Mi respuesta ha evolucionado en los últimos meses a un sí. Lo recorrido hasta ahora debe desembocar en cambios sustanciales y permanentes que a la vez relegitimen la política. No obstante, la plaza —entendida como ese espacio mediático y de presión— no es la solución. Las manifestaciones son uno de tantos recursos a disposición de la ciudadanía para expresar posturas e incidir en las decisiones políticas que nos afectan. La plaza ha sido un importante punto de encuentro y de partida. Ha marcado un antes y un después para muchos. Es un símbolo que no pierde fuerza, pero no podemos quedarnos allí. Estamos en la etapa en la cual las manifestaciones continúan migrando a espacios y dinámicas de organización y de incidencia más estratégicas, mejor enfocadas y más representativas. No descartamos que una convocatoria a manifestar sea necesaria en un futuro cercano, pero ese no es el objetivo. Sin dejar a un lado las luchas vigentes, hay cuestiones más allá de la coyuntura que también requieren nuestra atención y nuestros esfuerzos para llegar a la raíz de las injusticias.
Sin entrar en cuestiones ideológicas, un caso interesante es el del partido español Unidos-Podemos (constituido hace dos años como Podemos). La indignación por la corrupción y la crisis financiera movilizó en 2011 a varios sectores de la ciudadanía, que supo organizarse y formar un proyecto político partidista que sorprendió en las elecciones al Parlamento europeo en 2014. Si bien los resultados de las elecciones generales del 26 de junio no fueron los esperados por el partido, su irrupción en la política española no ha dejado indiferentes a pocos. Con sus aciertos y errores, Unidos-Podemos ha innovado la política mediática y electoral y está haciendo cambios llamativos en las alcaldías de Madrid y Barcelona, que ganó en 2015. En su contra golpean las olas de la resistencia al cambio de las estructuras corruptas (una ciudadanía predominantemente conservadora y apática), la tensión entre la ruptura o ser un partido más, las campañas de desprestigio por parte de los medios tradicionales, la presunta vinculación al chavismo en Venezuela y la falta de experiencia política de sus líderes.
En Guatemala existen algunas similitudes con el contexto en el que se formó Unidos-Podemos. Sin embargo, si partimos de la preocupante premisa de mantener intacto el sistema democrático y económico actual, aún tenemos que asegurar que se cumplan, al menos, tres condiciones.
Primero, necesitamos una ciudadanía con niveles mínimos de pensamiento crítico, de acceso a información y de participación. Poco sirve hacer propuestas políticas si no hay ciudadanos que las entiendan, enriquezcan y respalden. Esto también contribuirá a romper el estigma y la desconfianza —con mucha razón— hacia los partidos políticos de las últimas décadas y a evitar que un partido opaco sin plan de gobierno y con un candidato sin preparación sea la propuesta electoral más votada.
Segundo, falta redefinir las reglas del juego y garantizar que se cumplan. Tenemos un sistema electoral excluyente y deficiente. Las últimas reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos no son suficientes. Hay que revisar cuestiones de fondo y de forma. Las barreras económicas y legales para optar a cargos de elección popular son muy altas y lejanas a la realidad de las mayorías, por ejemplo. Por otro lado, tenemos un índice de impunidad del 97 % (según datos de la Cicig), con un sistema de justicia prácticamente colapsado. ¿Es posible optar a cargos de elección popular y gobernar cuando nuestro país favorece con totalidad a quienes operan desde la impunidad?
Tercero, necesitamos verdaderos proyectos políticos partidistas, y no estos vehículos personalistas y clientelares de enriquecimiento ilícito a los que nos tienen acostumbrados. Partidos de base, democráticos, con ideologías y propuestas claras y bien sustentadas. Partidos rurales-urbanos, que sean representativos y cuyo poder político sea un contrapeso a los poderes económicos.
Si queremos opciones reales en las próximas elecciones, en consonancia con nuestras necesidades, nuestros principios y nuestra plurietnicidad, es urgente que sigamos trabajando en esas tres líneas y que sumemos esfuerzos para que la frustración y la opción menos peor no sean lo único que tengamos en las urnas. La ventana de oportunidad se cierra. No solo podemos. Debemos.
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