Una resaca política agria. Una mezcla de asombro, vergüenza ajena, incredulidad e impotencia. Como despertar de una buena fiesta cívica comenzada en abril de 2015 y abrir los ojos para caer en la cuenta de que todo había sido solo un sueño, una pesadilla o un chiste de mal gusto. Como cuando en Estados Unidos nos despertamos el 9 de noviembre con esa sensación de incertidumbre muy bien expresada en su momento por el escritor Héctor Abad Faciolince luego de que los colombianos votaran en contra del proceso de paz: «Miedo, tristeza y desesperación».
Las horas que siguieron al anuncio del presidente Jimmy Morales declarando persona non grata al comisionado de la Cicig, Iván Velásquez, el personaje público más querido y reconocido en la historia reciente de Guatemala por su labor contra la impunidad, fueron una montaña rusa que mostraron lo polarizada que sigue la sociedad guatemalteca. Desde temprano las redes sociales empezaron a arder: unos defendiendo el trabajo incansable del comisionado Velásquez, otros polarizando ideológicamente un tema que debía ser interpretado como de crisis legal y jurídica, otros dándole el beneficio de la duda al mandatario y los achichincles de este brindándole su apoyo incondicional. Como hace unos años con el juicio por delitos de lesa humanidad contra el exdictador Efraín Ríos Montt, hay una clara campaña de desinformación por parte de los defensores de la impunidad en nombre de una falsa soberanía y de una fantasiosa amenaza.
Hacia el mediodía, cientos de ciudadanos se congregaban en las afueras de la Corte de Constitucionalidad (CC) para presionar y esperar su resolución frente al amparo provisional promovido a favor de la permanencia de Velásquez. La CC falló a favor de este y así se declaraba la primera victoria ciudadana para frenar su expulsión. Al principio de la tarde, varios ministros y funcionarios de gobierno, desde el ala izquierda del gabinete hasta la de la centroderecha, habían presentado su dimisión al mandatario mientras parte del equipo de gobierno todavía seguía deliberando y la Policía nacional alistaba a su personal, para lo cual suspendía los descansos, en cumplimiento de su misión de garantizar la vida. Con el correr del día, más ciudadanos salían a las calles y más gremios y organizaciones mostraban su apoyo al comisionado. Sin embargo, las fotos en las redes sociales lo muestran con una cara larga, cansada e inquieta. Seguramente sabía que horas más tarde el presidente reafirmaría su solicitud de declararlo no grato.
Los demagogos defienden muy bien el Estado de derecho y la institucionalidad en tanto estos no afecten los intereses personales, gremiales o de afinidad ideológica de sus correligionarios. Esta misma actitud de abuso de poder y de arbitrariedad por encima de la ley asumió el actual presidente estadounidense al perdonar al controversial comisario de Arizona Joe Arpaio antes de ser sentenciado por violación de derechos civiles contra la población latina.
Así, mientras termino este artículo, al igual que su vecino del norte, que eligió a un outsider con serios cuestionamientos sobre su probidad y capacidad, la sociedad guatemalteca se encuentra en otra encrucijada, incierta sobre su gobernabilidad e insegura sobre si esta crisis institucional se superará o terminará de tocar fondo con un estallido social. En tono de broma decía yo que no me extrañaría que un inepto esté tratando de copiar a otro inepto solo para arremeter cuando las cosas no le salen bien. Guatemala se está pareciendo más a Estados Unidos.
Señor Iván Velásquez, no he vivido en Guatemala durante los años en que, gracias a su liderazgo y a la invaluable labor de los equipos de la Cicig y del Ministerio Público, se plantearon las bases y se obtuvieron resultados concretos para refundar un sueño colectivo de justicia y dignidad. Su lucha tiene eco en otras latitudes. Muchas gracias por toda su labor con nuestro pueblo y por nuestros pueblos, pues la justicia y la democracia son causas globales. Usted no debería partir. El responsable de esta crisis es quien debería empacar.
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