La noticia de la que todos nos enteramos fue la torpeza de tres diputados y de un amigo del presidente al contratar una empresa de cabildeo —lobby, dicen en inglés— posiblemente para influir sobre congresistas estadounidenses y procurar el retiro del embajador de ese país, Todd Robinson. La desesperación lleva al error, y el diputado Linares Beltranena —generalmente tan sagaz como malintencionado— y sus compañeros tropezaron mal. Buena seña para quienes queremos una Guatemala más justa, pues sugiere que la presión sí afecta a los pícaros.
Los desvergonzados diputados no tardaron en tácticamente darse por «ofendidos» cuando Robinson los llamó idiotas en una entrevista. Resulta que el término idiota es mucho más ofensivo en español que en inglés, cosa que el Departamento de Estado debiera poner en un cable para instrucción de sus funcionarios, pues usan la ingrata palabrita con demasiada frecuencia. Pero quien coincida con la ofensa patria que aducen los diputados tan solo se suma al bando de los idiots.
La noticia especializada, de la que pocos nos enteramos, es la intención de la administración Trump de recortar en un 47 % el programa de becas académicas Fulbright del Gobierno estadounidense. Este programa tiene siete décadas de financiar educación superior para estudiantes de todo el mundo en los Estados Unidos y para académicos estadounidenses en otros países. Guatemala es beneficiaria por ambos lados.
Como pasado recipiendario, no soy parte desinteresada y no querría serlo. La razón es sencilla por obvia: sus réditos son inmensos para todas las partes, empezando con el becario, pero incluyendo particularmente al mismo Gobierno de los Estados Unidos.
Medida por individuo, la inversión inicial de Fulbright en sus becarios es altísima. Gastan en un complejo proceso de selección de candidatos y pagan transporte aéreo, hospedaje, alimentación, libros de texto y matrícula en algunas de las universidades más prestigiosas del país del norte, en ocasiones hasta por varios años.
Viéndolo así, los miopes reaccionan como siempre: piden recortes. El simplón se queda en el gasto sin reconocer el beneficio. Si logra pensar en réditos, es para pedir «recuperación de costos»: cobrar por la educación con préstamos.
Sin embargo, con un poco más de seso se ve que la ganancia para el donante está más allá del costo dinerario de las becas. Me cuento como ejemplo. Fulbright ni siquiera pagó todo, pues consiguió que una universidad y la Fundación Ford cofinanciaran mis estudios. Tras algunos años produjeron un profesional que ha pasado buena parte de los 23 años desde su graduación contribuyendo a que otras inversiones norteamericanas en Guatemala funcionen mejor. Me han sacado más de una década de impuestos pagados al Tío Sam y desarrollaron en mí la mala costumbre de empujar a otros centroamericanos a salir de nuestras granjas país para trabajar en proyectos estadounidenses por todo el mundo. Como si no bastara, la inversión les ha comprado más de 20 años de buena fe crítica. Y si todo sale bien, tendrán otros 30 o 40. Apuesto a que es mejor negocio que enviar un dron contra el primer árabe que se deje, incluso mejor que perseguir corruptos.
Por eso falta una palabra más ofensiva que idiota —en su sentido en español— para comunicar en inglés lo que significa recortar la mitad del programa Fulbright. Cosa que la gente del Departamento de Estado haría bien en considerar al explicar a sus legisladores la profunda torpeza del recorte propuesto.
En suma, descubrimos que idiotas, no simples idiots, vienen en todo tamaño y para todos los gustos. Que pueden encontrarse tanto en la Casa Blanca como en la novena avenida. Que ganar amigos no es solo asunto de pagar por ellos, sino de saber qué conviene (al fin, dicen que Estados Unidos no tiene amigos, solo intereses). Y que para influir en el globo no basta, como Trump, jugar al soldado tras evitar cinco veces el servicio militar, sino que hace falta reconocer que la educación forma identidad y reditúa por décadas, por vidas enteras. Y entender que, si tomamos partido, debemos hacerlo por las razones correctas, con la gente correcta, no con el primer tonto que viene y nos cuenta una tontera.
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