A partir de allí empieza la cuenta no solo de la distancia física, sino también de la distancia respecto al poder y de todas las distancias que separan a las subalternidades presentes en este rompecabezas de nación. El centralismo del Estado guatemalteco, tan borbónico como enraizado en el diseño de sus instituciones republicanas, es el punto a partir del cual se cuenta la distancia de las realidades y los entendimientos mutuos que constituyen esta nación ficticia.
Esta organización radial de la sociedad subyace a la condición paradojal de la geografía social guatemalteca señalada por el maestro de la palabra Humberto Ak’abal: a menores distancias en este país chico, mayor la distancia para conseguir la comida, la ropa, las letras.
Las distancias sociales, la distribución material y social del espacio y cómo estas distribuciones crean brechas de entendimiento han sido parte de mis intereses de investigación desde hace tiempo. Las desigualdades en el ingreso no expresan únicamente distribuciones inequitativas de los recursos entre las personas. También materializan inequidades de conocimiento, de comprensión de sí y de los otros, del diferente, hasta crear el sinsentido de comunidades de completos extraños.
La distancia en comunidades como aquella en la que fue asesinado Domingo Choc no es una simple contingencia geográfica. Expresa la anomia social de territorios abandonados a su suerte por el Estado y que acaban creando sus propias formas de relacionamiento social. Pero esta improvisación en comunidades adiestradas a fuerza de neopentecostalismo y criminalización del vecino no parece tener resultados edificantes.
La lejanía de Ak’abal se manifiesta crudamente en estos lugares, donde el autoritarismo patriarcal y el fanatismo religioso como ideología regulatoria de las relaciones sociales no solo ordenan la moralidad, sino también constituyen las ideas que gobiernan la comprensión del mundo de vida y la cotidianidad comunitaria. Las distancias en esta ruralidad abandonada se traducen en brechas no solo materiales, sino ante todo de orden cognitivo. Este Estado actual ha fracasado en hacer siquiera transversal los rudimentos epistémicos más básicos de un orden basado en el derecho y el respeto a la persona.
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La miseria material, que en última instancia puede transformarse en miseria moral en comunidades a las que incluso se les ha negado la comprensión de su propio conocimiento ancestral (del cual Domingo Choc era depositario), provoca que las condiciones mínimas de humanidad y de tolerancia queden anuladas. Las circunstancias de ese mundo de vida construido a partir de la exclusión, de ese microcosmos donde el conservadurismo religioso campea como epistemología ordenadora y constructora de la percepción de la realidad, hacen que la comprensión causal de la realidad en estos microcosmos patriarcales queden a merced del fundamentalismo, convertido en el único asidero civilizatorio para quienes el Estado solo se acuerda de ellos de vez en cuando en la forma de circo populista o de represión autoritaria y poco más que eso.
En este lado B de la ruralidad guatemalteca de posguerra, de parajes bárbaros dejados a merced del fanatismo y de la violencia por un Estado neoliberal capturado y exiguo, solo cabe esperar la abyección propia de la alienación fundamentalista y contrainsurgente. Hemos subestimado las heridas de nuestro tejido social, necrosado y reconstituido bajo la lógica del individualismo fundamentalista, que aún construye y persigue al enemigo interno encarnado en ese otro diferente.
El olvidado Acuerdo de Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas pretendía incorporar a la normalidad inclusiva de posguerra los derechos y la identidad de una mayoría históricamente excluida por el racismo, pero se fracasó en hacer transitar hacia la normalidad de la convivencia social las formas de espiritualidad de los pueblos indígenas, que, como parte de la heterogeneidad de las expresiones religioso-espirituales, todo Estado laico debería ser capaz de proteger.
Lamentablemente, Domingo Choc desaparecerá del radar de la indignación en algún momento, cosa que no puede decirse del racismo constituyente de nuestra propia certeza sobre lo social. Y quizá esa sea la clave del interés por preservar esas distancias entre los hombres cazadores de hombres, en los que Tohil asienta su gobierno.
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