Y es que, como dice Roque Dalton «la poesía es como el pan, de todos». Entonces, ¿por qué no tomar lo que me hacía falta para no morir de hambre?
En algunas otras ocasiones, muy pocas, robé libros porque quería conocer a sus dueños. ¿Por qué habían comprado ese libro? ¿Qué páginas doblaban por las esquinas? ¿Cuántas veces lo habían leído? ¿Habría alguna nota en los bordes, algún párrafo o frase subrayada? ¿Estarían dejando pistas para que yo pudiera descubrir algo que solo les pertenecía en la intimidad de sus lecturas en solitario? Así descubrí una manera de conectarme con los libros que es, al mismo tiempo, una manera de conectarme con los demás. «Es de todos», porque todos estamos contenidos en los libros; nuestra historia es también la historia de alguien más. «Crees que tu dolor y tu angustia no tienen precedentes en la historia del mundo, pero luego lees. Fueron los libros los que me enseñaron que las cosas que más me atormentaban eran las mismas que me conectaban con todas las personas que estaban vivas, que habían estado vivas», dice James Baldwin, y yo me pregunto si comprender esto no será el mismísimo antídoto para la soledad.
Haber sido una ladrona de libros no es algo de lo que me enorgullezca, pero tampoco me arrepiento de haberlo hecho. Logré tener una pequeña biblioteca que pronto se convertiría en santuario y refugio, y que ahora es el lugar donde aprendí a pensar. La capacidad de pensar me dio libertad, me di cuenta de que esa es una libertad que no se puede comprar, que nadie te la regala y que no se encuentra por casualidad; esa libertad se arrebata, se roba.
[frasepzp1]
No recuerdo cómo conocí a C y L. Tal vez porque son el tipo de personas que de repente están en tu vida y es como si siempre hubieran estado ahí. Creo que incluso antes de considerarlos mis amigos, como tengo la dicha de hacerlo ahora, había algo que encontraba familiar en su manifiesta disposición del ánimo en cuanto a la vida, pero en especial en cuanto a los libros y al derecho de hacer con ellos lo que a uno le venga en gana. Por supuesto, lo que ellos hacen con los libros es, sin lugar a dudas, no solo todo lo contrario a lo que yo hago o haría, sino que es muchísimo más noble.
C y L hacen libros, leen libros, recomiendan libros, escriben libros, mueven libros... Es necesario que repita esto: leen libros, porque nos han leído libros a todos. Nos han leído libros en voz alta, por subversivos, por generosos, por amor, en contra del silencio. Solo C y L son capaces de hacer accesible, como si fuera poca cosa, como si no necesitara el esfuerzo de toda una vida, ese «objeto contundente», ese «bloque de eternidad» que es un libro.
Conocer a C y L, estar cerca de ellos y de su mundo, es algo de lo que puedo enorgullecerme. Ellos tienen no solo una editorial que le da vida a las palabras de muchos, sino también una librería que se ha convertido en santuario y refugio para quienes estamos dispuestos a recibir todo lo que los libros tienen para darnos. En esta librería, en el centro de los centros, donde confluyen la literatura, la generosidad, la resistencia y el amor, tuve, como nunca antes, la absoluta certeza de que «la poesía es como el pan, de todos». Y que mis venas no terminan en mí, sino en la sangre unánime. Porque un libro siempre es la historia de alguien que también soy yo y, entonces, como dice Hermann Hesse «Ninguno de los libros de este mundo te aportará la felicidad, pero secretamente te devuelve a ti mismo».
Nota al pie: Nunca me he robado un libro en Catafixia.
Más de este autor