Para recapitular, un cuidacarros es alguien que monopoliza un pedazo de calle y, cuando un automovilista intenta estacionar, le da instrucciones sobre cómo hacerlo —algo enteramente innecesario— y cobra por cuidar el carro. Aun cuando la principal amenaza al automóvil es el mismo pseudovigilante.
Lo interesante no es que quien no sabe manejar y tampoco vigila quiera vender un servicio que ni queremos ni sirve. Esto es apenas como las grandes industrias que venden aromatizadores ambientales: cualquier cosa más allá del jabón es estafa alevosa. Lo llamativo es que, no queriendo el supuesto servicio de cuidado, de todas formas pagamos.
Por supuesto, es la amenaza velada del vigilante callejero la razón obvia de nuestra voluntad de pago, pues podría dañar nuestro auto. El negocio del cuidacarros no es la seguridad, sino la extorsión. Y así volvemos, por vía directa, del cuidacarros al capitalismo global y a sus bullshit jobs.
El asunto está así: si los trabajos de mierda —traduciendo la expresión de David Graeber— no sirven para nada, ¿por qué se multiplican los puestos de abogados y de financieros corporativos y tantos otros de su calaña? Más aún, ¿por qué consiguen ingresos altos los gerentes, sus asesores financieros, legales y de recursos humanos, hasta los directores de fundaciones empresariales, representantes de cooperación y quienes hacemos consultoría? Algunos lo explican como asunto de utilidad y ganancia: la sociedad valora lo que hacen, las empresas maximizan sus ganancias al contratarlos y por eso pueden exigir una buena paga. Y todos felices.
Pero otros dicen que no, que la fuente última y única de valor es el trabajo incorporado a las cosas. Bajo esta premisa, quienes hacen trabajos de mierda preparando reportes en sus escritorios prácticamente no producen nada y ciertamente no trabajan duro. Su empeño no sirve al obrero, no sirve al diseñador, no mejora el producto. ¿Por qué pagarles?
Aquí es donde nos rescata el cuidacarros. El negocio de los trabajos de mierda, como el de la vigilancia callejera, es la extorsión. Elegante quizá, pero igualmente predicada sobre la amenaza de violencia. «Si no cumples con nuestros requisitos, no te daremos el préstamo», dice el ocupante de un bullshit job en el banco al emprendedor que quiere ampliar su negocio. Y se lo dice también al clasemediero que necesita una hipoteca o pide una tarjeta de crédito nomás para llegar a fin de mes. Entonces, el emprendedor contrata a alguien para un bullshit job: completador de requisitos. Y el clasemediero paga por una capacitación organizada por otro que también tiene un bullshit job: asesoría en finanzas personales (o cómo llenar formularios del banco). Luego, el completador de requisitos también extorsiona: «Si no me pagas más, no completaré los requisitos». Después de un rato tenemos la jerarquía llena de trabajos de mierda, desde abajo y hasta el gerente del banco, muy orondo con su salario gigantesco por hacer nada.
Pero los ingratos requisitos no agregan nada. Lo demostró la crisis de 2008, cuando cada hipoteca chatarra tenía llenos sus rimeros de formularios, toda casilla debidamente marcada.
Los financieros y leguleyos operadores del capital global, que hoy tienen el mercado agarrado por el pescuezo, ríen por la estafa ideológica, por la extorsión de escala planetaria. Nos vendieron la impostura a todos, incluyendo a los Gobiernos de los países industriales, a los pequeños Estados deudores y hasta a cada consumidor, a cada bobo que denuncia «¡comunista vividor!» cuando alguien cuestiona esa monstruosidad de capital sin trabajo, de ganancia sin distribución, de empleo sin vida.
Lo más irónico es que, mientras ríen, esos insensatos ya extienden una sombra que los cubrirá a ellos también. Con apoyo de la tecnología, poco a poco subvierten incluso el bullshit job. El formulario eventualmente no necesitará quien lo llene, pues tomará los datos —directamente y sin pedir permiso— de las pistas que cada uno de nosotros, con nuestros consumos, vamos dejando en la internet. El banquero que juega con la información privilegiada ya compite en desventaja con los mercados electrónicos automatizados. Las reglas y los requisitos que se concretan digitalmente en los procesos pueden ser una quimera aún, pero no por falta de empeño en concretarlos. La inteligencia artificial, hoy más artificial que inteligente, un día aprenderá. Más temprano que tarde los bullshitters también se quedarán sin empleo. Quizá los monos de Banksy no sean obreros. Quizá sean computadoras.
«Ríe ahora, pero un día estaremos a cargo».
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Estuve tentado de escribir sobre el incidente de María Chula, pero Julio Calvo Drago y Humanistas Guatemala ya hicieron los mejores argumentos. Conviene reconocer las propias limitaciones y recomendar: revíselos y reflexione al respecto con autocrítica.
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