Aunque algunas voces critican el espectáculo suscitado en la última sesión plenaria de la novena legislatura y en los primeros pasos de la décima, en realidad las escenas del 14 de enero de 2024 no tienen derechos de autor para nuestro país. Y es que en distintos parlamentos del mundo han ocurrido situaciones parecidas, en cada uno de ellos más o menos violentas, según los intereses en juego. En ese sentido, es irrelevante ocuparse en qué imagen dimos a las delegaciones oficiales visitantes.
Por supuesto, lo ideal habría sido que la ceremonia de cambio mando se desarrollara en un ambiente de concordia, con tristes despedidas y alegres bienvenidas. Sin embargo, esto quedó descartado desde que en junio de 2023 la cita con las urnas sorprendió y desconcertó al sistema, el balotaje de agosto concretó lo que este temía y se inició una tortuosa transición rodeada de toda clase de rumores, amenazas, sobresaltos e incertidumbre.
Con ese entorno, el larguísimo y empinado camino que significó recorrer cinco meses para llegar a la toma de posesión de los 160 escaños legislativos y la Presidencia de la República, la ceremonia para decir adiós a las y los diputados que concluyeron periodo, y juramentar a las y los que tendrán las curules durante 2024-2028, abrió margen para un último pulso en la disputa del poder.
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Dado que política «es el arte de lo posible» y que el quehacer en un Congreso de la República no es símil de una jornada de primera comunión, el combate en que se trenzaron las fuerzas en pugna fue un ejercicio de táctica y estrategia parlamentaria. Para el efecto, con la ley en la mano y, como es costumbre, cada quien interpretándola con base en su «saber y entender», si el proceso de transición se sintió muy largo, alcanzar la toma de posesión pareció eterna, y lo único que faltó, tal vez por incapacidad retórica, fue que un/a representante en uso de la palabra se prendiera del micrófono y no lo soltara, como pasó en lejanas y cercanas maratónicas sesiones en el hemiciclo.
Vale apuntar que la mañana, tarde y noche dominicales mostraron los instantes públicos de gritos e insultos, retardos y hasta expresiones que otorgaron tonos jocosos al zafarrancho, mas quedaron en la privacidad los que se produjeron en las conversaciones telefónicas, mensajes de texto y los encuentros tras bambalinas, acciones en las que de verdad se jugaba el todo por el todo y en las que también intervinieron actores ajenos a la dinámica congresil.
Lo relevante es que el domingo 14 la palabra dominante en Guatemala fue «negociación», esa que, cuando el diccionario la vincula con el Derecho define como: «tratos dirigidos a la conclusión de un convenio o pacto», y que entre otros sinónimos incluye: «acuerdo, pacto o trato». Merced a este proceso natural en las relaciones, conflictos o aspiraciones de poder, el «Día D» en la nueva coyuntura de nuestra democracia formal propició que, cual ave fénix, una fuerza resurgiera de sus aparentes cenizas y otra cayera cual Dédalo, al notar que en su ascenso se le derretían las alas.
Según lo expuesto, no queda más que reiterar que si los momentos previos estuvieron llenos de zancadillas, codazos, subidas y bajadas, el estelar lució en sintonía con los antecedentes. Y ahora vendrá lo que más trascenderá…
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