Una versión contenida en un comunicado del Vicariato Apostólico de Petén emitido el 8 de junio refiere los hechos a partir de las versiones obtenidas en una reunión de catequistas después del linchamiento. Entre otros elementos, el documento indica que la familia de don José Pop Caal, fallecido días antes, es la responsable de la muerte del guía espiritual. Las motivaciones de los ejecutores se enlazan con la creencia de que don Domingo Choc fue el causante del daño que provocó la muerte de su vecino. La familia Pop Caal acusó al guía espiritual de haber embrujado a su familiar y con ello provocarle la muerte.
La mayoría de las críticas al linchamiento tienden a destacar que el guía espiritual asesinado no practicaba la brujería, lo cual de todos modos deja esta práctica como algo negativo, satanizable y condenable. Otras argumentan que el guía espiritual fue asesinado «por su propia gente», en alusión a la pertenencia étnica q’eqchi’ de la familia que lo ejecutó, así como de la mayoría de los habitantes de la comunidad de Chimay y del mismo municipio petenero de San Luis.
En un inicio, no en balde, sino con base en los reconocidos discursos de sus líderes en Guatemala y en otras partes del continente, se atribuyó el crimen a la motivación de Iglesias evangélicas neopentecostales. Sin embargo, al parecer, tanto la familia Pop Caal como la Choc Che forman parte de la comunidad católica de la zona, lo cual, como indica el vicariato petenero en su comunicado, lo llena de vergüenza por su atrocidad. En esencia, por donde se vea, este crimen es, de hecho, un crimen de odio.
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Pero, volviendo a las rutas de la rosa náutica, hay otra línea de análisis: la que ha anidado en no pocas mentalidades ladino-mestizas y criollas. Por ejemplo, la de un convicto por financiamiento electoral ilícito que utilizó un supuesto movimiento cívico para asegurar recursos no declarados en la elección que llevó al poder al tristemente célebre Jimmy Morales. Este personaje afirmó que, de haber sido aprobada la reforma constitucional que garantizaba el pluralismo jurídico, el linchamiento de Domingo Choc Che habría sido legal. Esta afirmación solo puede nacer de la ignorancia o del racismo que atribuye a los pueblos indígenas la noción punitiva del derecho que ejecuta la pena de muerte sumaria.
Comentarios de esta índole lanzados al azar o los que justifican el crimen en que los ejecutores tienen el mismo origen étnico de la víctima solo disfrazan la carga racista que los motiva, como también lo hace la posición dicotómica entre la espiritualidad indígena y la brujería o hechicería, razón por la que miles de mujeres fueron enviadas a la hoguera por las inquisiciones católica y protestante en el siglo XV.
Este crimen no es, como lo indica el comunicado del vicariato del Petén, un hecho generado en el conflicto entre dos familias. El odio a la práctica espiritual de una persona y el temor a supuestas acciones sobrenaturales en otras tienen su origen en el discurso que por siglos ha satanizado la cosmovisión indígena y toda expresión no cristiana.
La reconstrucción del tejido social en el poblado de las familias Choc Che y Pop Caal no será fácil. El discurso que ha dado paso a los hechos que provocaron este crimen lleva siglos alimentando el miedo, el rechazo y el odio. Toca trabajar por reconstruir no solo ese, sino todo el tejido de esta sociedad, tatuada de racismo y roturada de dolor.
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