Pero esa sorpresa presenta aristas. Primero, la responsabilidad que pone en la espalda de quienes tomarán decisiones en los próximos 4 años a nivel público frente a una estructura de mafias y poderes criminales enraizados en la institucionalidad del país.
Segundo, la necesidad de armar un gabinete con cuadros capaces, honestos, de confianza e incorruptibles. Si, incorruptibles. Esta sea probablemente la variable más importante en el criterio de selección, seguida, por supuesto, por la capacidad profesional. Históricamente hemos visto a técnicos y tomadores de decisiones de políticas bastante capaces, pero ensuciados por la corrupción o afines a grupos que corrompen el sistema político, económico y social que anhelamos tener en el país.
Espero que el nuevo gabinete responda a criterios objetivos y enraizados en los valores que fundamentan el ethos de una Guatemala renovada desde sus cimientos y no alguna preferencia sesgada por variables nepotistas o poco objetivas.
Pero hay una tercera arista: la expectativa de lo que hará el gobierno de Arévalo y su equipo en los próximos 4 años. Semilla por ser un partido de visión progresista y democrática, tendrá sus facciones y grupos disímiles en perspectivas, pero con el común denominador que les cohesiona, que es –además de buscar el desarrollo integral, inclusivo y sostenible de Guatemala– no tener vínculos con las mafias criminales, con capitales tradicionales ni con políticos corruptos enquistados en las estructuras que capturan al Estado. Esa diversidad de perspectivas genera un debate a lo interno sobre los grados de radicalidad o moderación de las decisiones que tomará el nuevo equipo de gobierno y sus enfoques de política pública.
Sin embargo, hay una expectativa aún más grande de todo esto y es hasta dónde podrá Semilla colocar los pivotes para un cambio de rumbo en los próximos 4 años.
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El gobierno de Arévalo se las verá difíciles. Las barreras que encontrará el Ejecutivo son grandes. Desde las mafias criminales, que no le han dejado descansar incluso desde el día siguiente de conocer los resultados electorales, hasta un congreso de oposición infestado de mafias que deciden cerrar filas ante su enemigo común: quienes luchan contra la impunidad y a favor del rescate de la democracia. Vemos cómo los diputados actuales, sin importarles el país, buscan dejarle al nuevo gobierno un presupuesto mediocre y paupérrimo como revancha política. Sin embargo, las ventajas de Semilla son, aún, oportunidades importantes. La ciudadanía que apostó por el cambio de raíz, sobre todo una población joven que desea una posibilidad para Guatemala; el apoyo internacional manifiesto y la capacidad de establecer vínculos serios, acciones profundas y compromisos sólidos con las poblaciones históricamente más excluidas e ignoradas por la mayoría de los gobiernos pasados coloca a Semilla en situación de ventaja por sobre otros partidos existentes.
Los retos para gobernar Guatemala son muchos en cualquier circunstancia, pero hoy se vuelven más grandes por lo que la coyuntura evidencia. Un narco estado de facto, con enorme influencia de grupos poderosos del país, no dejará al equipo de gobierno hacer cambios radicales en el corto plazo.
Pero que esto no sea una excusa para ajustarse al statu quo.
Eso es lo que más condenaríamos del gobierno de Arévalo: un acomodo de piezas y posturas para no crear mucho ruido a las elites poderosas. Un encaje y no una reforma. Una enmienda y no un cambio estructural.
En buen chapín: los guatemaltecos no queremos chapuces, pues. Desde nuestra tribuna vamos a exigir decisiones firmes y necesarias para que en 4 años el proyecto siga consolidándose por más periodos de manera democrática y libre. Y vamos a escudriñar sus acciones.
Cambiar Guatemala es lo que esperamos después de tanta retórica y decepción. Rescatar a las instituciones de su debacle, refundar el Estado desde sus bases, integrar a los pueblos indígenas a la toma de decisiones en la agenda pública, la política y la economía, establecer democráticamente la dirección de hacia dónde se dirigirá el país en los próximos 50 años. La ruta debe ser inclusiva, buscando el desarrollo integral, sostenible y equitativo de toda la población. Ojalá, incluso, la convocatoria a una Asamblea Plurinacional Constituyente en el horizonte cercano. No esperamos un remiendo del barco que navegue en la misma ruta de miseria, corrupción, impunidad, mediocridad y exclusión. Necesitamos el establecimiento de un horizonte y un reajuste de las velas, aun cuando el barco necesite remiendos que se deberán ir resolviendo en este nuevo viaje.
Reconozco que las expectativas son altas, y que, en varias cosas, nos vamos a decepcionar, como apuntó el colega Sywulka. Pero si las cosas se hacen bien, con valentía, fuerza, decisión, convencimiento y dedicación, a sabiendas que es lo correcto y que la ciudadanía está detrás respaldando y apoyando, las satisfacciones serán mucho más grandes que las decepciones.
Cuando la población empiece a sentir el bienestar que vendrá de ese cambio de aires, podremos decir: «valió la pena». Y eso es lo que, al final del viaje, importa más. De lo contrario, la decepción será tan grande, que la oportunidad histórica de un cambio de rumbo real será desperdiciada y condenada, consecuentemente, por muchos de nosotros, pero en especial por las nuevas generaciones, que hoy ven una esperanza en el horizonte.
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