Yo era, en ese entonces, una experta en subir montañas. En las esquinas de mis recuerdos hay también pedazos de madera, yeso, ladrillos, alambre, piedrín y cemento, tal vez sea por eso que a veces me parece tener la memoria empolvada. Mis hermanas y yo jugábamos a hacer casas para nuestras muñecas, pero a diferencia de otras niñas, nosotras las hacíamos con materiales de construcción de verdad.
Todas las casas eran grises, ninguna tenía paredes rectas, a veces lográbamos hacerlas de do...
Yo era, en ese entonces, una experta en subir montañas. En las esquinas de mis recuerdos hay también pedazos de madera, yeso, ladrillos, alambre, piedrín y cemento, tal vez sea por eso que a veces me parece tener la memoria empolvada. Mis hermanas y yo jugábamos a hacer casas para nuestras muñecas, pero a diferencia de otras niñas, nosotras las hacíamos con materiales de construcción de verdad.
Todas las casas eran grises, ninguna tenía paredes rectas, a veces lográbamos hacerlas de dos, incluso tres niveles, pero casi siempre se venían abajo, un poco por nuestra poca habilidad como constructoras de casas miniatura y otro poco porque era muy difícil construir algo estable con pedazos de cosas. Cuando alguna encontraba un trozo de madera o de yeso entero era un hallazgo muy importante y automáticamente se convertía en la dueña de la mejor casa, es decir, la casa que no iba a derrumbarse tan fácilmente. Tardábamos tanto construyendo las casitas que para cuando lográbamos terminarlas ya casi no nos quedaban ánimos para meter nuestros juguetes y jugar.
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Las casitas las habitaban las familias menos tradicionales que uno podría imaginarse; una Barbie casada con un hombre trans nativo americano, esta pareja tenía tres hijos, el primero que no era humano sino conejo, el segundo que era un robot, y el tercero, que sí era humano pero la cabeza se le caía constantemente. Los vecinos no eran menos extraños; Un adolescente que no podía bajarse nunca de una patineta y estaba casado con una muñeca de hule que no lograba mantenerse en pie, tenían nada más una hija, una sirena que vivía fuera del agua y estaba siempre sentada. Por último, en la casa más pequeña con las habitaciones más grandes, una muñeca con un ojo cerrado y uno abierto, madre soltera de una pequeña y muy frágil bailarina que vivía dentro de una caja de música y no hacía más que bailar hasta que se quedaba sin cuerda.
Mi familia, la de la vida real, no era menos extraña, pero yo no lo sabía, o no me importaba. Yo era, en ese entonces, una experta en subir montañas. Es una pena que ya no lo sea más, y que cada vez las montañas sean mas grandes, o que yo, al contrario de lo que se supone que uno debe hacer con el tiempo, me esté encogiendo en lugar de crecer.
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La casa de mi madre siempre ha estado en construcción, desde que tengo memoria y hasta el día de hoy, aunque como dije, a veces creo tener la memoria empolvada y eso no me permite ver bien hacia atrás, pero puedo hablar del presente, porque ahora mismo en la casa de mi madre hay arena, cemento, madera, yeso y otros materiales de construcción que no vale la pena mencionar porque no sirven para hacer casas de muñecas. Voy a hablar de ahora, porque ahora, cuando voy a la casa de mi madre no veo solo la casa de mi madre sino que me veo también a mi, que siempre he estado en construcción, y tengo tantos pedazos de tantas cosas, y tantas partes rotas y otras tantas reparadas, y me pregunto si algún día esta construcción va a terminar, si voy a poder sentarme a observar las paredes altas que llevo toda a vida construyendo o si algún día el techo va a estar listo para cubrirme y voy a encontrar en las habitaciones refugio, y me pregunto también qué voy a hacer con todo el ripio que ha estado amontonándose y que es cada vez más y más pesado. Busco adentro de mi, pequeñas casitas de muñecas para poder habitar lo inhabitable.
Adentro de la casa de mi madre, que siempre ha estado en construcción, estoy yo que siempre he estado en construcción, construyendo un lugar para que la caja de música esté segura y la pequeña y frágil bailarina pueda bailar hasta que se le acabe la cuerda.
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