Hasta hace unas semanas mi bicicleta tenía un ruido muy particular. Pensaba que era molesto, así que le hice las reparaciones necesarias. Ahora guarda silencio. Hay veces en que el silencio es una avalancha brutal e intimidante. Como ese que guardaba la chica que esa mañana estaba en la tienda de don Mike.
Después de terminar el trote que ese día marcaba mi plan de entreno, me detuve en una tienda cercana al parque San Sebastián. Compré una botella de agua pura y me senté en la grada a bebérmela con calma. Ahí estaba ella, viéndose en una fotografía que introducía en un sobre en el que también iba una hoja con líneas. Una foto y una carta cuidadosamente doblada.
No sabía que el señor que atiende se llama don Mike y eso, en una tienda rondando las cercanías del parque San Sebastián, hicieron que lo asociara con el célebre personaje de la tienda desde donde se aseguraron desaparecer a un obispo. Una tienda donde alguna vez la historia hizo que se cruzaran los caminos de un coronel, un indigente, la vida de un obispo y don Mike. En todo caso, una tienda cualquiera que despacha abarrotes, cerveza y también reciben encomiendas para enviarlas a atravesar desiertos y llegar a alguna puerta lejos, muy lejos de casa.
Supe su nombre por el tipo que llegó con unos cuantos litros vacíos de cerveza y se fue con otros tantos, pero llenos. Hay fiestas sabatinas que se extienden hasta los domingos y hay otras que nunca paran. A estas últimas yo no me atrevería a llamarles fiesta. Cuestión de actitud que le dicen. El tipo lo llamó así. Don Mike. El tipo llevaba unas chanclas verdes y tenía apariencia de tener una modorra poco soportable. No sé si habrá visto a la muchacha que seguía contemplándose a sí misma en una fotografía donde tampoco sonreía. El tiempo que la chica tardó en meter la foto y la carta en el sobre, me pareció tan largo como el que alguien puede tomarse para atravesar un desierto.
El sobre era uno aéreo, de esos que tienen en los bordes, rombos en color rojo y azul. Ella tenía un aura silenciosa que parecía abstraerla por completo. Hay personas que suelen, literalmente, tragarse la esperanza y el llanto. La digieren y luego la mandan en cartas postales. Don Mike le preguntó por la última vez que había escrito. Ella respondió. Le preguntó si ya había recibido respuesta. Ella no respondió. Él le dijo que tenía que ser más paciente. Esto último se me hizo tan impertinente, pero necesario. Don Mike recibió el sobre y anotó la dirección que ella llevaba en otro papelito.
Terminada la transacción y mi botella de agua, seguí mi rumbo. La mujer se fue en dirección contraria, don Mike se dirigió al fondo de su tienda y una carta más habrá iniciado su ruta en busca de los pasos y el rastro de los que se fueron lejos. De los que tuvieron que irse a seguir atravesando desiertos, porque aquí… bueno, aquí habrá que seguir esperando que este sea un lugar del que nadie tenga que irse y bla-bla-bla. Habrá que seguir esperando en medio de modorras interminables o en el más absoluto de los silencios.
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