Hace unas semanas, una de las empresas más grandes de telefonía e internet de Latinoamérica difundió la noticia de que había sufrido un ataque de «ransomware» y que a ello se debía los problemas que decenas de usuarias y usuarios estaban teniendo con el servicio y que denunciaban en redes sociales. Una de las preguntas más frecuentes que este anuncio provocó fue ¿qué es un ransomware? y si bien esta pregunta es necesaria, la dimensión del problema es más grande y compleja, ya que estamos hablando del manejo y la seguridad de nuestros datos, tanto en el ciberespacio como en el mundo «material».
Documentos de identificación (DPI, pasaporte, licencia de conducir, tributaria, de afiliación), direcciones, números telefónicos, registro de llamadas, correos electrónicos, mensajes, conversaciones, fotografías, historial de navegación, números de tarjetas (débito y crédito), cuentas bancarias, transacciones, estados de cuenta, información de cuándo, desde dónde y en qué dispositivos nos conectamos a internet. Esta, por mencionar alguna, es la información a la que nos referimos cuando hablamos de «datos»; la discusión sobre su protección y manejo no es reciente, por el contrario, la inseguridad es un riesgo latente también en el «ciberespacio».
El control de estos datos significa poder, ya que revelan información que no cualquiera puede y debe tener sobre otras personas, su mal uso o acceso y difusión no autorizada nos hace vulnerables en todo momento; aun cuando como usuarias y usuarios procuramos aplicar o mantener prácticas de ciberseguridad no nos deshacemos por completo de los riesgos que envuelven el robo de nuestra información, o el nivel de acceso que bajo la desinformación o desconocimiento «otorgamos» a las empresas sin indagar ni medianamente sobre lo que estas hacen con ella o los cuidados que aplican para garantizar nuestra privacidad.
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Es difícil saber el nivel de información que llega a ser secuestrada en un ataque de ransomware y qué tantos datos fueron sustraídos, lamentablemente no es una situación momentánea ya que a largo plazo el mal uso de esos datos podrá perjudicar a miles de personas. Tan solo un número de teléfono puede brindar información sobre ubicación, red familiar y laboral, amistades; sin olvidar que nuestro número de teléfono está asociado a nuestro documento de identificación personal y también a nuestras redes sociales y cuentas bancarias.
Podríamos decir que los datos son la «especia» del momento, ya que existe todo un mercado («dark web») no regulado donde estos son vendidos y comprados. Pero ¿para qué los querrían? Existen intereses económicos, obviamente, pero también políticos e ideológicos, la famosa «big data» está vinculada al mercado y este, está comprobado, ejerce una influencia mediática dirigida al consumismo material y de ideas. Tener control sobre la información permite reconocer emociones, preferencias, discordancias e influir en ellas; es innegable que Internet intervino nuestra vida y, por ende, también las relaciones políticas y sociales.
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