Cuando naciste, tu mami estaba pasando por una de las épocas más difíciles de su vida: la trágica muerte de tu papito. Sabía que tu tiempo en su vientre sería más corto debido a su estado de salud y no me equivoqué. Tu saludable nacimiento es ni más ni menos que un milagro de la ciencia que logró que estuvieras preparada cuando se adelantó tu llegada.
Mientras crecías, comenzamos a notar unos movimientos distintos, fugaces, casi imperceptibles, en tu desarrollo neurológico general. Nuestra profunda experiencia en cuidados infantiles nos indicaba que había algo distinto; sin embargo, erróneamente te tratamos como a un bebé «normal» —o neurotípico, para hablar correctamente—. Cada vez que comentábamos estas diferencias con conocidos o amigos, pensaban que era una exageración nuestra. Con el tiempo, supimos que algunos hasta llegaron a pensar que nosotros sentíamos la necesidad de «enfermarte».
Tu hipersensibilidad y pánico a ciertos tipos de sonidos, como escuchar la lluvia minutos antes de que llegara a nosotros, nos preocupaba mucho. Por el contrario, tus sobrerreacciones a cierto tipo de textura nos causaban gracia y reíamos. Perdónanos, por favor, amor, el sufrimiento que te hicimos pasar: no teníamos forma de saber la magnitud de lo que te sucedía; nunca nadie nos lo dijo. Buscamos apoyo profesional y ningún especialista se atrevió a dar un «diagnóstico temprano», presumiendo que «el autismo solamente les da a los niños varones».
Fue hasta después de muchas horas de charlas con profesionales expertos y avanzados en autismo, que entendí que las niñas son diagnosticadas en menor porcentaje porque disimulan las circunstancias. Entendí que te forzamos a aprender a decir las cosas como lo hacemos nosotras, para que las demás personas te aceptaran. Entendí que todas las noches, cuando lloras sin razón aparente, lo haces por el cansancio que te agobia al tener que fingir durante todo el día, ser una persona neurotípica o «normal» como decimos los insensatos.
Gracias por hacerme comprender que tus movimientos repetitivos son la forma en que logras conducir toda la sobreestimulación social que te damos los demás durante el día; por enseñarme que tus momentos a solas son tu santuario. Gracias por esperar hasta que logramos comprender que tu «inflexibilidad» es solo la estructura que necesitas para sentirte segura en un mundo que te llena de hostilidades. Gracias por aceptar bien las herramientas que juntas hemos inventado.
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Como madre y docente, siempre me enorgullecí de ser tan estricta que mis hijos «nunca hacían ni medio berrinche». Sin embargo, contigo no fue así. Lamento profundamente las horas que lloraste mientras te regañaba. Por ti realizamos investigaciones exhaustivas, consultamos fuentes profesionales y grupos de apoyo, hasta que logramos comprender que tu forma de comunicarte es diferente, que tu llanto es una expresión de frustración porque no te comprendemos y no puedes expresarte como nosotros aprendimos. Finalmente, entendimos que somos los adultos quienes debemos encontrar maneras de hacerlo.
Eres la continuación natural del amor que recibí de mis padres y abuelos. Por favor, no prestes atención a aquellos que tienen la persistente idea estereotipada de que a las personas autistas les falta empatía y conexión emocional. Jamás creas cuando dicen que «no puedes» solo porque hablas a tu propio ritmo, yo sé cuánto te ha costado dejar la vacilación.
No creas cuando te dicen que eres grosera por decir las cosas como son, el mundo necesita de esa transparencia y autenticidad sin adornos. Tu generosidad sin límites y tu delicada sensibilidad de corazón me confirman que eso nada tiene que ver contigo. Tu desempeño con corrección y su sinceridad incorruptible me hacen pensar que al mundo le hacen falta más personas como tú.
Tengo muchas emociones y culpas que no logro perdonar sobre la manera en que manejamos las cosas. No obstante, agradezco la oportunidad de acompañarte desde el amor. Ahora puedo comprender mejor a otras madres y fomentar la empatía para crear entornos más inclusivos y solidarios donde todos los niños y niñas autistas se sientan valorados y aceptados por quienes son.
Te amo profundamente,
Tu abuelita.
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