FUNDESA es una entidad privada no lucrativa cuyo objeto es servir como centro de pensamiento de los empresarios guatemaltecos para incidir en políticas públicas y contribuir al desarrollo de Guatemala. En este marco, en los últimos años se ha centrado en el tema de reducción de pobreza desarrollando una línea en pos de la teoría del derrame –aquella que indica que en la medida que aumente sostenidamente la producción, mejorará automáticamente la distribución. Sin embargo, después de muchos ires y venires en donde se privilegiaba el clima de negocios, el acceso a mercados, la seguridad, el empoderamiento de la sociedad civil, la vulnerabilidad frente a riesgos naturales, los documentos de FUNDESA por fin se han centrado –coincidentemente con algunos de los llamados socialistas del siglo XXI– en la primera etapa de desarrollo de las personas, para resaltar que los dos factores que más inciden en la capacidad productiva de los guatemaltecos son su nivel de nutrición y la capacitación técnica recibida.
El tema del encuentro de este año es “Desarrollo Humano y Paz Social” y el invitado principal es el expresidente mexicano Ernesto Zedillo. Zedillo, quien ha sido calificado como traidor por algunos priistas por propiciar una transición pacífica y cambiar el modelo proselitista de política social, fue el artífice de la recuperación económica de México luego del tequilazo. Con un Estado en quiebra y un modelo neoliberal en desarrollo que acusaba mayores impactos hacia los pobres, Zedillo propicia una reestructuración de las finanzas públicas apoyándose en una reforma fiscal agresiva que permite en poco tiempo estabilizar los programas públicos y retornar el préstamo que los Estados Unidos le había hecho al Estado mexicano. En este contexto se destaca el programa de trasferencias condicionadas Progresa –hoy Programa Oportunidades–, el cual atendería simultáneamente tres elementos clave para la formación del capital humano: la educación, la salud y la nutrición.
Progresa fue un programa con un alto componente técnico, con un equipo del más alto nivel, privilegió siempre aspectos demográficos para mejorar las bases de datos sobre pobreza y marginalidad, garantizando que el programa llegara a las familias más pobres. Luego de varias mediciones, el programa priorizó los subsidios en dinero y se encontró que las trasferencias monetarias directas tenían mejores efectos que las trasferencias en especie. Este aspecto supuso la reasignación de recursos de algunos programas sociales y la cancelación de otros –como un subsidio generalizado de las tortillas– afectando intereses privados y públicos y evitando así, en una realidad de alta corrupción, la consolidación de feudos y trances de proveedores con funcionarios del Estado.
Para evitar la explotación con fines partidistas, Progresa se blindó. Por una parte, estableció que las inscripciones se interrumpían antes de las elecciones y que no se realizarían pagos directos en las semanas previas a los comicios de cualquier orden –recuérdese que México es una república federal–; por otra, era un programa sujeto a evaluación permanente no sólo para ajustarse, sino para garantizar su sostenibilidad en el tiempo. Finalmente, el éxito mayor del programa fue el impulso político que le dio Zedillo, que lo estableció como el programa guía al que el resto de instituciones públicas tenían que acomodarse, independientemente de su jerarquía política.
Llama entonces la atención, el tino –a diferencia de otros años– con el cual ha sido escogido el invitado principal, pues existen algunas lecciones interesantes que pueden aplicarse al caso de Guatemala, como la necesidad de que coexista junto al modelo de mercado, uno social que reordene las instituciones del Estado y las finanzas públicas, privilegie aspectos técnicos y evite la captura del Estado, aislando el proselitismo político y los intereses comerciales en la política social. Algo que ni el gobierno presente, ni los anteriores han tenido intención de lograr, pues mientras reine el caos se puede sacar provecho del negocio del Estado. Imagínese las implicaciones que tendría en el escenario político y sus financistas, la sustitución de los múltiples subsidios dirigidos a los hogares pobres, que en lugar de dar fertilizantes –que poco sirven a nivel productivo– se otorgara al campesino un subsidio en dinero para mejorar su ingreso o si por ejemplo en lugar de subsidiar a los transportistas –que no renuevan o mejoran el servicio– se buscase la forma de otorgar un beneficio directo al usuario.
Sólo queda esperar que quienes asistan este año al ENADE no sufran de alguno de los problemas de desarrollo intelectual que acusan los desnutridos niños guatemaltecos. Digo lo anterior porque dudo que muchos de los participantes se den cuenta –o quieran darse cuenta– que Guatemala avanza muy lentamente frente a los demás Estados; mucho menos entiendan que existe un grado de responsabilidad propia en la situación fiscal, la debilidad institucional, la corrupción, y la conflictividad social actual. Claro está, qué se puede esperar de los empresarios, si no existe un mínimo de vergüenza de que su encuentro necesite ser financiado por una agencia de cooperación internacional.
Más de este autor