Fue David Graeber, profesor de Antropología de la Escuela de Economía de Londres y activista anarquista, quien acuñó el término bullshit job (empleo de mierda) para referirse a cierta variedad de ocupaciones que proliferan en el capitalismo moderno. Estas se caracterizan no solo por que son despreciadas por la mayoría de las personas, sino por que tampoco son valoradas por la misma gente que las desempeña.
Quienes realizan tales tareas —sugiere Graeber— viven en continua insatisfacción. Querrían agregar valor y transformar materialmente el mundo y la vida, como sucede por ejemplo en la agricultura, la carpintería, el magisterio, la enfermería, la medicina o el arte. Sin embargo, se afanan todo el día en propósitos inventados: talleres de motivación, verificación de cumplimiento de normas de recursos humanos, elaboración de reportes administrativos y legislación corporativa, por ejemplo. Lo que producen solo sirve a otra gente con un empleo igual. Sus metas, fechas límite y prisas son enteramente inventadas, pues nadie se morirá ni pasará hambre o frío si no entregan el informe a tiempo. Y el empleado-víctima sería más feliz haciendo cualquier otra cosa si pudiera.
Lo que más le llama la atención a Graeber es que estos empleos ingratos proliferan justo cuando menos sentido parecen tener. Las economías avanzadas son cada vez más productivas a base de la automatización, que paradójicamente elimina los empleos de verdad. Hoy un robot puede hacer desde agricultura hasta carpintería, el diagnóstico médico está cada vez más en manos de programas de cómputo y más temprano que tarde tendremos autos que se manejan solos. Cada vez más gente en los países ricos podría vivir con pocas horas de trabajo y dedicarse a lo que le diera la gana en su tiempo, pero en vez de eso debe pasar clavada de sol a sol en una oficina.
Para Graeber, este desvarío resulta ser sustantivo para la operación del capital contemporáneo. No basta combatir los sindicatos de los obreros manuales. A la vez debe prevenirse el alboroto de las masas cada vez más educadas. Así, se les proporciona un malsano entretenimiento que quita tiempo, energías y capacidad de organización: deben trabajar todo el día, entregar el informe el viernes y pagar la hipoteca a fin de mes[1].
Como en tantas otras cosas, en Guatemala tenemos una versión tropical del mismo asunto, el bullshit job a la Tortrix, fruto de la superposición de capitalismo avanzado y de precapitalismo (o, mejor dicho, retrocapitalismo). Por un lado, la proporción de analistas y de gerentes crece paulatinamente en nuestra exigua clase media. Pero, por la otra, también se formaliza el trabajo sin propósito y sin dignidad entre los pobres, que nunca accedieron a educación ni tuvieron oportunidades. En otros tiempos se llamaba subempleo, pero ahora le ponemos nombre y playera con marca promocional.
Como caso más reciente, la Municipalidad de Mixco ha normado la extorsión callejera de pequeña escala, esa que antes llamábamos cuidacarros, para nombrarla «parqueador autorizado». El desempleado antes se mal apropiaba de la calle para sonsacarle al automovilista aunque sea un par de quetzales con la velada amenaza de que la alternativa era el daño al auto, cuando no el robo de este. «Le cuido su carro, seño». Hoy lo hará con la venia y el emblema municipales. Aunque jamás ha estado al timón, la persona que le grita «dele, dele» cuando usted se estaciona hoy lo hará en nombre del alcalde y le cobrará una tarifa fija por ese no servicio.
La gente se indigna contra la municipalidad, pero reserva su mayor inquina para el cuidacarros. Y temerosa paga los diez quetzales por la extorsión oficializada. ¿Se da cuenta de la movida genial? En vez de poner escuela para los hijos del pobre y evitar que la vida de desventaja se repita en estos, criticamos las transferencias condicionadas en efectivo («no dar pescado, sino enseñar a pescar» —mejor máteme ya, por favor, si piensa repetir ese argumento tan cansado—). En vez de invertir en oportunidades de empleo digno en el ámbito municipal y exigir impuestos para mejorar el transporte público y el parqueo formal, pagamos una extorsión a cambio de nada. La transferencia en efectivo, privatizada. El transporte público, postergado eternamente. Y el logo de la Municipalidad de Mixco, visible en todas las calles.
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[1] Graeber aclara que no necesita pensarse esto como una conspiración. Emergió poco a poco de la necesidad de atender las prioridades del capital financiero, sobre todo de la deuda como palanca política.
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