Desde joven he tenido una relación amor-odio con los uniformes escolares por distintas razones; sin embargo, cuando tuve que portarlo lo hice de forma disciplinada y rigurosa. Socialmente las opiniones respecto al uso obligatorio están igualmente divididas entre madres, docentes y estudiantes.
Se cree que los primeros uniformes fueron diseñados con prendas muy sencillas en color azul marino, por los religiosos que dirigían instituciones educativas, con la finalidad de mantener ciertas normas de recato, sobre todo para las niñas. En la actualidad se pueden encontrar en diversidad de modernos diseños y colores, comúnmente elaborados con telas con una resistencia especial para el uso y lavado frecuente.
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Existen argumentos encontrados en referencia a su obligatoriedad. Dentro de las desventajas podemos considerar argumentos como que representa un gasto elevado, especialmente en instituciones que buscan lucrar con la venta de estos. Este gasto supone un esfuerzo económico para las familias. Homogeniza al estudiante, les limita en la expresión de su propia personalidad, el uso de ropa que les define y les hace sentir cómodos. Refuerza estereotipos de género, cuando a las niñas se les impone el uso de faldas, muchas veces hasta por debajo de la rodilla; esto les limita movimientos mientras a los niños hacen uso de pantalón, mucho más versátil.
Dentro de las ventajas, algunos consideran que generan igualdad puesto que todos visten igual diseño y material, con lo cual se evita hacer notar la diferencia en el poder adquisitivo de cada familia. Impulsa el aprendizaje de valores como pertenencia y solidaridad. Mejora el rendimiento porque la atención estudiantil se basa únicamente en el aprendizaje. Genera confianza y autoestima por estar en igualdad de condiciones. Reduce los gastos familiares y contribuye a la sostenibilidad ambiental relacionado al desgaste y compra de ropa. Refuerza la seguridad y control de los estudiantes cuando lo visten en actividades fuera de la escuela.
En la educación pública a nivel mundial su uso también está dividido desde países que lo regulan como obligatorio, hasta países que lo prohíben, como El Salvador. En el caso de Guatemala, dejó de ser obligatorio para escuela preprimaria y primaria. Durante la pandemia, el Ministerio de Educación lanzó una advertencia para establecimientos privados para abstenerse de imponer su uso obligatorio para clases en línea.
En nuestro proyecto educativo, formamos una comunidad que toma decisiones en asamblea formada por estudiantes becados, padres, madres, líderes comunitarios, la directora de la biblioteca municipal y yo como directora del programa educativo de Yo’o Guatemala. A raíz del impacto educativo por la pandemia, en 2020 decidimos intervenir la educación. Se decidió implementar el uniforme donado por un prestigioso colegio de la ciudad. Alcanzaba para todos. Este año recibimos la generosa donación de uniformes de alta costura de parte de una empresa que los fabricó a la medida, con materiales de alta calidad y logotipo bordado. Recibimos dos camisas polo, una playera y un sudadero por cada estudiante inscrito.
Esto permite vestir uniforme alternando las piezas durante la semana, lavándolo una vez semanal. Sin embargo, como cada acción que se ejecuta en esta comunidad sumergida en la pobreza extrema, he tenido acceso a nuevos aprendizajes respecto a ventajas y desventajas que desde mi vista citadina privilegiada no imaginé. Por ejemplo:
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Muchos niños poseen una sola mudada y un par de zapatos; cuando esta se ensucia o se moja, faltan a la escuela. El uniforme resuelve en parte esta necesidad.
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El abasto del agua entubada en verano no es suficiente para uso y consumo mientras en invierno llega turbia y puede percudir las prendas.
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Por el clima frío y humedad del Bosque Nuboso, el secado de las prendas toma varios días.
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Muchas familias de estudiantes que asisten a Nuestra Escuela no cuentan con servicio de agua entubada, por lo que las madres deben lavar en el río.
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Tener oportunidad de vestir el uniforme completo es motivo de dignificación, gratitud y orgullo para estudiantes y sus familias.
Desde otra perspectiva, ver con empatía y corazón de madre, definitivamente me permite tener una posición más humana, más allá de los calificativos que hacen el uso de uniforme como «bueno o malo».
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