Lo que sabemos de los mayas ha sido producto del interés de estudiosos europeos que a la par de la colonización y de la antropología colonial, se dedicaron a estudiar a los pueblos dominados en sus elementos, sobre todo, superficiales, materiales y rituales. Los curas que acompañaron la invasión, también se preocuparon por investigar para entender idiomas, escrituras y la vida de los pueblos ancestrales y eso lo dejaron documentado de manera más o menos amplia.
Actualmente, algunos investigadores intentan sistematizar, desde la teoría occidental, los aspectos rituales, cosmogónicos, filosóficos, lingüísticos, calendáricos de las civilizaciones mesoamericanas desde sus esquemas mentales y epistémicos. Así, los resultados son sesgados, tergiversados o encajados en patrones de pensamiento occidental. No se niega que este conocimiento ha sido útil, pero hace falta complementarlo con la visión, comprensión y ciencia de los pueblos colonizados.
En ese orden, es complicado comprender cómo ha funcionado la memoria histórica, en sus motivaciones, estrategias, modalidades y adaptaciones para legar hasta el presente el pensamiento cosmogónico de los mayas clásicos. Habían pasado miles de años desde el inicio del pensamiento civilizatorio maya y, más o menos, en 1550 los escribas k’iche’s lograron, utilizando el idioma del dominador, escribir las innumerables historias y mitos en el Popol Vuj. Se ha comprobado que la mayor parte de relatos del libro sagrado son fundamentos de la civilización maya en su apogeo, por ejemplo, el caso de los gemelos Jun Ajpú e Ixbalanqué, masculino y femenino, dualidad cósmica.
Lo mismo el Chilam Balam, los títulos, anales y documentos epigráficos que poco a poco se van descubriendo e interpretando. En esa constelación de conocimientos, la pregunta es ¿cómo se han transmitido elementos traspasando tiempos, matanzas, persecuciones y el marginamiento de la historia propia?
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Los calendarios en toda Mesoamérica representan la misma lógica científica de los tiempos cortos y largos, de los 260, 365 días y la multiplicación en períodos más largos, todos relacionados a la Luna, el Sol, Venus y la Vía Láctea. ¿Cómo surgió ese conocimiento? Y, lo más importante, ¿cómo se difundió especialmente en Mesoamérica, en las innumerables culturas aquí cobijadas, y cómo pervivió durante siglos? ¿Cómo hicieron nuestros antepasados para transmitir los conocimientos de la ciencia arquitectónica que diseñó y construyó las pirámides que son comunes en toda el área mesoamericana? ¡Poderosa memoria histórica!
El religioso Bernardino de Sahagún1, que llegó a la Nueva España en 1529, durante años se dedicó a recopilar un sinnúmero de informes, noticias y datos sobre la cultura náhuatl y que publicó en 1570 en 12 tomos que recogen costumbres, ideas, religión, instituciones sociales y políticas, las mismas que aún se practican en Mesoamérica. Sorpresivamente, para tomar un caso especial, lo que escribió hace 500 años y que era una tradición de mucho tiempo atrás, respecto a los nawales (tonales), ceremonias e interpretaciones calendáricas, es lo mismo que se expresa en las ceremonias actuales en Guatemala.
La práctica calendárica y ceremonial de los pueblos mayas de Guatemala, los Tolteca, los Nahuatl, los pipiles y otros pueblos contiene los mismos nawales con diferentes nombres, pero los mismos valores, símbolos e interpretaciones. ¡Conocimiento, filosofía e historia que ha superado el paso de milenios hasta la actualidad!
Recalco la importancia de indagar cómo lo escrito en la lejana Tenochtitlán, hace 500 años, recogiendo prácticas de miles de años anteriores, se expresa de igual manera en los territorios al sur, Oaxaca, Chiapas, altiplano guatemalteco, centro del país, el Salvador y en distintas comunidades lingüísticas. ¿Cómo esa vertiente de la memoria se extendió y compartió de allá para acá o de acá para allá?
Con ello, se demuestra la permanente relación y comunicación entre pueblos y culturas, propio de una civilización que, con diferentes historias, territorios, idiomas y orígenes, de común acuerdo hicieron propia esa cosmovisión y la transmitieron por los siglos de los siglos con sus respectivas lógicas y medios.
La memoria histórica, a pesar de diferencias de tiempos y espacios, con organizaciones diversas, centenares de idiomas y costumbres, logra articularse a una cosmovisión viva y presente que forja identidades dinámicas que sostienen y alientan las extendidas resistencias y luchas permanentes para la descolonización. Los pueblos ancestrales deben profundizar para sistematizar esa memoria histórica para su liberación y dignificación.
1. Creencias y Costumbres. Fondo de cultura económica. México 1997.
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