El diario elPeriódico publicó su primer ejemplar en 1996 y el último el 15 de mayo recién pasado, como si su existencia pudiera encerrar simbólicamente, el principio y el final de una época de vital importancia para Guatemala: el intento democrático después de la firma de los Acuerdos de Paz y la destrucción de este intento que se consuma ante nuestros ojos.
Guatemala es un país que ha vivido la mayor parte de su vida independiente bajo un régimen de silencio y censura. La sucesión de «señores Presidentes» que nos han gobernado bajo una máscara democrática jamás permitió el debate de las ideas, la investigación de sus acciones, o la protesta. Fue particularmente significativo que, durante los 36 años de dictaduras militares, que gobernaron durante la guerra y aún durante los siguientes años antes de la firma de los Acuerdos de Paz, los menos informados de lo que acontecía en Guatemala fuéramos los propios guatemaltecos. Dentro de esta esfera impermeable, lograron afincar narrativas alejadas de la verdad y de la ética en el imaginario colectivo, sin que estas ideas o afirmaciones pudieran ser discutidas, deconstruidas, rechazadas. La diversidad del pensamiento, la disidencia, era un crimen que se castigaba con la desaparición o la muerte.
Pero no solamente cerraron toda opción de diálogo colectivo, o la oportunidad de una construcción de la realidad a partir de voces diversas. También eliminaron, por vía del asesinato, opciones políticas que hubieran sido trascendentes para dirimir las diferencias y evolucionar hacia una democracia. Una de las causas del Conflicto Armado Interno se halla justamente allí: en la represión de la expresión de las ideas y la imposibilidad de la representación política.
Debajo de estos derechos sustanciales, subyace un derecho anterior: el derecho a saber. Mantener a la gente ignorante y las cosas públicas ocultas, es la situación ideal para un gobierno alejado de los intereses colectivos y que utiliza el poder público para satisfacer ambiciones privadas. Nuestro derecho a saber ha sido conculcado históricamente y se nos ha impuesto no solamente el silencio, sino también la mentira de las «verdades oficiales», así como la mentira de la «historia oficial» que pretende, ni más ni menos, borrar la memoria.
A partir de la firma de los Acuerdos de Paz, la libertad de expresión del pensamiento contenido en el artículo 35 de la Constitución Política de la República, empezó a desarrollarse. Los medios de comunicación independientes iniciaron una labor importantísima para ayudarnos, no solamente a comprender nuestro país, a partir de los datos, del análisis de las instituciones, de la investigación de la manera en que se utiliza el poder y los recursos públicos, sino también al debate de las ideas al cual estábamos tan desacostumbrados. Las columnas de opinión y los editoriales constituyeron la piedra angular de la formación de la opinión pública nacional durante las últimas décadas.
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El diario elPeriódico tuvo un papel central en el crecimiento de este periodismo combativo, urgente y necesario, que alimentó a una sociedad tan largamente silenciada y con tanta necesidad de saber. Nunca tuvo temor de manifestar una clara y valiente línea editorial. Fue escuela para una multitud de periodistas que hallaron el camino para la investigación que comprobó ser una de las más eficaces herramientas para exigir la rendición de cuentas… y para incomodar a los poderosos. Se convirtió también en un espacio abierto para el debate al acoger diversas ideologías. Fue un referente del periodismo cultural precisamente porque nos hizo ver que la cultura no está afincada solamente en los círculos artísticos o literarios sino en ese espejo de la manera en que vivimos, que fueron sus crónicas.
Por toda esta titánica labor, que solamente podemos apreciar en su total dimensión en el trágico momento de su cierre, elPeriódico nunca fue solamente un medio. Se convirtió en una comunidad unida por valores, visión del mundo, anhelo de construcción de un país abierto, con menos injusticias y desigualdad. A esa comunidad, elPeriódico le brindó un modelo a imitar: era posible atreverse, no tener miedo. Y nos enseñó que podíamos crear una Guatemala muy distinta a la que nos había tocado vivir. Creímos en esa libertad y también que había llegado para quedarse. Hoy sentimos que era un espejismo, un sueño. El miedo ha vuelto, un miedo que conocemos bien.
Los 27 años después de la firma de los promisorios Acuerdos de Paz no fueron fáciles. Lejos de ser la salida de un oscuro túnel para hallar la luz y la elusiva felicidad colectiva, han sido años de lucha. No podía ser de otra manera: la devastación de la guerra, los crímenes de lesa humanidad, el genocidio, heridas todavía abiertas, emergieron en medio de la apertura democrática. También emergió la dura comprensión de la pervivencia de grupos delincuenciales incrustados en el Estado, o fuera de él, pero detentadores de un poder muy real, siempre obstaculizando a la emergente institucionalidad. Las piezas oscuras del pasado todavía estaban allí.
Los casos de justicia transicional provocaron enormes sismos en los poderes tradicionales del país. La sorpresiva acción de la Cicig, acompañada de un Ministerio Público con voluntad política, fue el detonante de una acción retaliatoria, de restablecimiento del orden oscuro. Ambos fenómenos han sido el verdadero y más profundo debate acerca del futuro de Guatemala, o de la imposibilidad de que Guatemala tenga un futuro. Ambos fenómenos atacaron de forma directa la estructura del poder real del país y de su éxito dependía, en gran medida, la posibilidad o imposibilidad de convertir a Guatemala en un país viable, en un Estado de derecho.
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Por eso, al centro del cierre de elPeriódico, no podemos dejar de vislumbrar esa lucha intestina. Se han presentado excusas, pero debajo de ellas hay una restauración de la represión y del miedo. Se intenta preservar un orden que no puede convivir ni con la libertad, ni con la democracia. Un orden de silencio, de sumisión y obediencia, de irracionalidad. En este esquema no cabe el periodismo independiente. De hecho, realizar la labor periodística se quiere convertir en un crimen.
ElPeriódico vislumbró con claridad cuál era su papel en esa lucha que, antes y ahora, resulta sustancial para Guatemala porque dirime su destino. Al hacerlo, nos puso enfrente un modelo de ética y verdad. Ética porque como medio le apostó a ideales claros: la lucha contra el abuso del poder y la corrupción. Verdad porque su afán fue siempre desvelar los intersticios de los malos manejos, mostrarnos la realidad. Sin ética y sin verdad solamente nos queda que nos gobiernen los peores, de la peor manera y con las peores intenciones. Y encima, deberemos callar. Si lo permitimos, Guatemala nunca nos pertenecerá.