Tenemos un ejemplo reciente con el cierre de la CICIG. La lucha contra la corrupción era una causa justa, pero no solo fue interrumpida, tras el gobierno de Jimmy Morales y de Alejandro Giammatei, sino que sus logros se revirtieron en buena medida y la situación fue aún más complicada: un golpe de Estado estuvo a punto de triunfar en el país el año pasado.
Esto nos coloca en un campo de reflexión sobre la situación política del país que va más allá de la discusión sobre la bondad y legalidad del gobierno y, en cambio, se sitúa en los temas de disputa de poder y ejercicio de poder.
Al respecto es muy ilustrativa la serie Juego de Tronos, escrita por George R. R. Martín y llevada a la pantalla por HBO. Pablo Iglesias[1] realiza un análisis muy interesante y pertinente para aplicarlo a nuestro contexto político. Hay que recordar que, en la primera temporada, Ned Stark recibe el mandato para gobernar el reino tras la muerte del rey. Su comportamiento está basado en ideales morales y un código estricto de conducta. Sin embargo, al conducirse como héroe moral pierde el poder… y pierde la cabeza. En un momento, la reina Cercei le pregunta si se escuda en una «hoja de papel» (el mandato del rey, que en nuestro caso sería el conjunto de leyes existentes). Las consecuencias políticas son mucho peores que su muerte: se desata una guerra entre casas que implica un enfrentamiento generalizado con su tenebrosa cauda.
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La idea de que se puede extraer es que, para cualquier proyecto político, no hay legitimidad sin poder. Y esto nos lleva a una segunda cuestión: la naturaleza del poder. En este sentido, hay una escena de la segunda temporada en la que Lord Baelish (meñique) intenta chantajear a la reina Cercei, dado que conoce la relación incestuosa que ella mantiene con su hermano y este le dice «El conocimiento es poder». A lo que la reina responde, indicándoles a los guardias: «Apresadle. Cortadle el cuello», se detiene un momento y sentencia: «El poder es poder».
Lo que ambas situaciones pueden mostrar es que no basta con la bondad o legalidad de un proyecto político. De hecho, parte de la legitimidad se construye al dotar al proyecto político de una situación de efectividad que solo se logra al acumular/ejercer poder.
Uno de los errores de análisis y conducción política más fuertes en este país es creer que las respuestas a los problemas tienen que ser de carácter legal. En este contexto, es como participar en una pelea callejera con las manos atadas y los ojos vendados. Es una limitación autoimpuesta en el análisis que los contendientes no tienen: el pacto de corruptos no respeta las leyes. Las interpreta y aplica para sus finalidades particulares y espurias. Y si se pelea en los términos que definen y dominan los adversarios el resultado es, como le pasó a Ned Stark, la pérdida del poder y de la cabeza.
Hablando de este tema, una persona me decía que al final de la serie ganan los buenos (aunque la forma de esta victoria no haya satisfecho a los fanes). Pero hay que señalar que no ganan por ser buenos. Ganan porque van construyendo simultáneamente legitimidad y poder. Ganan porque tienen dragones y los usan.
Bernardo Arévalo, como Ned Stark, se enfrenta al dilema de apoyarse en una «hoja de papel», mientras que Consuelo Porras, como Cercei Lannister, usa los medios a su disposición a favor del proyecto político del «pacto de corruptos». Sé que la analogía es imperfecta, Arévalo cuenta con apoyo popular (todavía), buena parte de la institucionalidad y del poder «duro», pero ayuda a comprender lo que está en juego.
[1] Pablo Iglesias, coord. Ganar o morir. Lecciones políticas en juego de tronos. (Madrid, Akal, 2014).
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