Coronadas como rectoras de los flujos informativos que inciden en dinámicas diversas, las redes sociales fortalecen cada día su imperio, aunque no todos sus generadores de contenido pasarían la prueba del polígrafo. En ese sentido, es usual que luego de la circulación de un mensaje aparece otro que lo corrige, de manera que lo único certero es la indefensión de quien los lee.
Son tantos y continuos los textos y audiovisuales promovidos en las redes sociales, que pueden servir para una evaluación «falso-verdadero» entre un círculo de personas con alto nivel de conocimiento. Sin embargo, como este segmento es pequeño, la realidad cotidiana es que un porcentaje significativo de la sociedad cae víctima de las mentiras.
Es importante mencionar que cuando el manejo de la información recaía en un ciento por ciento en los medios periodísticos se suscitaba una situación similar, la que se debía a falla o mala fe, pero por una u otra causa, la prensa estaba obligada a reconocer el desliz. Por supuesto, la aclaración no aparecía en el espacio ni con los elementos destacados de la publicación inicial.
Ahora, las redes sociales no dan margen para aclarar nada, por lo contrario, la falsedad se repite y se estimula porque dichos espacios emulan a los espectáculos instaurados en el Coliseo romano, un recinto levantado en el siglo I para presenciar distintos números de atención masiva, de los que el más popular era «ver sangre» frente al clamor de una audiencia sedienta.
Las redes sociales corresponden a los tiempos de desarrollo tecnológico y aportan beneficios. Sin embargo, la ausencia de regulación causa enormes daños y atenta contra diferentes derechos, el primero, el que supuestamente impulsan: la libertad de expresión. Esta garantía fundamental se sustenta en tres resoluciones del sistema de Naciones Unidas, otras tantas del interamericano y, por lo menos, seis de la legislación nacional, a partir del artículo 35 de nuestra carta magna.
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Y se vulnera la libertad de expresión cuando el uso artero e irresponsable en que se respalda todo mensaje falso golpea la dignidad humana. En ese orden, la Declaración Universal de los Derechos Humanos reza: La libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen como base el reconocimiento de esa calidad y de los derechos iguales e inalienables de quienes integran la familia.
Vale indicar que el origen de las redes sociales se remonta a la Guerra Fría, cuando la Agencia de Proyectos para la Investigación Avanzada de Estados Unidos creó el Programa Arpanet con el objetivo de mantener comunicaciones en caso de un nuevo conflicto bélico.
Más allá que del enfoque bélico de 1958, las redes sociales evolucionaron en los setenta a ser un recurso educativo y laboral, no cabe duda de que grupos y personas las utilizan como herramienta propagandística y desinformadora, es decir, preservan el empleo bajo el alero de enfrentamiento, en especial en las lides políticas y sociales.
Lo cierto es que, hoy por hoy, las redes sociales confunden y se funden en la vorágine de lo ficticio, acción muy, muy parecida a la socorrida «Inteligencia artificial», sobre la que Noam Chomsky escribió: «…Llamémosla por lo que es y hace, un software de plagio, ya que no crea nada, sino que copia obras existentes, de artistas existentes, alterándolas para escapar al alcance de las leyes de derechos de autor».
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