Más aún, toda carrera está amañada: desde su diseño existe para premiar a un solo ganador. ¿Habrá que pedir que en las carreras haya medallas para todos? Por supuesto que no, responde Dworkin. Este ejercicio nos enseña que la justicia y la igualdad tienen poco que ver con el punto de llegada, con la meta. La justicia tiene todo que ver con el punto de partida, con las condiciones del trayecto.
La justicia es una cuestión de dignidad, que el filósofo entiende como la valía de cada quien para vivir una vida buena (que no es igual que darnos la buena vida, agrega). Encontrarle sentido a la vida puede pasar por tener los recursos materiales para vivirla, pero no se agota allí. Sin embargo, la dignidad de las personas no es gratuita. Como individuos y como sociedad estamos obligados a respetar en los demás la dignidad de cada persona. Más aún, la dignidad impone costos a cada uno, pues vivir bien es una responsabilidad. Obliga a cada uno a tomar en serio la realización de la propia vida. Así tratemos de ser deportistas, actores callejeros o empresarios. Así signifique ser presidente o manifestante.
Pero volvamos al filósofo, que explica más la cosa. Afirmemos con él que la vida no es una carrera para llegar al mismo lugar y deshacernos así de los igualitarismos tramposos. Así que tranquilos, señores. Aquí nadie está pidiendo un comunismo de overoles verdes y zafra obligatoria. El problema es que no basta decir que la igualdad debiera estar en el punto de partida, pues sabemos que el azar garantiza que nunca partiremos del mismo punto. Sin mérito unos nacemos pobres y otros ricos, en talento tanto como en recursos.
De cara a la justicia, esta es una de las razones para vivir en sociedad: resolver esa desigualdad azarosa. Esta es la justicia distributiva: reconocer que la suerte no ayuda a partir de puntos equivalentes. Los impuestos, que le quitan a uno lo que le sobra para suplir a otro lo que le falta, no son injusticia, sino lo contrario. Son una oportunidad construida en sociedad para afirmar la dignidad de cada uno. Son ocasión para quitar obstáculos a la propia responsabilidad por crearse una vida buena.
La otra razón para vivir en sociedad de cara a la justicia es más oscura. Ante la responsabilidad y el anhelo de alcanzar las metas propias y realizar nuestra vida puede prevalecer la tentación de salir del carril propio, invadir el del vecino y estorbarlo en nuestro beneficio, asaltando sus recursos y negándole oportunidades. Por eso construimos la justicia retributiva, que compensa a cada quien según el bien, pero también el mal que haga.
Si aún me lee, quizá se pregunte por qué hablar ahora de dignidad cuando lo urgente son nuevos gobiernos y protestas en el parque. ¿Por qué detenernos en vida buena, responsabilidad propia y respeto al otro cuando lo que apremia son la corrupción y el desarrollo? La respuesta, aventuro, es porque en esos conceptos más distantes pero más importantes se esconden los términos del debate político, económico y legal que tanto nos urge. Y también las soluciones.
Así, la iniciativa del salario diferenciado se aclara no como propuesta económica o experimento, que eso no alcanza. Se debe examinar como medida que ignora la dignidad de cada ciudadano, que destruye la oportunidad de partir de puntos equivalentes en la carrera por realizar la propia vida.
Así entendemos que la responsabilidad del nuevo presidente está en eso: en reafirmar la dignidad, tan deteriorada, de cada ciudadano. Y entendemos que no procede —nunca procedió— la imposición de religiones en la cosa pública, ya que niega la dignidad particular y coarta la responsabilidad de cada quien por encontrar su propio camino de vida.
Así entendemos que la tarea en la plaza central el sábado 16 a las 3 p. m. no es simplemente hacer bulla ni vigilar al Gobierno. Ya sería bastante, pero lo nuestro, como sociedad, es procurar una justicia que le reconozca a cada ciudadano —desde el más pobre hasta el más rico— una misma dignidad y le dé medios para asumir su responsabilidad para construir una vida digna y con sentido. Es asegurar que nadie pueda estorbar a otro en esto, que es la razón para vivir en sociedad, para llamarnos guatemaltecos.
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