Hay una anécdota que se refiere a la personalidad y poder de la Maciste, contada en el reportaje de TIME y reproducida por Juan Carlos Lemus: “Una vez golpeó a Manuel Cubos Batres (sic), quien era apodado el Reloj, porque solía pedir un minuto de silencio para protestar por alguna causa digna. Cuando pidió el minuto de silencio contra Ubico, la Maciste lo esperó en un parque, lo puso sobre sus rodillas y le gritó: “¡Ahora vas a dejar de ser el Reloj!”, dándole nalgadas y avergonzándolo”.
Nada hasta el momento, sin embargo, que confirme aquello de que “la Maciste era la que le conseguía mujeres a Ubico”. Para ello es necesario volver a la memoria de quienes vivieron esos años, aunque hayan sido niños: “La Maciste lo que hacía para Ubico era conseguirle patojas. Ubico vivía yendo a los pueblos a hacer giras de trabajo y veía una patoja que más o menos le gustaba, la señalaba y entonces se ponían en movimiento los conseguidores. La Maciste era una de las conseguidoras de Ubico, le conseguía mujeres, las conectaba, a base de ofrecimientos de dinero o de bienes o de plano intimidándolas, a ellas y a sus familias. Imagínese el miedo de ser el padre de una muchacha en la que Ubico había puesto los ojos”, dice José Roberto Leonardo Sierra, abogado y aficionado a la historia, y cuya infancia transcurrió bajo el mandato de Ubico.
También lo afirma la señora María Antonieta GiniSpillari, de 71 años, que escuchaba estas historias en boca de su madre. Pero para afilar su memoria prefiere tomar el teléfono y llamar a su tío, Mario Escobar Carrera, de 83 años, hijo de Paco Escobar, ‘Su Majestad El Mono I’, coronado en 1928 como primer rey feo de Guatemala: “yo no sé casi nada de ella, sólo que era jodida y que le conseguía mujeres a Ubico”. Finalmente la periodista, narradora y poeta, Ana María Rodas, recuerda: “mire, verla, solamente verla, era ya como para escribir un libro: alta, gruesa, que usaba botas de hombre, pistola al cinto. Ella y Roderico Anzueto (Director General de la Policía) eran quienes le conseguían mujeres, pero no vaya a creer que eran los únicos, serían quizá los que más trabajo tendrían, muchas personas que querían quedar bien con él veían si le llevaban a su sobrina, a su nieta, a su hermana, qué sé yo… esa era una forma de conseguir algo de Ubico, ofrecerle una mujer”.
La Maciste desaparece de la vida pública durante los diez años de la Revolución de Octubre. Según la ficha del Diccionario Histórico Biográfico, el 20 de octubre de 1944 su casa es saqueada y, días después, sus bienes congelados. Resurge durante el gobierno de su ¿primo?, el general Miguel Ydígoras Fuentes, quien la nombra, primero, Ministro de Educación y, después, Secretario Privado de la Presidencia. Para entonces ya se viste y se peina del todo como un hombre, “tiene su señora que la acompaña a eventos sociales”, afirma José Roberto Leonardo Sierra, que la conoció. Y entonces uno necesariamente se pregunta, en un país altamente conservador, en el que había triunfado recientemente el anticomunismo católico, ¿cómo era posible que un personaje como ella entrara y saliera de la historia como cuchillo en mantequilla y llegara, incluso, a ocupar cargos públicos de tanta importancia?
El historiador Jorge Luján Muñoz responde: “La Maciste no llegó a tomar posesión porque se armó un desorden, huelgas, el magisterio en contra, por su condición sexual. Imagínese, era el año 1958, cómo iban a permitir que fuera ministra una mujer que mantenía amantes mujeres y se vestía de hombre”. En todo caso, habiendo o no asumido oficialmente, desempeñó el cargo y, cuando murió, el 13 de noviembre de 1962, era la Secretaria Privada de la Presidencia. Al consultar las ediciones de los diarios La Hora, Prensa Libre y el Imparcial, de los días 14 y 15 de ese mes en ese año, uno se encuentra con que, no sólo el sepelio fue un evento masivo, sino que todas las necrológicas se dedican a honrar con elogios su memoria, hay incluso una, en La Hora, firmada por su fundador y director, a pesar de haber sido él mismo una víctima de la dictadura ubiquista y líder de la Revolución de Octubre. Hay otra más, en Prensa Libre, titulada Julia Quiñonez por la senda de los Justos, que dice: “¿Que pecó? ¿Quién no peca en esta migración de la vida hacia la muerte? Hasta los santos pecaron para luego colmar su existencia con actos de bondad y bienaventuranza”.
Yo no sé si doña Julia colmó su existencia de bienaventuranzas. Tampoco sé a qué pecados se refiere su apologista. De modo que podemos creer en las palabras de quienes aseguran que una de sus responsabilidades durante el gobierno de Ubico fue conseguirle mujeres. O repetir las palabras del Cronista de la Ciudad de Guatemala y Director del Museo Nacional de Historia, Miguel Álvarez Arévalo: “Yo media vez no tenga información que me acerque a decir que ella era conseguidora no lo puedo afirmar. Aparte es el decir público, el rumor o la bola. De la misma manera se dice que ella era también oreja”. Y Luján Muñoz agrega: “¿Que ella era la conseguidora? Eso son rumores, es evidente que de eso no han quedado documentos, son habladas sin pruebas”.
Habladas o no, podemos dejar consignadas dos afirmaciones que sí pertenecen al ámbito de los hechos. La primera: Julia Quiñonez, durante el gobierno de Ubico, detentaba importantes cuotas de poder. De otra manera no se explica por qué la Revolución ‘saqueó su casa y congeló sus bienes’. Esto último es fácilmente comprobable en las ediciones de los días posteriores al 20 de Octubre de 1944 de El Diario de Centroamérica, en donde se publicaron las listas de aquellos funcionarios y allegados al régimen a quienes se les había congelado bienes. La lista no es grande. Apenas unos 20 o 30 nombres, gente como Marta Lainfiesta Dorión (la esposa de Ubico) o Roderico Anzueto (el Director General de la Policía) o María Julia Quiñonez Ydígoras, La Maciste. La segunda: que pruebas, lo que se entiende positivamente como pruebas, no hay sobre La Maciste como conseguidora, ni sobre esa práctica, ni sobre el gusto de Ubico por las mujeres jóvenes y las tácticas que utilizaba para hacerse con ellas (la única excepción es el libro de Samayoa Chinchilla). Y la pregunta es ¿por qué?
Las mujeres de Ubico
“En el último decenario de su existencia las amantes fueron numerosas y de toda categoría social. Por los pueblos, a salto de mata, escogía a las doncellas más agraciadas y las obligaba a ingresar en sus gineceos. Con instinto burgués y ostentativo ‘les ponía casa’ en la capital para tenerlas ‘a mano’, y las hacía vigilar estrechamente pues sus celos eran casi mórbidos. Para economizar fondos en los gastos de sostenimiento, les concedía benévolamente empleo en las oficinas de gobierno o las hacía contraer matrimonio para salvar responsabilidades o contratiempos. Tantas fueron ellas, que un día vapulearon a un despreocupado chofer, por haberse equivocado en el desempeño de una comisión: en vez de la señorita N, había ido con su vehículo por la señorita X del abecedario amoroso del señor presidente”, escribe Samayoa Chinchilla y don Mario Escobar lo confirma: “a las mujeres después las casaba, les conseguía marido y los obligaba a casarse. No las dejaba así nomás”.
El columnista Jorge Palmieri, en un artículo conmemorativo del 20 de octubre publicado en su página web, se adentra un poco más en el tema: “fue bien sabido que cuando a él le gustaba mucho alguna mujer, se las arreglaba de cualquier forma para hacerla llegar a su despacho y ellas sabían lo peligroso que era no aceptar sus acechanzas, Y si la mujer era casada, enviaba al marido al extranjero con una supuesta “misión confidencial” pero no se le otorgaba visa de regreso a Guatemala sino hasta después de que él había saciado su apetito sexual. Un caso concreto de esto fue el de un abogado que con el tiempo llegó a ser muy destacado, a quien envió con una “comisión oficial” a San Francisco, California, pero lo mantuvo allá, sin otorgarle la visa indispensable para poder regresar al país, hasta que hubo seducido a su esposa que era una bella dama de la alta sociedad a quien le instaló una floristería enfrente de Casa Presidencial para mantenerla vigilada y a mano. Y al esposo solamente le permitió regresar a Guatemala cuando ya no había ninguna posibilidad de que se pudiese producir una reconciliación matrimonial”.
Con cautela y rigor, porque, insiste, una cosa son los hechos y otra el decir popular, Álvarez Arévalo, el director del Museo de Historia, cuenta que “se habla —se habla—, que cuando Ubico iba algún pueblo, iba la avanzada, que miraban los libros de cuentas y buscaban a las patojas bonitas. Iban a ver que estuviera todo en orden y, a la vez, para quedar bien con él, a buscarle la más bonita”.
Sobre la sexualidad de Ubico, hay algunos datos que pueden ilustrar su condición de ‘empedernido mujeriego’, como lo llama Palmieri. Kenneth J. Grieb, por ejemplo, en su libro Guatemalan Caudillo, dice que Ubico no podía tener hijos debido a que había perdido un testículo en un accidente de equitación. Según Grieb, el ser estéril le significó un problema en relación a su capacidad para demostrar su hombría. Quizá entonces ese afán por demostrarla devino en obsesión. “Yo no puedo tener hijos pero todas las noches trato”, le escuchó decir una vez Samayoa Chinchilla.
El miedo. El silencio de las víctimas.
Uno quisiera encontrar más documentos, una página, un párrafo más, pero no queda nada, tan solo testimonios. Como el que cuenta María Antonieta GiniSpillari, cuya abuela, Pía Riepelle de Spillari, inmigrante italiana, le vendía a Ubico pastas que ella misma hacía. Cada cierto tiempo, acompañada por sus hijas, iba a casa presidencial a entregar los pedidos que le hacía el General. Hasta que se enteró, como siempre por medio de intermediarios, que éste estaba interesado en sus hijas. La familia entera, horrorizada, se las arregló para ocultarse en Quetzaltenango.
La historia de Ana María Rodas es menos feliz: “Durante la dictadura de Ubico mi madre no salía a la calle. Vivíamos en la novena avenida y cuando raramente salía, lo hacía escoltada por mi abuelo y mi tío, tapada con un sombrero inmenso, porque Ubico veía una mujer que le parecía bonita y hasta que no se armaba de ella no se quedaba satisfecho. Frente a la casa donde vivieron mis padres cuando yo tenía un año, vivía una familia cuyo nombre prefiero omitir. A Ubico le gustó una de las mujeres jóvenes de esta familia. La familia se opuso con todas las fuerzas, entonces metieron al papá al bote, a los hermanos al bote, y la pobre muchacha, que no tenía siquiera veinte años, tuvo que sacrificarse y acostarse con el viejo para que los liberaran. Y Ubico, en premio, al hermano menor lo ayudó a entrar a la Politécnica. Y entonces mi mamá se escondió por miedo. Salía casi como un murciélago, en la noche, durante 14 años. Yo le puedo contar eso porque mi madre vivió todas las penas de esa familia. ¿Usted se imagina lo que es que una muchacha de catorce, quince años, tenga que irse a acostar con un viejo espantoso que no conoce, y que lo hace para poder sacar a su padre y a sus hermanos de la cárcel?”.
Hay una curiosa característica común en todos estos testimonios (con excepción del de mi abuela y, parcialmente, del de María Antonieta Gini): los nombres de los protagonistas han sido omitidos. Al parecer, 70 años (68 desde la caída del régimen), no son suficientes para aliviar el dolor y la vergüenza. Incluso es probable que si la historia de mi abuela hubiese tenido un desenlace como el de la que narra Ana María Rodas, yo también me habría callado los nombres. Ante lo cual es inevitable preguntarse si es posible, al fin, trasladar estas historias del dicen que y cuentan que al ámbito de los hechos. Jorge Luján es claro al respecto: “no es raro que no hayan quedado registros porque es un tema muy delicado y las personas supuestamente afectadas no tienen al parecer ningún interés en dejar constancia de eso. Solo las víctimas políticas del régimen hablaron, y sobre eso sí hay suficiente documentación”, la mayoría de las cuales, por cierto, agrego, eran hombres y sus sufrimientos nada tuvieron de vergonzoso y sí mucho de heroico ante los ojos de la sociedad y de la historia.
Y a los demás entrevistados les pregunto entonces: ¿les sorprende que sea tan difícil encontrar información sobre una práctica que dejó tantas víctimas, que destruyó tantas vidas aunque esa destrucción no condujera necesariamente a la desaparición física?
“Por supuesto que no está registrada la práctica de Ubico de conseguir mujeres a través del miedo. Yo soy de Cobán y allá consiguió dos o tres. Eso era común, lo hacían los jefes políticos que no tenían gran jerarquía. Y aunque es de gran significado social eso que lo estuvieran jodiendo a uno por sus hijas o sus esposas, dígame usted, ¿quién se va a prestar a decir: a mí me llevó Ubico a la fuerza?”, responde en la sala de su casa José Roberto Leonardo Sierra. Y Miguel Álvarez Arévalo comenta: “yo he leído tanto sobre Ubico y todo es sobre la persecución de los estudiantes, la persecución de los obreros, la persecución de los pensadores, de la prensa. Pero nunca se entra en eso. Tampoco se ha dicho que hayan matado a nadie por oponerse al amorío. Y es que en esa época aquello no era visto como un crimen”.
El historiador Jorge Arriaga, de la Universidad de San Carlos, le adjudica al miedo la falta de información: “es un mecanismo de las dictaduras, que permanece aunque éstas caigan” y por eso no le sorprende el silencio que existe en torno al tema, mientras que el historiador José Cal, de la Universidad Rafael Landívar, agrega que la historia guatemalteca de la primera mitad del siglo XX permanece inexplorada, a pesar de la amplia bibliografía que existe sobre el gobierno de Jorge Ubico, hay importantes vacíos. Y no le sorprende la falta de información porque, además, “hay un gran silencio acerca de la historia de las mujeres, el papel de las mujeres, no hemos profundizado en aspectos como ése”.
No es sino hasta ahora que son escándalos los comportamientos delincuentes de hombres poderosos del mundo, como las orgías del magnate y ex jefe de gobierno italiano Silvio Berlusconi con menores de edad, los abusos del millonario francés Dominique Strauss, ex jefe del Fondo Monetario Internacional y ex líder del partido socialista, o las violaciones y esclavas sexuales, muy al estilo de historias de dictadores, que realizaba el revolucionario jefe de Estado libio, Muamar Gaddafi. Historias que, como en el caso de Jorge Ubico (1930-1944) permanecen ocultas hasta 66 años después.
-Pero si las mujeres no valíamos un centavo. Las mujeres, el descanso del guerrero, ¿no es cierto?- es la respuesta de Ana María Rodas.
-Pero algo habrán valido, aunque fuera para sus papás, que cuando cayó el régimen pudieron haber contribuido a que se conociera esa parte oculta de la tiranía, mientras el resto se ocupaba de la persecución política. ¿Por qué no lo hicieron?
-Las tiranías nos acostumbraron a hablar bajito o de plano a no decir nada, además, ¿nunca ha oído usted esa cosa de un hijo que diga, porque el padre se coge a media Guatemala, mi padre es re cabrón?
-Pero hay una diferencia entre un mujeriego común y un tirano, que para satisfacer sus deseos pone en marcha una maquinaria intimidatoria y represiva.
-La diferencia está en que el señor que se acuesta con todas las mujeres es un señor de a pie y el otro es un tirano. Este mujeriego, en una posición de poder, haría lo mismo- afirma Rodas.
-¿Se sorprende por la falta de información?
-No, en lo más mínimo. Yo sabía que Ubico andaba detrás de las mujeres por el caso enfrente de la casa, porque mi mamá no salía de la casa, y eso era real, palpable. Anita no sale, porque si la ve Ubico, Dios nos guarde. Y cuando haya alguien con un gran sentido de ética y quiera hacer alguna investigación, ¿qué va a investigar?, ¿quién va a querer decir algo?, si yo misma le estoy pidiendo que no mencione el nombre de la familia que le conté.
(Un comentario ante el cual uno no puede dejar de admirar el valor de las mujeres que en Guatemala dieron su testimonio sobre los horrores acontecidos durante el conflicto armado interno.)
-Que ahora haya mujeres que abran la boca, eso es milagroso, algo hemos cambiado, concluye Rodas.
Quizá sea cierto que la primera mitad del siglo XX permanezca inexplorada, sobre todo en aspectos de la vida cotidiana o esa parte misógina de la personalidad de quien es considerado el gran dictador del siglo XX para una parte de la derecha guatemalteca. Con todo y esta brutal práctica de conseguir mujeres a la fuerza utilizando para ello, según los testimonios de los aquí entrevistados, a una mujer quien, a pesar de todo lo que su persona significa (su sola apariencia y preferencias sexuales en medio de una sociedad intolerante y conservadora son suficientes para llamar la atención de cualquiera), ha pasado desapercibida ante los ojos del registro histórico.
Que no haya mayor información, que nadie se haya ocupado de documentar esta característica de la tiranía de Ubico, a mí tampoco me sorprende. Es este un país en donde la primera línea de víctimas está formada por mujeres (¿quién sabe?, quizá hasta la propia Julia Quiñonez era una de ellas, víctima en el mejor de los casos, como dice Juan Carlos Lemus, de “un país de gente burlona, bajita y machista”), en donde más del 90 por ciento de los asesinatos quedan en la impunidad, y cuando las víctimas son mujeres, el número asciende.
Un país cuyo Instituto Nacional de Ciencias Forenses reportó en apenas cuatro años (de 2008 a la fecha) más de 15 mil violaciones sexuales a mujeres (y que quede claro que ese número responde sólo a aquellos casos en los que hubo una denuncia y el hecho se pudo comprobar, en el silencio y la oscuridad quedan muchos otros, quizá sobre todo los que ocurren al interior de la intimidad familiar) y en donde, para evitar ser víctimas, el Ministerio de Gobernación les recomienda a las mujeres no salir después de las ocho de la noche. Un país que intenta enseñar a las mujeres a evitar ser violadas en vez de enseñar a los hombres a no violar. ¿Que si algo hemos cambiado? Seguro que sí, no es cierto que todo tiempo pasado fue mejor, hoy al menos se han tipificado como crímenes prácticas que antes eran objeto de celebración. Hoy al menos podemos contar estas historias, escandalizarnos y bajar del pedestal a tiranos violadores.
Más de este autor