Entre otras cosas, la crisis reveló lo que la teoría marxista argumentó durante mucho tiempo: que la reproducción social y el soporte de la economía capitalista dependen de personas invisibles y explotadas que trabajan al margen de la economía formal.
En Occidente, la pandemia confirmó lo vitales que son algunos trabajos ejercidos por inmigrantes, como el de cuidador en residencias para ancianos, el de agricultor con contrato temporal, el de enfermero, el de recolector de desechos y el de obrero industrial, entre otros.
En alguna medida, es muy probable que la pandemia resulte en una movilidad migratoria restringida para muchos trabajadores. Se prevé que los Gobiernos retomen un mayor control sobre la vida de sus ciudadanos, que los sentimientos nacionalistas (y xenofóbicos) se reanimen y que las fronteras nacionales se refuercen. Sin embargo, otras razones (como la carencia de mano de obra, la distribución laboral —inequitativa— interna o la demanda de servicios) evidenciaron que los sistemas económicos occidentales continuarán dependiendo de la movilidad internacional de muchos trabajadores provenientes de las periferias.
En el sistema de salud, la pandemia reveló la importancia del trabajo de los inmigrantes en la casi totalidad de los escalones (desde el más bajo hasta el más alto). Por ejemplo, en Canadá, la mayoría de los cuidadores en centros para ancianos son mujeres inmigrantes provenientes de grupos minoritarios. En su mayoría, son trabajadoras que reciben salarios bastante bajos y que trabajan con horarios demandantes. Si bien constituyen una población explotada y descalificada, las cuidadoras fueron las únicas que respondieron ante la falta de apoyo hacia las personas mayores, así como las primeras en haberse expuesto físicamente al virus (solo en la provincia de Quebec, más de 260 residencias para ancianos fueron infectadas por el covid-19).
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En la red hospitalaria, los inmigrantes también juegan un rol fundamental. Se calcula que, en los países occidentales, alrededor del 30 % de los doctores y del 16 % de los enfermeros son personas inmigrantes que se formaron en el extranjero y que generalmente vienen de países periféricos. Son personas que muchas veces vivieron procesos de descalificación profesional (por ejemplo, médicos que pasaron a ser enfermeros, ya que sus títulos no fueron reconocidos por las instituciones públicas), pero que de igual forma se incorporaron a los sistemas de salud de los países de acogida. Tanto ellos como el personal local han sido actores clave en la mitigación de la crisis sanitaria.
En cuanto a la producción agrícola, varios países comienzan a manifestar su dependencia de los trabajadores extranjeros. En Canadá, si bien el Gobierno ha motivado a sus ciudadanos a que trabajen durante el verano en el sector agrícola, la producción en invernaderos, granjas y fincas continúa funcionando gracias a trabajadores guatemaltecos y mexicanos. Estos son trabajadores temporales que vienen por períodos de cuatro a seis meses para trabajar en la producción agrícola interna. Desde hace algunos años esta dinámica ha atraído a varios agricultores chimaltecos reclutados por empresas canadienses en Guatemala.
Actualmente el mundo está paralizado. Sin embargo, los trabajadores guatemaltecos y mexicanos continúan viniendo a Canadá. Solo en la semana del 13 de abril, más de 200 agricultores mesoamericanos fueron recibidos en el aeropuerto Pierre Elliot-Trudeau de Montreal, Quebec. Se espera que estas dinámicas migratorias y laborales se mantengan en los meses por venir. La producción agrícola depende íntimamente de ellas.
Sin lugar a dudas, las cadenas migratorias del trabajo y las estructuras económicas han generado una devaluación de muchas labores. Pese a ello, parece que el covid-19 vino a cuestionar esta descalificación sistemática. La crisis sanitaria mundial nos demostró que el cambio estructural debe incluir la revalorización de ciertos sectores laborales invisibles y marginales. De igual forma, la pandemia nos recordó que los migrantes constituyen (y seguirán constituyendo) eslabones clave para el funcionamiento de la economía global. Cerrarles las fronteras a los trabajadores extranjeros —y explotarlos— no es —ni será— una opción viable.
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