Quizá sea consecuencia de una visión melancólica de la idea de revolución, aquella que se conceptualizaba a sí misma como ruptura del tiempo y creadora de hombres nuevos. O quizá sean simplemente las ansias y la desesperación por lograr un cambio que pareciera siempre alejarse en el horizonte por más rápido que uno vaya. No lo sé.
Sea como fuere, me parece que tanto desestimar como idealizar lo sucedido en Guatemala en estos últimos meses son síntomas del mismo problema que se intenta cambiar. Si bien el movimiento ciudadano y las protestas sociales fueron dirigidos a figuras políticas claramente definidas, el sustrato de estos es un cuestionamiento directo al sistema económico del que estas figuras no son más que simples peones reemplazables. No es coincidencia que lo que dio pie a la indignación colectiva no hayan sido la represión a la población rural y/o campesina, la violencia incontrolable o la al parecer infinita incapacidad del Gobierno. Menos aún los cientos y miles de niños desnutridos. No. Nada de eso. Fue, más bien, precisamente un caso de corrupción económica sin víctimas directas, es decir, sin sangre visible de por medio (aunque hay que dejar muy en claro que la corrupción mata; indirectamente, pero mata).
Así visto, desestimar o idealizar lo sucedido en estos últimos meses es reflejo de esa mismo lógica del mercado que por un lado se busca cuestionar y por el otro nos construye como sujetos, de esa lógica que dicta que todos los individuos son seres plenamente informados que buscan maximizar su beneficio y actúan acordes a una racionalidad implacable. La clave aquí es que las decisiones tomadas o las acciones realizadas tienen efectos inmediatos y, por lo tanto, que los beneficios son tangibles, cuantificables y medibles. En este sentido, las renuncias de Baldetti y Pérez Molina (por el momento, el aparente y único beneficio de todo esto) son construidas ya sea como el merecido premio a las protestas populares o como resultado de la manipulación consciente de grupos de poder.
Pero es posible, y quizá necesario, ver lo sucedido de otra manera, desde la incertidumbre misma del momento, de lo que este hace visible y de las potencialidades que consecuentemente se insinúan. En este sentido, los últimos meses han hecho visible lo que antes no lo era aunque ya se supiera. En pocas palabras, que el sistema político y el sistema económico son en realidad uno solo, que los actores políticos y los actores económicos son los mismos y que ambos se benefician del mismo entramado de privilegios, impunidad y corrupción. De ahí que no debemos hablar de dos líneas, como sugirió Pérez Molina. No existe La Línea 1 y, más allá, en otra esfera o dimensión paralela, La Línea 2. La Línea, en todo caso, es una sola. Y más que línea es una masa multiforme: La Línea es el sistema.
Pero, claro, eso es precisamente a lo que se han dedicado las élites políticas y económicas en estos últimos meses: a distanciar a los unos de los otros, a separar lo político de lo económico, a vender la idea de que son dos esferas separadas y autónomas y que por ello, una vez removidos el corrupto y la corrupta, las reglas del juego vuelven a ser justas y transparentes. Y la idea ha sido comprada al por mayor. Y se entiende por qué. Esta interpretación o construcción de la historia reciente les da un sentido de cierre a las protestas y manifestaciones. Nos hace sentir bien por haber logrado algo concreto y cuantificable. Nos da la sensación de lógica implacable: causa (corrupción), efecto (protestas) y consecuencia (renuncias y cárcel). Incluso tiene una dimensión moral: a todo corrupto le llega su jueves de Cicig.
[frasepzp1]
Visto también desde la incertidumbre propia del momento, es también posible entender las protestas y los movimientos sociales como parte de un proceso de aprendizaje de un tipo específico de conocimiento que los antiguos griegos llamaban mētis, es decir, la amplia gama de habilidades prácticas e inteligencia adquirida en el proceso mismo de responder al cambio en el entorno natural y humano. Este es el tipo de conocimiento que se resiste a ser simplificado en principios deductivos fácilmente transmisibles, dado que surge precisamente de situaciones complejas y específicas que no permiten la aplicación de procedimientos formales y racionales. En otras palabras, mētis se refiere a la forma de conocimiento que, si bien puede tener un sustrato práctico, abstracto y/o teórico, está necesariamente embebido en la experiencia local. Consecuentemente, se trata de un tipo de conocimiento completamente distinto al de los conceptos platónico-aristotélicos de techne (el conocimiento práctico) y episteme (el conocimiento teórico). A pesar de diferir en la forma en que se adquiere el conocimiento, tanto techne como episteme se sustentan en la deducción lógica y tienen como objeto la formulación de principios universales aplicables a cualquier situación. Mētis es, por el contrario, contextual y particular y no busca formular principios repetibles y aplicables a cualquier situación. A manera de ejemplos podríamos decir que mētis se refiere al conocimiento adquirido y transmitido de generación en generación por los campesinos, el cual es siempre específico a su localidad. Contrariamente, las recetas económicas que el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional imponen a diversos países del mundo están basadas en un tipo de conocimiento supuestamente racional, universal y reproducible, sin importar el contexto y lo particular de cada país o región.
No es por ello coincidencia que en el canon occidental no sean Diógenes de Sinope y demás cínicos, sino Platón y Aristóteles, los admirados, recordados, leídos y citados. Si los primeros estaban principalmente interesados en el conocimiento contextual que surge de la experiencia local y cotidiana, tanto Platón como Aristóteles aspiraban a lo ideal y universal, al tipo de conocimiento que permite calcular, regular, repetir y homogenizar precisamente el tipo de conocimiento del que siempre ha dependido el poder en cualquiera de sus variantes: imperial, colonial, estatal, económico, religioso, etc. No es tampoco coincidencia que en la mitología griega, según lo cuenta Hesíodo en su Teogonía, Zeus se haya comido a su primera esposa, Metis, «la más sabia de los dioses», para así impedir que de ella naciera un hijo que, según la profecía, lo destronaría.
Y si me han seguido hasta aquí, quizá estarán preguntándose qué tiene que ver todo esto con la situación en Guatemala. Y la verdad es que no lo sé a ciencia cierta. Pero, dados los recientes debates sobre la motivación, la dimensión, el alcance y el significado de las manifestaciones, así como sobre el rol de la academia en ella, se me ocurren un par de cosas. Lo primero es que el discurso y la práctica académica están urgidos de más cinismo (del antiguo) y de menos universalismo e idealismo. Y lo segundo es que, haciendo las debidas salvedades, tanto desestimar como idealizar las manifestaciones me suena a Zeus intentando tragarse a Metis para evitar a toda costa que de ella y con ella surjan otros tipos de conocimiento que logren destronarlo, que logren finalmente remover ese techo que pareciera inamovible aunque el piso no deje de moverse.
Más de este autor