¿Por qué unimos estos dos aspectos en apariencia tan disímiles? Es muy sencillo. En principio, es un hecho que, debido a razones políticas, sociales, económicas e históricas entre otras, la nuestra es una sociedad violenta, fragmentada, contrastante, desigual. Las heridas emocionales, por mencionar solo unas, que los descendientes de los pueblos originarios sufrieron hace 500 años aún no han sido sanadas. Por ello, de una u otra forma, cada cierto tiempo, los hechos de violencia se repiten periódicamente, a veces de manera atroz. Sabemos que, en medio de las contradicciones, esa patria del criollo, tan bien retratada por Severo Martínez en su estudio que data de 1970, en muchos aspectos, sigue vigente. Si pertenecemos a un pueblo cuyos derechos fueron y siguen siendo vulnerados sin que haya una seria, formal y constante voluntad de cambio y resarcimiento a nivel nacional, las cosas no pueden mejorar de manera uniforme para todos.
Es cierto, pasaron 500 años, pero en muchos las heridas siguen sangrando. Las voces, las palabras de las víctimas, sus testimonios denotan parte de ese sufrimiento que no ha sido tomado en cuenta, sino más bien ha tratado de ocultarse, de reprimirse, de invalidarse.
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Es un hecho que algunos guatemaltecos o bien no comprenden la magnitud de lo que a nivel social esta situación representa o bien de manera intencional evaden la verdad para solapar sus propios intereses. Porque, ¿qué de malo podría traer para el presente el solo reconocer que hace 500 años y en los siglos subsiguientes hubo genocidios, asesinatos y represiones terribles llenas de injusticia y crueldad? Desde la lógica no logra explicarse, son quizás otros los motivos.
Esto nos lleva a reflexionar que, si 500 años después de la conquista o invasión, como quiera llamársele, como sociedad todavía no hemos sido capaces de sanar nuestro cuerpo social, ¿cuándo lo haremos? Porque vivir en una sociedad violenta, incapaz de mirarse a sí misma con honestidad, impide, de entrada, que sus integrantes —tanto a nivel individual como colectivo— alcancen una buena salud mental.
Aunado a lo anterior, y como parte del problema que no es más que producto de una educación formal deficiente y anquilosada, está la falsa creencia popular que el apoyo psicológico además de innecesario es obsoleto y de «locos». Lo cierto es que, por el contrario, en una sociedad psicológicamente enferma como la nuestra, el personal especializado en esta área es insuficiente.
En la página de UNICEF nos dan estos datos: «Según cifras del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social, de enero a julio 2023, 34,178 guatemaltecos fueron diagnosticados con un trastorno mental y de comportamiento. De ellos casi el 40% son personas menores de 19 años. Siendo los adolescentes y jóvenes entre 15 a 19 años quienes reportaron las tasas más altas de incidencia, 8%. Los trastornos más frecuentes que padece la población guatemalteca son la depresión, ansiedad y trastornos mentales debido al uso de sustancias psicoactivas. Aún más preocupante es el hecho de que, el 57% de los suicidios reportados durante el 2022 involucró a adolescentes y jóvenes entre 11 y 30 años».
Además, es obvio que no solo se carece de personal calificado, sino también de instituciones adecuadas y eficaces para velar por el bienestar mental de la población. En la mayoría de casos, carecen de los recursos económicos adecuados para cumplir a cabalidad con esta tarea. Quienes están libres de prejuicios y tienen la capacidad económica para costear un tratamiento de esta índole, también son una minoría.
Por otro lado, en el Congreso existe un proyecto de ley para la salud mental, que ojalá se concrete y llene las expectativas que un plan de tal envergadura conlleva. Mientras tanto, tengamos confianza: un mundo mejor es posible. Uno donde la salud mental y la física propicien el bienestar de todos los habitantes.
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