Para comenzar, podemos analizar diversos casos sudamericanos. La socióloga argentina Silvia Montenegro (2009: 235-280) ha estudiado el tema a profundidad y se ha dedicado a describir la formación de comunidades árabes en Brasil y Paraguay. El caso brasileño es quizá el que más llama la atención por la gran cantidad de migrantes árabes que arribaron entre finales del siglo XIX y 1930. Según la autora, por estos años, entre 150 000 y 200 000 árabes provenientes de Líbano y Siria llegaron a Brasil. Sin embargo, estas cifras pueden ser mucho mayores, pues en aquel entonces había deficiencias que impedían indicar el lugar de proveniencia. Muchos de los árabes eran designados bajo la categoría otros o turcos.
Esto, obviamente, porque el imperio otomano aún existía y los migrantes tenían documentos de viaje emitidos por este. No obstante, como dice la autora, tampoco existían identidades nacionales como libanés o sirio en aquel entonces. Los inmigrantes se identificaban con sus pueblos de origen, y era a través de estos pequeños pueblos como las redes de migrantes se formaban. En un principio eran vendedores ambulantes, que poco a poco hicieron el capital necesario para tener negocios y almacenes propios. Desde estas épocas, los árabes en Brasil ya comenzaban a interesarse en la industria textil. Y fue por estos años cuando crearon las primeras fábricas textiles.
Tras la crisis económica de 1929 a 1932, los Gobiernos latinoamericanos, y en especial el brasileño, fomentaron y protegieron las industrias nacionales con la finalidad de evitar las importaciones. Aquí, el capital industrial textil árabe floreció enormemente: antes de la segunda guerra mundial, el 75 % de los artículos de seda eran producidos por inmigrantes árabes en suelo brasileño (Pérez, 2010: 8).
Otro caso que también debe mencionarse es el colombiano, un país muy conocido por tener bastantes descendientes libaneses en la costa atlántica. Isabel Restrepo (2004: 181-215) brinda un muy acertado análisis sobre el caso colombiano y especifica aún más en cuanto a la proveniencia de los primeros inmigrantes árabes. A partir de 1880 se registran los primeros árabes en Colombia, venidos de la Gran Siria del imperio otomano. Más tarde, hasta los años 30 del siglo pasado, varios árabes de Siria, Líbano y Palestina comenzaron a residir en dicho país. En estos años, salir de Medio Oriente se facilitó por los mandatos británicos y franceses. Como bien lo menciona la autora, en Colombia, el 90 % de los inmigrantes se dedicó al comercio y solo un 10 % al sector agropecuario. La mayoría de ellos se instalaron en la costa atlántica, donde fundaron casas comerciales y facilitaban la entrada de contenedores llenos de mercancía provenientes de Europa. A pesar de una inminente asimilación, los árabes en Colombia siempre mantuvieron lazos con sus países de origen, incluso de forma política (apoyando los nacionalismos árabes de los años 1930 y 40) o cultural (creando clubes como el Club la Juventud de Belén) (Restrepo, 2004: 181-215).
Algo característico de Colombia es que, al igual que en los casos de Honduras y El Salvador, se ha tenido a varios políticos de origen árabe, lo que denota una fuerte integración de segundas y terceras generaciones de descendientes de migrantes en las élites de cada país. Por ejemplo, se sabe que Gabriel Turbay, quien trató de ser presidente en 1946, era de origen árabe. Luego también está Julio César Turbay Ayala, quien fue presidente de 1978 a 1982 y era descendiente de familias palestinas y libanesas. Hoy en día, la mayoría de los descendientes árabes viven en Barranquilla. Esta ciudad es bien conocida por ser el lugar donde nació la famosa cantante Shakira, ella misma de ascendencia libanesa. La otra gran comunidad árabe colombiana está en Cartagena, donde tienen incluso un club con instalaciones propias (Club Unión, en referencia a la unión entre sirios y libaneses en Cartagena). Pese a esta enorme y vasta comunidad árabe, hubo un proceso de aculturación muy marcado. Ya no se habla el árabe y se perdieron las tradiciones, pero las características culturales de la comunidad se transformaron con la presencia de las familias en los clubes (Sallou, 2000).
Un caso interesante —y cercano— para este análisis es el mexicano. Para esta labor es posible basarse en Carlos Martínez Assad (2009), investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. El autor indica que en su mayoría fueron libaneses cristianos maronitas los que arribaron a México, pero, por desconocimiento de la sociedad mexicana, se les sigue llamando turcos. Aunque sean cristianos, el rito oriental es distinto. No obstante, a falta de iglesias maronitas, durante la primera ola migratoria muchos tuvieron que refugiarse en la Iglesia católica. Esto ciertamente ayudó a los mexicanos a entender quiénes eran los libaneses. Como lo indica el autor, en el D. F., en 1906, los libaneses instalaron una iglesia cristiana oriental con rito en arameo. Se trata de la iglesia de la Candelaria, que existe hasta nuestros días. El hecho de tener una iglesia propia ayudó a mantener vínculos con los pueblos del Monte Líbano y a evitar una asimilación muy rápida. Como en muchos otros países, los libaneses hicieron riquezas y se mezclaron con las élites económicas. Un claro ejemplo es el del famoso multimillonario Carlos Slim, quien es mexicano de origen libanés (Martínez, 2009: 93-114).
No sólo en el D. F. podemos encontrar inmigrantes árabes. En efecto, muchos libaneses migraron a Yucatán. Estos son inmigrantes que venían de lugares pobres y se instalaron en lugares pobres. No obstante, lograron acumular riquezas: hoy el 30 % de la vida comercial de Mérida es controlada por descendientes árabes. Estos libaneses en Yucatán mantienen cierto orgullo por su herencia libanesa. Tienen una solidaridad muy marcada entre ellos e incluso formaron un Club Libanés (Sallou, 2000).
Como vemos, en la mayoría de los casos, los árabes en Latinoamérica han tenido un éxito considerable económicamente hablando. Tal éxito les ha permitido insertarse en las élites económicas y políticas de los distintos países, especialmente las segundas y terceras generaciones. Empero, todo ello ha resultado en una pérdida irreparable de la identidad cultural del país de origen y en cambios e hibridaciones hacia las culturas del país de destino. Básicamente, en el subcontinente no hay un modelo de integración multicultural, por lo que en algunos casos las minorías están casi obligadas a dejar de lado sus costumbres, valores y actitudes.
Referencias:
- Martínez Assad, C. (2009). «Los libaneses maronitas en México y sus lazos de identidad». En Contribuciones árabes a las identidades iberoamericanas, de Lorenzo Agar y otros. España: Casa Árabe. Págs. 93-114.
- Montenegro, S. (2009). «Comunidades árabes en Brasil». En Los árabes en América Latina: historia de una emigración, de Abdeluahed Akmir. España: Biblioteca de Casa Árabe. Págs. 235-280.
- Pérez, Y. (2010). Ponencia El impacto sociocultural de los árabes en las identidades latinoamericanas: algunos apuntes para el debate. En VI Congreso Iberoamericano de Pensamiento. Cuba: Casa Iberoamericana de la Cultura. 10 págs.
- Restrepo, I. (2004). «Migración árabe en Colombia: un encuentro de dos mundos». Colombia: Oasis, Universidad Externado de Colombia, Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales. Págs. 181-215.
- Sallou, H. (2000). Arabs Making Their Mark in Latin America: Generations of Immigrants in Colombia, Venezuela and Mexico. Estados Unidos: Al Jadid. 6 (30). Disponible aquí [consultado el 21 de noviembre de 2015].
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